Capítulo 55

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RECIBO UN JARRO DE AGUA FRÍA Y NOS DESPEDIMOS... MÁS O MENOS


Percy

El resto del día resultó tan extraño como lo había sido el principio. Los campistas empezaron a llegar desde Nueva York en coche, en pegaso o en carro. Los heridos fueron atendidos y los muertos recibieron honras fúnebres en la hoguera del campamento de acuerdo con los antiguos ritos.

El sudario de Silena era de un rosa subido y llevaba bordada una lanza eléctrica. Las cabañas de Ares y Afrodita la aclamaron como a una heroína y luego prendieron juntas la pira. Nadie pronunció la palabra «espía». Ese secreto ardió hasta convertirse en cenizas mientras se elevaba hacia el cielo una nube de humo aromatizado con perfume de diseño.

Incluso Ethan Nakamura tuvo su sudario: uno de seda negra con un logo formado por dos espadas cruzadas bajo una balanza. Mientras el sudario empezaba a arder, confié en que Ethan supiera que había logrado algo importante. Había tenido que pagar un precio mucho más alto que un ojo, pero los dioses menores iban a obtener al fin el respeto que merecían.

La cena en el pabellón transcurrió discretamente. La única nota de interés la puso la ninfa Enebro, que apareció de pronto gritando «¡Grover!», y se lanzó sobre su novio con un abrazo/placaje, entre los aplausos de todos los presentes. Luego bajaron a la playa a dar un paseo a la luz de la luna. Me alegraba por ellos, aunque la escena me hacía pensar en Silena y Beckendorf, y eso me entristecía.

La Señorita O'Leary retozaba alegremente de aquí para allá, comiéndose las sobras de todas las mesas. Nico estaba en la mesa principal con Quirón y el señor D, cosa que nadie parecía encontrar fuera de lugar. Al contrario, todos le daban palmaditas en la espalda y lo felicitaban por su destreza en el combate. Hasta los hijos de Ares lo consideraban un tipo guay. Ya lo ves: preséntate con un ejército de guerreros muertos en el momento crucial y, de repente, todos querrán ser tus amigos.

Poco a poco, la gente se fue retirando del pabellón. Algunos se dirigieron a la hoguera del campamento para cantar a coro; otros se fueron a la cama. Permanecí sentado a la mesa de Poseidón, contemplando cómo rielaba la luna en las aguas de Long Island Sound. Vislumbraba a Grover y Enebro en la playa, tomados de la mano y charlando. Reinaba la tranquilidad.

-Eh, Percy. Feliz cumpleaños-Chele se deslizó a mi lado en el banco.

Sostenía un trozo de tarta grandioso y algo magullado, cubierto de azúcar glasé azul. Me quedé mirándola.

-¿Qué?

Ella soltó un par de risillas.

-Venga ya, sesos de algas. Hoy es tu cumpleaños.

Estaba perplejo. Ni siquiera me había acordado, pero tenía razón. Había cumplido dieciséis años aquella mañana: justamente la mañana en que había decidido darle el cuchillo a Luke. La profecía se había cumplido con toda exactitud, como estaba previsto, y yo no había caído en que era mi cumpleaños.

-Pide un deseo.

-¿La has preparado tú?

-Tyson me ha ayudado. Traducción: el guapo lo hizo por sí solito.

-Ya entiendo por qué parece un ladrillo de chocolate. Con ración extra de cemento azul.

Chele se echó a reír. Pensé un segundo y luego soplé la vela. Entonces ella me sorprendió aún más estampando la tarta en mi cara. Tuvimos una pequeña pelea de merengue hasta que decidimos dejar de jugar con la comida.

Nos limpiamos en el agua y cortamos la tarta por la mitad. La compartimos, comiendo con los dedos, sentados uno junto al otro, contemplamos el océano. Nos llegaba el canto de los grillos y algún rugido de los monstruos del bosque, pero por lo demás había silencio.

Chele y los dioses del Olimpo (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora