I El Trabajo

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Eva Decker:

Un año antes de que todo se fuera a la mierda.

Era estudiante de Rivers gracias a una beca completa que me dedicaba en cuerpo y alma a mantener. Mi familia no tenía para nada los recursos para costearse una universidad así, de hecho, mi abuela era lo único que tenía. Ella me había contado que mi padre abandonó a mamá cuando salió embarazada y ella murió enferma unos meses después de tenerme. No diría que fue fácil, porque no lo fue, pero me acostumbre a ser la chica humilde y huérfana con buenas calificaciones. Por años sufrí mucho en la escuela, los demás se burlaban de mí, pero todo eso cambio cuando conocí a mis dos mejores amigos. Ambos increíbles y de familias ricas, lo suficientemente inteligentes para no darle atención a cosas banales como la popularidad y quien tenía las mejores cosas. Gracias a ellos empecé a llevar una vida un poco más libre, y dejé de sentir la presión de tener que esforzarme demasiado siempre.

Todo hasta que mi abuela se enfermó.

Tenía cáncer, y no había demasiado que hacer por ella. Las medicinas eran costosas, ella no podía trabajar y mi beca no era suficiente para cubrir todos sus gastos, así que tenía que empezar a hacer sacrificios.

Así es como decido empezar con esta historia, porque ese día no solo cambie el rumbo de mi futuro, también fue la primera vez que crucé palabras con ese idiota.

Corría a toda velocidad, mis pasos haciendo eco en el pasillo vació, mi respiración volviéndose irregular. No tenía miedo de caer. Enterré los pies con fuerza al piso, el chirrido de las suelas de mis zapatos me dejó una mueca en el rostro y tan apresurada que casi dejo caer al suelo las llaves, abrí mi casillero para sacar mi uniforme de entrenamiento y casi con la misma velocidad seguir corriendo. Estaba avergonzada, sería el primer entrenamiento como equipo en el año y se suponía que como capitana debía dar el ejemplo, pero ya llevaba más de media hora de retraso. Culpaba al maldito despertador por no sonar.

<<Aunque sospechaba que yo había olvidado poner la alarma>>.

—Maldición —me quejé en voz alta al golpearme sin querer el hombro al cruzar la puerta que me dirigía al gimnasio, pero entonces me detuve.

Mis chicas estaban afuera, esperando en el pasillo en vez de estar dentro entrenando sin mí.

Me puse la camisa por encima, terminando de destruir mi coleta y me acerque bastante confundida.

— ¿Qué hacen aquí? —pregunté.

—Esperarte no, tenlo por seguro —susurró Amanda.

Sí, no todas me querían o respetaban. Ella por ejemplo, estaba enojada por no haber logrado ser la capitana, pero eso no era mi culpa.

—Los chicos de fútbol están usando el gimnasio —me respondió mi mejor amiga, su mirada clavada con furia sobre la rubia.

Era bastante fácil hacerme enojar, especialmente con cosas como estas. No solo teníamos que soportar a los imbéciles arrogantes, o la preferencia del público y los patrocinadores, se suponía que todos teníamos un horario para evitarnos los inconvenientes, pero claro, ellos siempre se las arreglaban para fastidiarnos un poco más.

También compartíamos el gimnasio con el equipo de básquet y nunca habíamos tenido problemas.

—Bien —dije terminando de ajustarme el uniforme y dejando a un lado de mi amiga la mochila en el suelo, siendo mi celular lo único que llevaba en manos —voy a arreglarlo.

— ¿No es mejor irnos y luego hablarlo con el entrenador? —preguntó una de las chicas y negué.

No esperé más, caminé hasta la puerta y sin tocar me adentré. Tenía el suficiente valor para que ver a más de diez chicos juntos, transpirando hombría y bromeando como los idiotas que eran, no me acobardara. Sabía que si les hablaba no me escucharían, de hecho si lo hacían, me ignorarían, así que me acerque a los interruptores y apague las luces, solo para encenderlas después de un par de abucheos.

Mírame De Nuevo +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora