Llevo unos días sin salir de mi cuarto, ni siquiera he ido a comer o a cenar, el dolor de mi pecho se ha acrecentado y me ha caído encima como un balde agua fría. Mi hermano no ha venido a visitarme, Hugo está desaparecido, ni siquiera lo he escuchado estos días y las niñas me han llamado sin parar, pero no he tenido fuerzas para coger el teléfono. Isabel ha sido la única que ha estado en contacto conmigo, para traerme la comida y la cena y mantener unas pequeñas charlas. Agradezco que entienda mi dolor y no presione, que solo me apoye y me deje mi espacio.
Estoy muy cansada a nivel físico, apenas he pegado ojo últimamente, las ojeras en mi rostro lo confirman. Tengo un aspecto horrible, eso hace que me sienta mucho peor conmigo misma.
Ahora estoy tumbada en la cama, viendo algunas películas que me recomendó el chico de la puerta de al lado, fue el único contacto que mantuvimos estos días, me dejó una nota pegada en la puerta para cuando tuviese ganas de «nutrirme cinematográficamente». Entre ellas se encuentran Regresión, Shutter Island, Valley girl, Dirty dancing, incluso una que se llama La princesa prometida. Esta última no tiene pinta de ser de mi estilo, con lo cual la descarto. Hay muchísimas películas, aunque por ahora solo he visto una.
Escucho como llaman a la puerta, doy un aviso para que entre, esperando que sea Isabel. Mi sorpresa es enorme cuando descubro a dos chicas sonriéndome, sus sonrisas pronto se esfuman para poner una mueca de preocupación.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Rita poniendo un puchero.
Niego dando a entender que no quiero hablar de ello, no estoy preparada para esta conversación. La gente de mi círculo lo sabe porque pasó conmigo el momento, es distinto tener que decirlo en voz alta.
Me sorprende que no presionen, que no vuelvan a preguntar, solo se sientan en la cama y me abrazan entre las dos, lo cual resulta muy reconfortante.
—¿Cómo sabíais dónde vivo? —pregunto aún en el abrazo.
Se separan y sonríen.
—Le pregunté al macizo del otro día—responde naturalmente la pelinegra, trazando una sonrisa pícara. Pongo los ojos en blanco.
La otra noche tuve que robarle el móvil a Hugo para llamarla ya que el mío se había quedado sin batería, es por eso que tiene su teléfono.
—Qué escondido lo tenías—insiste alzando una ceja.
—Es el novio de mi mejor amiga—explico.
Ellas ponen su boca en forma de «o», asienten y se callan.
—¿Qué tal estás? —me dirijo hacia la pelirroja con preocupación, ella levanta la mirada y sonríe levemente.
—Estoy viviendo con mis padres otra vez—explica—y también voy a terapia—se encoge de hombros. Apoyo la mano sobre su hombro.
—Me parece lo mejor—sonrío tímidamente.
—Gracias—agradece al momento—se me olvidó decírtelo después de todo.
—No hace falta—le resto importancia, pero agradeciendolo por dentro. Reconforta que te sientas útil para los demás.
—¿Qué te ha pasado en el ojo? —pregunta de repente, no me había dado cuenta de que aún lo tengo algo amoratado, aunque mucho mejor.
Me echo hacia atrás sin saber qué responder, Olivia y yo intercambiamos miradas cómplices sin que la tercera se dé cuenta, es un secreto que no pensamos contarle.
—Me di un golpe contra una estantería al ordenarla—miento y señalo las nuevas estanterías donde están todos los libros de mi madre.
Salgo del paso victoriosa.
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Hiraeth
Teen FictionJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...