Capítulo 34

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NOS METEMOS EN EL HORNO DE LA BRUJA DE HANSEL Y GRETEL

 
 

Chele

Activé mi armadura y las protecciones de mis brazos para después colocarme la piel de león como una especie de capa con capucha. Me sentía como una imitación china de la Caperucita Roja. Tan solo me faltaba la canasta y el lobo feroz.

Escuché atentamente lo que me contaba Percy mientras seguíamos a la araña metálica. Realmente me había perdido un montonal de cosas mientras asistía al funeral y lidiaba con el papeleo, la herencia y mi tutela. Me partí de la risa cuando Percy me comentó el pequeño encuentro que tuvieron la rubia y la esfinge. Me lamenté porque Tyson se sintiera decepcionado al conocer a su ídolo: el primer cíclope de toda la historia griega. También maldije a Gerión en todos los idiomas que me sabía. Me sentí muy mal por Di Angelo. Y me enteré de que Grover al menos había descubierto una pista sobre dónde podría estar Pan.

 

No había pasado mucho tiempo cuando el túnel empezó a calentarse como un maldito horno. Me preguntaba internamente si por alguna casualidad de la vida habíamos ido a parar a la cocina de la bruja de Hansel y Gretel. Estaba muy tentada de quitarme la armadura, las protecciones, la capa, la ropa... Pero tenía mi dignidad, ¿eh?

 
(Hum-jum... Dignidad. Hum-jum... Esa ni tú te la crees)
 

El pasadizo descendía en una pronunciada pendiente y al fondo se oía un gran rugido, como el fragor de un río de metal. Ambos seguíamos a la arañita, ahora en silencio. Inspiré hondo, mentalizándome para lo que iba a decirle a Percy.

—Yo he sido el espermatozoide más fuerte—Le dije con una cara muy seria y Percy se comió tremendo boniato de la sorpresa.

—¿¡Qué-...!?

—Me encontré con mi padre hace aproximadamente unos quince minutos. Hablamos un poco y, bueno... Los dos nos dimos cuenta de que yo soy hasta el momento su única hija que ha sobrevivido durante tantos años.

—Ya veo... Yyyyyyyyyyy... ¿Cómo te sientes?

Lo miré a los ojos. Se notaba preocupado por mí y eso me hacía sentir querida en cierta medida. Me sonrojé un poco y desvié la vista, tratando de que mi pelo me ocultara el rostro. Había dejado de recogérmelo últimamente porque me daba flojera hacerlo y normalmente no tenía mucho tiempo para preocuparme por hacerme peinados.

—La verdad es que aún me siento como una bebé llorona. Siempre he estado rodeada del amor de mis tíos, primos, mi abuela y mi mamá. Dependo demasiado de él... No soy una persona que pueda vivir sola por su propia cuenta. Pero al menos aún tengo al campamento, a Quirón, mi padre divino, a Sally y a ti.

—Me alegro por ti. En serio—Seguimos corriendo en silencio durante un rato hasta que Percy reparó en la piel de león—Oye... ¿Esa capa no será...?

—Regalo de mi padre—Asentí alegre—Dice que no la puede usar en el estrecho de Gibraltar porque hace una caló de los mil demonios.

—Me alegro por ti—Percy sonrió en mi dirección y yo también lo hice.

De repente el rugido empezó a sonar muchísimo más fuerte. Después de un kilómetro más o menos, desembocamos en una caverna del tamaño del estadio de la Super Bowl. La araña se detuvo y se acurrucó hasta formar una bola, así que la agarré y me la metí en el bolsillo de mi short. Habíamos llegado a la bendita fragua de Hefesto.

No había suelo propiamente dicho, sólo un lago de lava que bullía mucho más abajo, a centenares de metros. Nosotros estábamos en una cresta rocosa que rodeaba todo el perímetro de la caverna. Una red de puentes metálicos se extendía sobre el abismo. Y en el centro, una inmensa plataforma con toda clase de maquinas, calderas, fraguas y el yunque más grande que he visto en mi vida: un bloque de hierro como una casa.

Chele y los dioses del Olimpo (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora