Capítulo 18

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NOS ALOJAMOS EN EL BALNEARIO C. C. DE SALUD Y BELLEZA


Percy

Desperté en un bote de remos con una vela improvisada con la tela gris de un uniforme confederado. Chele, sentada a mi lado, iba orientando la vela para avanzar en zigzag. Intenté incorporarme y de inmediato me sentí mareado. Ella se percató de mis movimientos y me ayudó a incorporarme en silencio.

-¿Y Tyson...?

Chele estrujó sus labios y meneó la cabeza de forma negativa. Su expresión era sombría y me fijé en ese momento que sus ojos estaban inyectados en sangre: había llorado. Guardamos silencio mientras las olas nos sacudían.

Había visto cómo aquella explosión destrozaba el hierro blindado. Si Tyson estaba junto a las calderas en aquel momento, era imposible que hubiera sobrevivido. Había dado su vida por nosotros, y yo no podía dejar de recordar todas las veces en que me había avergonzado de él y había negado que estuviéramos emparentados y las que había discutido con Chele por ser un inmaduro, un hipócrita y un insensible.

Las olas rompían contra el bote. Chele me enseñó algunas cosas que había logrado salvar del naufragio: el termo de Hermes (ahora vacío porque Chele lo abrió sin saber qué esperar exactamente de él aparte de que saliera el aire), una bolsa hermética llena de ambrosía, un par de camisas de marinero y una botella de SevenUp. Ella me había sacado del mar y también había encontrado mi mochila, aunque los dientes de Escila la habían desgarrado por la mitad. La mayor parte de mis cosas se habían perdido en el agua, pero todavía tenía el bote de vitaminas. Y también mi espada Contracorriente, desde luego. No importaba dónde perdiera aquel bolígrafo: siempre volvía a aparecer en mi bolsillo.

Navegamos durante unas incómodas horas de absoluto silencio. Ahora que estábamos en el Mar de los Monstruos, el agua relucía con un verde todavía más brillante, como el ácido de la hidra. El aire era fresco y salado, pero tenía además un raro aroma metálico, como si se aproximara una tormenta eléctrica, o algo aún más peligroso. Yo sabía en qué dirección debíamos seguir. Y sabía que nos hallábamos exactamente a ciento trece millas náuticas de nuestro destino, en dirección oeste noroeste.

Pero no por eso lograba sentirme menos perdido.

Sin importar en qué dirección virásemos, el sol siempre me daba en la cara. Compartimos unos sorbos de SevenUp y utilizamos la vela por turnos para guarecernos un poco con su sombra. Le conté de mi último sueño con Grover.

Estimamos juntos que probablemente teníamos menos de veinticuatro horas para encontrarlo, y eso dando por supuesto que mi sueño fuese fiable y que Polifemo no cambiara de idea e intentara casarse antes.

-Chele, yo...-La voz se me entrecortó.

-No es necesario-Me interrumpió abruptamente sin apartar la vista del horizonte-Si vas a formular teorías de que Tyson pudo haber sobrevivido... Será mejor que te las guardes. No necesito falsas esperanzas. Prefiero asumir lo peor-Hizo una pausa y entonces me miró con esos ojos de un azul eléctrico que parecía echar chispas-Y, si vas a disculparte, será mejor que te guardes tus disculpas también porque ya no tienen valor.

Abrí mi boca y la volví a cerrar. En ese momento una gaviota descendió de repente en picado, como salida de la nada, y se posó en nuestro mástil improvisado. Chele se sobresaltó cuando el pájaro dejó caer en su regazo un enredo de ramitas y hojas que debían habérsele enganchado.

-Tierra. Tiene que haber tierra cerca. Así Colón supo que se acercaba a América.

Me senté. No había duda: se veía una línea azul y marrón a lo lejos. Un minuto más tarde se divisaba una isla con una montañita en el centro, con un deslumbrante conjunto de edificios blancos, una playa salpicada de palmeras y un puerto que reunía un surtido bastante extraño de barcos.

Chele y los dioses del Olimpo (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora