Capítulo 3

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CHARLA CON QUIRÓN Y ESTROPEAMOS UN AUTOBÚS EN PERFECTO ESTADO

Percy

No tardé mucho en recoger mis cosas. Decidí que el cuerno del Minotauro se quedase en la cabaña, lo que me dejaba sólo una muda y un cepillo de dientes que meter en la mochila que me había buscado Grover.

En la tienda del campamento me prestaron cien dólares y veinte dracmas de oro. Estas monedas, del tamaño de galletas de aperitivo, representaban las imágenes de varios dioses griegos en una cara y el edificio del Empire State en la otra. Los antiguos que usaban los mortales eran de plata, nos dijo Quirón, pero los Olímpicos sólo utilizaban oro puro. También dijo que podrían resultar de utilidad para transacciones no mortales, fueran lo que fuesen.

Nos dio a Annabeth y a mí una cantimplora de néctar a cada uno y una bolsa con cierre hermético llena de trocitos de ambrosía, para ser usada sólo en caso de emergencia, si estábamos gravemente heridos. Era comida de dioses, nos recordó Quirón. Nos sanaría prácticamente de cualquier herida, pero era letal para los mortales. Un consumo excesivo nos produciría fiebre. Una sobredosis nos consumiría, literalmente.

Annabeth trajo su gorra mágica de los Yankees, que al parecer había sido regalo de su madre cuando cumplió doce años. Llevaba un libro de arquitectura clásica escrito en griego antiguo, para leer cuando se aburriera, y un largo cuchillo de bronce, oculto en la manga de la camisa. Estaba convencido de que el arma nos delataría en cuanto pasáramos por un detector de metales.

Por su parte, Grover llevaba sus pies falsos y pantalones holgados para pasar por humano. Iba tocado con una gorra verde tipo rasta, porque cuando llovía el pelo rizado se le aplastaba y dejaba ver la punta de los cuernecillos. Su mochila naranja estaba llena de pedazos de metal y manzanas para picotear. En el bolsillo llevaba una flauta de junco que su padre cabra le había hecho, aunque sólo se sabía dos canciones: el Concierto para piano N.° 12 de Mozart y So Yesterday de Hilary Duff, y ninguna de las dos suena demasiado bien con la flauta de Pan.

Nos despedimos de los otros campistas mientras yo miraba a todos lados, buscando un par de coletas tan negras como las sombras de la noche. Echamos un último vistazo a los campos de fresas, el océano y la Casa Grande, y subimos por la Colina Mestiza hasta el alto pino que antaño fuera Thalía, la hija de Zeus. Quirón nos presentó a Argos y empezamos la bajada. Pero yo me quedé ahí estático.

-¿A qué esperas, Percy? Vamos-Annabeth se detuvo y me miró con esos intimidantes ojos grises que tiene.

-Ustedes adelántense. Estoy esperando a alguien.

-¿A tu novia por alguna casualidad?-Arqueó una ceja en mi dirección sonriendo con burla y yo la miré con cara de pocos amigos.

-No, rubia. Estoy esperando a la reina de Esparta... Y ahí viene-Sonreí al verla correr colina arriba.

Sus características coletas se bamboleaban en el aire mientras avanzaba. Se había puesto una blusa abotonada de color azul oscuro sin mangas, unos jeans a juego y unas botas militares negras con tachuelas plateadas. Cargaba con una mochila bastante grande a sus espaldas.

-Ya estoy lista. Perdón por la tardanza, pero la webona de Tatiana, esa hija de Hermes que parece que le estalló una bomba de acné en la cara, me había robado las botas y estuve media hora buscándolas hasta que encontré a la jodía con mis botas puestas. Así que cargué una litera sobre mi cabeza y le dije a la estúpida esa que, o me daba las prostitutas botas, o me las daba de igual forma pero con varias astillas de madera encima. Finalmente, después de un largo rato de gritos de terror por su parte, se las quitó y me las puse y henme aquí-Soltó una perorata súper veloz que apenas pude entender y solo se detuvo para respirar profundo y preguntar:-¿Nos vamos?

Chele y los dioses del Olimpo (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora