Capítulo 38

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EL CHINO Y EL MECÁNICO SE VUELVEN NUESTROS ENEMIGOS Y ROBAMOS UNAS ALITAS DE POLLO

 
 

Chele

—¡Por aquí!—Gritó Rachel mientras corríamos a toda máquina con la Señorita O'Leary pisándonos los talones.

¿Cómo chingados terminamos en una situación similar? Pus, bueno, para evitar que ustedes también acaben así, les recomiendo no matar al medio hermano malvado y gigantesco de vuestro mejor amigo y crush. Con eso solo lograrás que un ejército de monstruos y semidioses traidores te sigan para caerte a piñazos.

 

En fin, Rachel parecía saber exactamente adonde se dirigía. Doblaba los recodos a toda prisa y ni siquiera vacilaba en los cruces. En una ocasión dijo «¡Agachaos!», y todos nos agazapamos justo cuando un hacha descomunal se deslizaba por encima de nuestras cabezas a lo Indiana Jones. Luego seguimos como si nada.

Perdí la cuenta de las vueltas que dimos. Ni una montaña rusa se le comparaba a esto. No nos detuvimos a descansar hasta que llegamos a una estancia del tamaño de un gimnasio con antiguas columnas de mármol. Me paré un instante en el umbral y agucé el oído para comprobar si nos seguían, pero no percibí nada. Al parecer, habíamos despistado a Luke y sus secuaces por el laberinto.

Entonces me di cuenta de otra cosa: la Señorita O’Leary no venía detrás. No sabía cuándo había desaparecido, ni tampoco si se había perdido o la habían alcanzado los monstruos. Solo esperaba que estuviera bien.

Por favor, por favorcito, Artemisa, Hades y Pan... Por favor, que la Señorita O'Leary se encuentre bien. Es una perra del infierno súper maja y bonita...

Ethan, que no me había dado cuenta de que nos había seguido, se desmoronó en el suelo y se quitó el casco.

—¡Estáis todos locos!

—No sé porqué te sorprendes. Todos estamos locos. Yo estoy loca y tú estás loco—Me encogí de hombros restándole importancia.

—Tú debes de ser el mestizo de mi sueño. El que acorralaron los esbirros de Luke. No era Nico, a fin de cuentas—Aseguró Percy.

—¿Quién es Nico?

—No importa—Percy le restó importancia sacudiendo su mano en el aire—¿Por qué querías unirte al bando de los malos?

—Porque el bando de los buenos no existe. Los dioses nunca se han preocupado de nosotros. ¿Por qué no iba…?—Ethan lo miró con desdén.

—¿A meterte en un ejército que te hace combatir a muerte por pura diversión? ¿A ayudar a revivir a un titán que se COMÍA A SUS HIJOS VIVOS? ¿A matar a otros mestizos solo porque no te quieren ayudar a revivirlo? Abre el ojo, pinche Ethan. No hay bando bueno ni malo, pero el tuyo no cuenta precisamente con la mejor de las compañías ni los mejores objetivos—Le reclamé sintiendo las chispas eléctricas cosquilleando entre mis dedos.

Ethan abrió la boca, probablemente para llevarme la contraria, pero se limitó a cerrarla y ponerse de pie.

—Gracias por la ayuda, pero me largo.

—Estamos buscando a Dédalo. Ven con nosotros. Una vez que lo consigamos, serás bienvenido en el campamento—Le propuso Percy.

—¡Estáis completamente locos si creéis que Dédalo va a ayudaros!

—Por supuesto que estamos locos, chama. ¿Que no te lo había dicho ya?—Me crucé de brazos y alcé una ceja en su dirección.

—Sí, vale. Buena suerte—Espetó e iba a irse, pero lo agarré del brazo.

Chele y los dioses del Olimpo (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora