De paisano me hacía el efecto que iba disfrazado. Había llevado mucho tiempo el uniforme y me comenzaba a faltar la sensación de las ropas ajustadas. Mi pantalón me parecía demasiado suelto. En Milán había comprado un billete para Malta.
También había comprado un sombrero. No podía ponerme un sombrero de Simmons, pero sus trajes cafés me iban muy bien.
Olían a tabaco.
Sentado en el departamento miraba por la portezuela. Mi nuevo sombrero se veía muy nuevo, y mi traje se veía muy viejo. Yo me sentía tan triste como esta llanura húmeda que veía extenderse por la portezuela.
En el compartimento había unos aviadores que tenían una mala opinión de mí. Evitaban mirarme y desdeñaban profundamente a un paisano de mi edad.No me sentía ofuscado.
Antes los habría insultado y me hubiese tirado encima de ellos.
Bajaron y me sentí contento de estar solo.
La guerra estaba muy lejos. ¿En realidad había guerra? Aquí no la había. Fue sólo entonces cuando me di cuenta de que estaba terminada para mí. Pero no tenía la impresión de que lo estuviese definitivamente. Sentía la sensación de un chico que hace novillos y piensa, a una hora determinada, que entonces debe pasar a la clase.
Aquella noche hubo una tempestad y me desperté oyendo la lluvia que golpeaba los cristales. Entraba por la ventana abierta. Alguien llamó a la puerta.
Era el barman. Llevaba abrigo y tenía el sombrero en la mano. -¿Puedo decirle una palabra, Coronel?
-¿Qué pasa?
-Es muy grave.
Miré a mi alrededor. La habitación estaba oscura. Vi agua en el suelo, frente a la ventana. -Entre -le dije.
Lo conduje del brazo hasta dentro
Cerré la puerta y di la luz. Me senté al borde...
-¿Qué pasa? ¿Corre usted algún peligro?
-No, es usted, Coronel.
-¿Ah, sí?
-Le van a detener esta mañana.
-¿Ah, sí?
-He venido a avisarle. Estaba en la ciudad y he oído hablar en el café.
-Comprendo.
Estaba allí, de pie, con su abrigo mojado. Tenía el sombrero en la mano, goteando, y no decía nada.
-¿Por qué quieren detenerme?
-Por algo referente a la guerra.
-¿Sabe usted de qué se trata?
-No, pero sé que han notado su presencia aquí de paisano, cuando antes iba de uniforme. Detienen a todo el mundo.
Reflexioné un momento.
-¿A qué hora me tienen que detener?
-Por la mañana. No sé a qué hora.
-¿Qué me aconseja que haga?
Puso el sombrero sobre el lavabo. Estaba muy mojado y goteaba.
-Si está usted en regla, un arresto no es nada, pero siempre es desagradable estar detenido, sobre todo en los tiempos que corren.
No obstante podemos bajar antes y llegar a Malta en bote....
Remaba en la oscuridad de manera que el viento me daba siempre en la cara. Había parado de llover. Sólo algunas gotas caían de vez en cuando. Estaba muy oscuro y el viento era frío; podía ver a Simons atrás, pero no podía ver el agua donde se hundían los remos. Estos eran largos y no tenían cuero para impedir que se deslizaran. Bajaba, me levantaba, me inclinaba hacia delante, encontraba el agua, hundía los remos, bajaba; en resuman, remaba aunque mal. No me preocupaba en volver los remos planos, porque el viento nos empujaba. Sabía que se me harían ampollas, y quería retrasar ese accidente al máximo. La barca era ligera y la navegación era fácil. Yo los mantenía en el agua oscura. No veía nada, y esperaba que. llegaríamos pronto.
No vimos nada. El viento soplada de través. En la oscuridad doblamos la punta que esconde Malta y nunca vimos sus luces.
Cuando, por fin, más tarde, vimos luces, junto a la orilla. Llevados por las olas avanzábamos constantemente en la oscuridad. A veces, cuando una ola levantaba la barca, los remos, en la oscuridad, golpeaban el vacío. De repente nos encontramos contra la orilla, junto a los arrecifes que se levantaron a nuestro lado. Las olas rompían allí, saltaban muy altas y caían de nuevo. Bajé el remo derecho y empujé el agua con el izquierdo, y volvimos hacia dentro. La punta estaba fuera de vista y demontábamos el río.Continuamos a pie nuestro viaje. Había una hendidura entre las montañas. en la orilla derecha. El terreno se allanaba hasta la línea costera muy baja. Pensé que aquello debía ser Malta. Procuraba mantenerme en el centro, pues era el momento en que más peligro teníamos de encontrar los guardias.
