Capítulo 30

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Nos abrimos paso, sin cuidado, al trote por los pasillos en busca del cuarto de mi hermano. Todo el mundo se nos queda mirando, a nosotros tres, la familia de locos que han irrumpido como ganado descarriado en medio de un hospital. La verdad es que me da igual.

Al llegar a nuestro destino nos deslizamos en el interior de la habitación, dirijo mi atención hacia la figura tendida en la cama, y al fin lo veo, con los ojos abiertos dedicándome la sonrisa más bonita que he visto nunca. Casi se me detiene el corazón de la emoción.

—Me gusta madrugar—pronuncia con voz ronca, manteniendo su humor de siempre.

Me apresuro a abrazarlo, urgentemente, lo aprisiono contra mi cuerpo hasta que suplica que lo suelte. En mi interior lanzan fuegos artificiales, y hasta se celebra un maldito festival de heavy metal.

—Sabía que vendrías a salvarme—susurro sin quitarle la vista de encima, tomando su mano y negándome a soltarlo. No permitiré que se vaya, nunca más.

—¿Qué? —cuestiona confuso ante mis palabras, niego con una sonrisa y aprieto su mano sin creerme todavía que esté aquí, conmigo.

Ahora que me detengo a escudriñarlo, su rostro parece ligeramente envejecido debido a las ojeras que se muestras bajo sus ojos, sus mejillas se encuentran ligeramente hundidas al igual que su cuerpo parece más escuálido. Lleva poco más de una semana en coma, y parece como si lo hubiera aplastado el paso del tiempo. Se me encoge un poco el corazón ante esta imagen, pero consigo mantenerme animada por tenerlo aquí.

—¡Adrián cariño! —exclama Isabel, acaparando toda la atención, lo llena de besos por toda la cara y este se queja como un viejo fanfarrón. Me aparto para dejarlos abrazarse.

—¿Sabéis que tengo la sensación que escuché música en mis sueños? —comenta de pronto, dejándonos a todos un poco descolocados con su pregunta. Isabel pone una mueca desconcertada, sin saber a qué se refiere, mientras que el moreno me lanza una mirada socarrona, incluso en mi cabeza oigo su voz "te lo dije". Pongo los ojos en blanco, intentando bajar su ego.

—Hugo insistió en poner a la banda esa del demonio—bufo simulando molestia, dejando a mi hermano impresionado, éste le lanza una mirada de complicidad al otro hombre de la sala y ambos se sonríen.

El moreno da unos cuantos pasos hasta llegar a la cama sobre la que reposa mi hermano, el primero se acerca, con cautela, y ambos se funden en un abrazo que nos sorprende a las mujeres de la sala. Tanto Isabel como yo, observamos la escena, enternecidas.

Por un momento, mi mente viaja a cuando éramos niños y ambos tenían esa conexión inexplicable, que nos sorprendía a ambas familias, podían pasar meses que no se veían, pero al volver a encontrarse era como si todo siguiera igual. Siempre envidié eso, hasta que llegó Marta a mi vida.

Tras unos minutos de charla entre Isabel, Hugo y mi hermano, la habitación se somete a un silencio sepulcral, soy yo la que decide interrumpir la tranquilidad. Su ingreso no ha sido a causa de ningún accidente, o enfermedad física, mi hermano es adicto. Y esa adicción casi le cuesta la vida.

—Vas a volver a rehabilitación—declaro sin miramientos, no como una pregunta o un consejo, sino autoritaria.

Adrián me dirige una mirada dolida, como si el simple hecho de hablar del tema le hiciese daño, no se atreve a llevarme la contraria y asiente con la cabeza gacha.

—Cuando salga del hospital ya organizaremos los trámites, querida—comenta la señora frente a mí, intentando calmar el ambiente, yo no cedo en mi mirada desaprobatoria—Vamos a por un café, os dejamos solos—anima a su hijo a acompañarla, inmediatamente después de esto, se retiran en silencio y desaparecen tras la puerta.

HiraethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora