Llegamos al teatro, junto con mis amigas, dispuesta a acabar el mural en el que llevo los últimos días trabajando. Esta vez es Hugo el que nos lleva en coche, su madre tenía demasiado trabajo y le suplicó que fuese en su lugar.
Entramos, y claramente, el día de hoy hay una jauría de personas correteando por todas partes e incluso diviso a la distancia a Agnes quejándose al encargado de sonido, tiene su ceño fruncido y una mirada que parece te va a helar la sangre. Sonrío al verla, últimamente hemos estado charlando de muchas cosas, me parece una mujer muy interesante.
Sin más dilación, cada una se va a ocupar de sus tareas, me apuro hasta llegar al mural para encargarme de los últimos detalles. Vuelvo a sentirme viva cuando tomo una brocha y la restriego por la superficie, tal y como mi cerebro ordena. Quiero seguir pintando hasta quedarme sin fuerzas para levantar los brazos, continúo absorta, sin prestar atención a mi alrededor.
—No sé cómo, pero siempre me sorprendes—escucho tras de mí, explotando mi burbuja se encuentra el moreno al lado de su abuela.
Por un momento ignoro su comentario, y le echo un vistazo a la mueca de la señora, que detalla mi obra con una atención pasmosa. Vuelvo la vista hacia el moreno, y las mariposas revolotean sin permiso, sus ojos son tan bonitos que me olvido de lo que estaba haciendo.
—Te has dejado esta parte—suelta la mujer, interrumpiendo el momento.—Creo que la casa debería tener algo más, lo veo demasiado simple.
Su comentario no debería molestarme en absoluto, pero me turba, comienza a nublar mi juicio y tengo la necesidad de volver a comenzar de nuevo. Jugueteo con mis dedos para no permitirles moverse, aprisionados los unos con los otros bajo la atenta mirada del moreno, sé que es el único consciente de mi nerviosismo.
—Deberías haberlo explotado más, no hay suficiente vida en el cuadro. No transmite esa sensación de hogar, de paz—sigue juzgando sin piedad.
Con cada palabra me hago más pequeña. Nunca he tenido miedo a las críticas, y menos a lo que me diga prácticamente una desconocida, pero cuando se trata de lo que yo hago, del arte que intento plasmar, me siento indefensa. Sobre todo bajo la vista de Agnes, que es una mujer a la que he terminado apreciando, y de la que me importa su opinión.
—Abuela, estás siendo demasiado crítica. Es un simple mural para una obra de teatro—intenta apoyarme su nieto, ofreciéndome una diminuta sonrisa de disculpa, que me hace sentir aún más indefensa.
—Desde luego, eres igual de pánfilo que los cabezas hueca que no saben lo que es el arte—exclama con dramatismo, volviéndose hacia mí—cuando pintas, debes darlo todo. Lo sé porque tenemos la misma alma de artista. Te juzgo porque tienes potencial, niña. Y debes aprovecharlo—admite con seriedad, dejando que se le marquen todavía más las arrugas.
Esto me da más confianza para hablar, para expresar lo que siento.
—Gracias, pero como todo artista, yo decido lo que pongo o no. Es mi obra.
Me espero una mala cara por parte de la señora, que me mira como si me hubiera salido un tercer brazo. Nos mantenemos en silencio, hasta que logra recuperar la voz. Antes de eso, su mueca se relaja, y parece que está a punto de sonreír. Me encuentro confundida ante la situación, y al girarme hacia Hugo, parece igual o todavía más que yo.
—Eso es lo que estaba esperando—admite esta vez sonriente—Que les den a los críticos, tú tienes que estar confiada con lo que haces y lo que pretendes reflejar. Que te resbale lo que piensen los demás. Debes tener convicción—asiente en lo que parece estar orgullosa y le ordena a su nieto que la siga a hacer una tarea, que según ella, ambos no somos capaces de concentrarnos en trabajar cuando estamos cerca el uno del otro.

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Hiraeth
Teen FictionJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...