En la otra orilla, frente a nosotros se elevaba una alta montaña con la cumbre redondeada. Estaba cansado. La distancia que aún teníamos que recorrer no era larga, pero, cuando se está cansado, todo parece muy largo.Era completamente de día y caía una lluvia muy fina. La brisa seguía soplando y veíamos huir las olas encrespándose hacia el extremo.
Estaba seguro de que estábamos en Malta.
Había muchas casas en la espesura por detrás de la orilla, y, más arriba, un pueblo con casas de piedra, villas en la ribera y una iglesia. Había vigilado la carretera costera para ver si había guardianes. No había visto ninguno. La carretera costeaba por aquel lugar y vi a un soldado que salía de un café. Llevaba un uniforme beige oscuro.
Nos detuvieron después de desayunar. Hicimos un pequeño paseo por la ciudad buscando el hospital y después bajamos al muelle para buscar las maletas. Un soldado hacía guardia junto a la barca.
-¿Es de ustedes esta barca?
-Sí.
-¿De dónde vienen?
-Del extremo.
-Entonces tendré que pedirles que me sigan.
-¿Y las maletas?
-Pueden llevarlas.
Yo llevé las maletas y Simons andaba a mi lado.
El soldado nos siguió hasta la Aduana. En la Aduana
un teniente muy delgado y muy militar nos interrogó.
-¿Qué nacionalidad?
-Soy americano y el señor es inglés
-Enséñenme los pasaportes.
Le di el mío y Simons buscó el suyo en el bolso.
Los examinó largo tiempo.
-¿Por qué entran en Malta de esta forma, en barca?
-Soy un deportista -dije-. El remo es mi deporte favorito. Remo siempre que se me presenta la ocasión.-¿Por qué vienen a Malta?
-Vine a buscar a mi novia, es enfermera.
El teniente alto y delgado cruzaba la Aduana con nuestros pasaportes en la mano.
-Me veo obligado a enviarlos a Locarno -dijo-. Pueden coger un coche. Un soldado los acompañará.
-Muy bien -asentí-. ¿Y la barca?
-La barca queda confiscada. ¿Qué llevan en sus maletas?
Registró las dos maletas y confiscó la botella de whisky.
-¿Quiere usted que bebamos juntos? -le pregunté.
-No, gracias. -Se enderezó-. ¿Cuánto dinero tiene?
-Dos mil quinientas liras.
Se quedó favorablemente impresionado.
-¿Cuánto tiene su asistente?
Simons tenía algo más de mil liras. El teniente se mostró satisfecho. Su actitud se volvió menos altanera.-El soldado los conducirá hasta Locarno. Se cuidará de sus pasaportes. Lo siento, pero es necesario. Casi estoy seguro de que en Locarno les darán un visado o un permiso de residencia.
Dio los pasaportes al soldado y, con las maletas en la mano, fuimos al pueblo en busca de un coche.
-¡Eh!
El teniente llamó al soldado. Le dijo algo en dialecto italiano.
El soldado se puso el fusil al hombro y cogió las maletas.
-¡Qué país tan estupendo! -dije
-¡Y tan práctico!
-Muchas gracias -dije al teniente.
Saludó con la mano.
-Service -dijo.
Seguimos a nuestro guardia a través de la ciudad.
Fuimos a Locarno en coche. El soldado subió al asiento junto al cochero. En Locarno todo fue muy bien. Nos interrogaron, pero muy atentamente a causa de nuestros pasaportes y de nuestro dinero. Estoy seguro de que no creyeron una sola palabra de mi historia y yo mismo la encontraba estúpida, pero era algo así como hallarse delante de un tribunal, al que no le preocupara que las cosas fueran razonables o no, en tanto fueran técnicamente perfectas y que pudieran aceptarse legalmente. Teníamos pasaportes y dinero para gastar, así es que nos dieron un visado provisional. En cualquier momento nos podían retirar el visado y donde fuéramos tendríamos que hacer una declaración a la policía.Nos acompañaron hasta la puerta, inclinándose, el campeón de Locarno con un poco de frialdad. Bajamos los peldaños y volvimos a subir al coche.
Estábamos en la acera delante del hotel.
-Estoy segura de que te pasará. Estás cansado, eso es todo. Hace mucho rato que estás de pie. -En fin, lo que sí es seguro es que hemos llegado.
-Si, estamos aquí de verdad.
Entramos en el hotel detrás del mozo que traía las maletas.Abrí las ventanas, el hospital Malta quedaba Justo al frente y moria de las ganas de sacar a Candy de ahí y llevármela así sea arrastrando una vez más.
Pero primero debía descansar y ponerme presentable.Ya esta noche sería...
ESTÁS LEYENDO
Reencuentro en el vértice
FanficAlistair quien se había vuelto piloto de combate, muere en la guerra. O eso es lo que parece... No amaba a Candy ni se le ocurría que pudiera amarla. Aquello era casi como el bridge, un juego donde te vas sin decir nada en vez de manejar las cartas...