Capítulo 14

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ME ASIGNAN UN NUEVO COMPAÑERO DE CABAÑA Y ME CONVIERTO EN ALMOHADA

 

Percy

El sol se estaba poniendo tras el pabellón del comedor cuando los campistas salieron de sus cabañas y se encaminaron hacia allí. Nosotros los miramos desfilar mientras permanecíamos apoyados contra una columna de mármol. Annabeth se hallaba aún muy afectada por la partida de Quirón. Pero no tardó en dejarme solo para ir a reunirse con sus hermanos de la cabaña de Atenea: una docena de chicos y chicas de pelo rubio y ojos grises como ella.

Luego pasó Clarisse, encabezando el grupo de la cabaña de Ares. Llevaba un brazo en cabestrillo y se le veía un corte muy feo en la mejilla, pero aparte de eso su enfrentamiento con los toros de bronce no parecía haberla intimidado. Alguien le había pegado en la espalda un trozo de papel que ponía: «¡Muuuu!». Pero ninguno de sus compañeros se había molestado en decírselo.

Después del grupo de Ares venían los de la cabaña de Hefesto: seis chavales encabezados por Charles Beckendorf, un enorme afroamericano de quince años que tenía las manos del tamaño de un guante de béisbol y un rostro endurecido, de ojos entornados, sin duda porque se pasaba el día mirando la forja del herrero. Era bastante buen tipo cuando llegabas a conocerlo, pero nadie se había atrevido nunca a llamarle “Charlie”, “Chuck” o “Charles”; la mayoría lo llamaba “Beckendorf” a secas. Según se decía, era capaz de forjar prácticamente cualquier cosa; le dabas un trozo de metal y él te hacía una afiladísima espada o un robot-guerrero, o un bebedero para pájaros musical para el jardín de tu madre; cualquier cosa que se te ocurriera. A veces le pedía ayuda a Chele para trasladar o moldear materiales y objetos pesados y duros.

Siguieron desfilando las demás cabañas: Deméter, Apolo, Afrodita, Dioniso. Llegaron también las náyades del lago de las canoas; las ninfas del bosque, que iban surgiendo de los árboles; y una docena de sátiros que venían del prado y que me recordaron dolorosamente a Grover.

Después de los sátiros, cerraba la marcha la cabaña de Hermes, siempre la más numerosa. El verano pasado su líder era Luke, el tipo que había luchado con Thalía y Annabeth en la cima de la Colina Mestiza. Yo me había alojado en la cabaña de Hermes durante un tiempo, hasta que Poseidón me reconoció; y Luke se había hecho amigo mío… pero después trató de matarme.

Ahora, los líderes de la cabaña de Hermes eran Travis y Connor Stoll. No eran gemelos, pero se parecían como si lo fueran. Nunca recordaba cuál era el mayor. Ambos eran altos y flacos, y ambos lucían una mata de pelo castaño que casi les cubría los ojos; la camiseta naranja del Campamento Mestizo la llevaban por fuera de un short muy holgado, y sus rasgos de elfo eran los típicos de todos los hijos de Hermes: cejas arqueadas, sonrisa sarcástica y un destello muy particular en los ojos, cuando te miraban, como si estuviesen a punto de deslizarte un petardo por la camisa.

Siempre me había parecido divertido que el dios de los ladrones hubiera tenido hijos con el apellido Stoll (se pronuncia igual que stole, pretérito del verbo steal, «robar»), pero la única vez que se me ocurrió decírselo a Travis y Connor me miraron de un modo inexpresivo, sin captar el chiste, mientras que Chele se reía de la situación, más específicamente de mi fiasco humorístico.

Me extrañó un poco que Chele no estuviera sentada en la mesa de Zeus. Pero luego recordé su conversación con Clarisse, la cual parecía más una de un comandante dictaminado órdenes a un soldado. Sumé dos con dos y deduje que tal vez estuviera haciendo guardia en la Colina Mestiza.

Cuando hubo desfilado todo el mundo, entré con Tyson en el pabellón y lo guié entre las mesas. Las conversaciones se apagaron al instante y todas las cabezas se volvían a nuestro paso.

Chele y los dioses del Olimpo (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora