XIII Lo siento

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Había sido demasiado bueno. No me había soltado de su camisa, así que no dude en volver a levantarme, en juntar nuestros labios una vez más buscando ese deseo sin freno que sentía tan mutuo. Pero, esta vez Mat me tomó de los hombros y me obligó a poner los pies de nuevo en el piso.

—Ya deberías irte a casa, Eva.

Después de besarlo y que me haya correspondido esperaba más de su parte. En definitiva no me había imaginado una escena romántica o algo por el estilo, pero la forma en que me hablo me hizo sentir muy mal. Rechazada, confundida, pero sobre todo molesta.

— ¿Irme? —di un par de pasos a atrás y él volvió a guardar sus manos en los bolsillos.

Estaba jugando conmigo, eso era más que obvio. Si no hubiera dicho todo lo que dijo en mi habitación durante la fiesta no me habría atrevido de besarlo, y por ello no podía entenderlo, ¿quería ridiculizarme? ¿Por qué me provocaba para luego dejarme a un lado?

—Sí —asintió —ya es tu hora de salida.

Justo entonces sonó mi celular, el tono de llamada predeterminado para Duda invadió nuestro silencio incomodo.

— ¿Qué te pasa? —Pregunté porque estaba harta de rodeos —yo no soy una de esas chicas que buscas cuando quieres. Me gustas —admití —pero no voy a permitir que pases sobre mí.

—Eres tú quien ha estado detrás de mí todo este tiempo, no es mi culpa no poder corresponderte.

—Acabas de hacerlo —me desesperé, pero no podía subir el tono de voz, quería gritarle más no podía — ¿Por qué dijiste todas esas cosas en la fiesta? ¿Por qué dejas que te bese si luego vas a tratarme como una mierda?

—Que dramática —susurró.

Y me cansé, era suficiente, no iba a seguir perdiendo el tiempo.

—Está bien, me voy.

—Un beso no significa nada —respondió —además necesitaba comprobarlo.

Lo miré de vuelta, molesta hasta la mínima célula de mí ser.

— ¿Comprobar qué?

—Que eres incapaz de provocar algo especial en mí, y no me equivoque.

Jamás en la vida me había sentido tan humillada por un hombre, ni siquiera tuve palabras para argumentar, me quedé en blanco mientras él me miraba con esos ojos únicos y llenos de algo de lastima. Le deseé la muerte, o que el mismo infierno viniera por él. Tragándome la amargura le di la espalda y corrí apresurada a mi habitación, esperando no cruzarme con nadie más y quebrándome al entrar.

La ira se me escapo en lágrimas, odio por haberme dejado pisotear por alguien que desde un principio supe que era un imbécil. No era como que me hubieran roto el corazón, lo habían hecho antes y dolía menos, porque esto era cuestión de orgullo, de dignidad.

El celular volvió a empezar a sonar y después de secarme las lagrimas con la manga del uniforme conteste, sabiendo que muy probablemente ella notara que no estaba bien con solo escucharme.

— ¿Dónde carajos estás? Tengo una eternidad esperándote acá afuera.

Esa noche de frustración hasta quedarme dormida en brazos de mi mejor amiga, al día siguiente fui a visitar a mi abuela pensando que verla quizás me ayudaría a no pensar en nada más, pero cuando llegaron las clases y los días pasaban uno a uno era cada vez más molesto. Verlo cada día pasar junto a mí por los pasillos sin ni siquiera cruzar la mirada, riendo con sus amigos, disfrutando de su vida, ni siquiera en su casa me hablaba, cansado y a minutos de que yo me fuera. Si era tan sencillo ignorarme, ¿Por qué no lo había hecho desde el principio?

Mírame De Nuevo +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora