Bombardeo 2

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Me crucé con muchos alemanes con uniforme que se habían unido a los fugitivos. No creía nada. Dicen esto en todas las guerras. Es una de estas cosas que siempre hacen los enemigos. Nunca se oía decir que alguien hubiese ido con uniforme alemán a sembrar la confusión entre ellos. Era posible, pero parecía difícil.
No creía que los alemanes hicieran esto. No veía por qué tenían que hacerlo. No había necesidad de enredar nuestro camino. Ya se cuidaban de hacerlo en la dimensión del ejército y la penuria de las carreteras.

Nadie daba órdenes. Que dejaran a los alemanes tranquilos.
Y, no obstante, nos tomaban por alemanes y nos mataban.

El heno olía bien, y estar acostado en el heno de un granero era suficiente para que se olvidasen todos los años pasados. Cuántas veces nos habíamos acostado en el heno para hablar y  matar el tiempo, arriba de todo, en la pared de la cabaña. El granero había desaparecido, y un año habían cortado los abetos y, de lo que era un abetal, sólo habían quedado trozos, cimas de árboles secos, ramas, leña para encender el fuego.

Y si no avanzábamos, ¿qué pasaría?

Oía el tiroteo al Norte, en dirección a la frontera. Reconocía el ruido de las ametralladoras, bombardeaban. Siempre era algo.

Seguramente habían encontrado tropas por el camino. Sumí la mirada en la penumbra del granero, y vi a Gino de pie bajo la corredera. Llevaba un largo salchichón debajo del brazo, un botijo de algo y dos botellas de vino. -Suba -le dije-. Allí está la escalera.

En seguida, al verlo tan cargado, comprendi que haría bien en ayudarlo, y bajé. Sentía la cabeza un poco tonta por haber estado echado en el heno. Si llego a estar echado un poco más, de seguro que el fuerte aroma me hubiera mareado bastante.

Subimos por la escalera. Una vez aposentados en el heno, dejamos las cosas por el suelo. Finalmente sacó su cuchillo con sacacorchos y destapó una de las botellas de vino. -Están lacradas -dijo-. Debe ser del bueno.

Sonrió.

-¿Dónde está Kessler? pregunté.

Gino me miró.

-Se ha ido, teniente -dijo-. ¿Usted quiere regresar?

-No -contesté.

Fue una noche extraña. No sé qué me había imaginado, tal vez la muerte, tiros en la noche, la huida; pero no pasó nada.
Tendidos en el suelo, en la cuneta; después, cuando hubieron desaparecido, cruzamos la carretera y nos dirigimos al Norte.

Por dos veces no nos encontramos.

Anduvimos toda la noche en dirección al Regimiento. No me había hecho cuenta de la enormidad de la retirada. No era sólo el ejército, sino todo el país el que huía. Continuamos, habían matado a algunos, no nos hubiéramos dado cuenta de que había peligro.

Nadie nos había molestado cuando anduvimos al descubierto, por entre los rieles.

La muerte había llegado bruscamente, sin razón alguna. Me preguntaba a menudo dónde podía estar Kessler. -¿Cómo vamos, teniente? -preguntó Gino. íbamos por el borde de una carretera atestada y

muy cerca de los alemanes,

pero bajo la lluvia no nos vieron. Pasamos por la ciudad sin ver a un solo Austriaco, y poco después alcanzamos una de las principales columnas en retirada.

toda la noche más rápidamente que muchos vehículos. La pierna me dolía y estaba cansado, pero íbamos a buen paso.

¡Parecía tan tonto por parte de Gino ir a rendirse conmigo!

No había ningún peligro. Habíamos cruzado dos ejércitos sin incidentes. Si no fuera por algunos

vehículos y tropas.

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