No somos felices? -me contestó ella-. Dime, ¿y si fuéramos a tomar cerveza en vez de té? Va bien para el clima...
Estábamos en la cervecería, en la mesa de un rincón. Afuera empezaba a oscurecer. Aún era temprano, pero el día estaba oscuro y pronto caería la noche.
-Casémonos en seguida -le dije.
-Me da vergüenza ahora. No quiero casarme así.
-Tendríamos que haberlo hecho antes de estar juntos nuevamente.
-Seguramente habría sido mejor. Pero ¿cuándo hubiéramos podido?
-No lo sé.
-De todas formas, yo sé una cosa, y es que no me quiero casar con esta guerra.
-Aquí no estamos en guerra.
-¡Oh, sí, Albert! La peluquera me ha preguntado si era casada. He mentido, le he dicho que ya estábamos casados.
-¿Cuándo nos casaremos?
-Tenemos que hacer un buen casamiento y que la gente diga: ¡Qué hermosa pareja!
-¿Y no te molestará no estar casada hasta entonces?
-No, Albert. ¿Por qué quieres que me moleste? La sola vez que me he sentido molesta fue en ese matrimonio en el hospital, cuando tuve la impresión de ser una cualquiera y sólo duró unos minutos, y aún la culpa la tenía la situación. -¿Es que no soy una buena mujercita?
-Eres encantadora Candy... Entonces no des tanta importancia al que dirán. Nos casaremos.
¿De acuerdo?.
-¿Te parece bien si tomo otra cerveza? El doctor ha dicho que debería subir un poco más de peso...
-¿Qué mas ha dicho? -inquirí. Estaba inquieto.
-Nada. Tengo la presión arterial perfecta, Albert. Se ha admirado mucho de mi presión arterial.
-¿Qué es lo que piensa el doctor de tu peso?
-Nada, nada en absoluto. Ha dicho que era mejor que engordara.
-Tiene razón.
-Dijo que después sería demasiado tarde para empezar si no lo había hecho nunca. -Dijo que podría esquiar si estuviera segura de no caer.
-Es muy bromista.
-Fue muy amable, si.
-¿Le has preguntado si sería mejor que te casaras?
-No. Le he dicho que hacía años que estábamos casados. ¿Comprendes? Si me caso contigo, seré americana otra vez.
-Dónde has leído esto?
-En el New York World Almanac, en la biblioteca.
-¡Eres una mujer estupenda Candy!Me gustara mucho volver a ser americana, y vivir en América, ¿no es verdad, Albert? Quiero ver las cataratas del Niagara.
-Si Candy.
-Hay otra cosa que quisiera ver, pero no me acuerdo cuál.
-¿Los mataderos de Chicago? -No. No puedo acordarme. -¿El edificio Woolworth? -No.
-¿El Gran Cañón?
-No. Pero eso también me gustada verlo.
-Bueno, pero ¿qué es, pues?
-¡Ah, ya sé! El Golden Gate. Esto es lo que quiero ver. ¿Dónde está el Golden Gate?
-En San Francisco.
-Entonces iremos allí.
-De momento, volvamos a la montaña, ¿quieres?Ya sé que ahora soy una estúpida con mi charlatanería, y creo que deberías ausentarte un poco para evitar que te canses de mi.
-¿Quieres que me vaya?
-No, quiero que te quedes.
-Es lo que tengo ganas de hacer.
-Ven aquí -dijo-. Quiero tocarte el chichón de la cabeza. Abulta mucho. -Pasó el dedo por encima-. Dime, Albert, ¿no te gustaría dejarte crecer la barba?
-¿Lo querrías?
-Tal vez resultaría un poco raro. Me gustaría verte otra vez con barba.
-Está bien, me la dejaré crecer. En seguida comenzaré. Es una buena idea. Así tendré algo que hacer.
-¿Te aburres sin tener nada que hacer?
-No, me gusta. Llevo una vida estupenda. ¿Y tú no?
-Mi vida es encantadora, pero tenía miedo de molestarte.
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Reencuentro en el vértice
FanfictionAlistair quien se había vuelto piloto de combate, muere en la guerra. O eso es lo que parece... No amaba a Candy ni se le ocurría que pudiera amarla. Aquello era casi como el bridge, un juego donde te vas sin decir nada en vez de manejar las cartas...