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Otra jornada más de trabajo, otro día más en la cafetería, solo que Rita no ha aparecido por aquí, es muy raro en ella. Olivia me ha comentado que no tiene ni idea de lo que le podría haber pasado, la ha llamado al móvil más de una docena de veces y no lo coge.
—Quizás se ha quedado dormida—intento tranquilizar a mi compañera, la cual se encuentra con el ceño fruncido y repiqueteando el pie contra la baldosa de forma repetitiva y bastante molesta.
—Es muy raro—comienza a juguetear con el septum como señal de nerviosismo.
El encargado nos llama la atención por estar paradas detrás de la barra y dejar desatendidos a los clientes, es irónico, él ni siquiera mueve un dedo. Sirvo las mesas rápidamente para agilizar el trabajo, resulta bastante complicado servir en un local tan grande entre dos personas. Hemos cubierto a nuestra compañera, diciéndole que tenía médico, ya nos las arreglaremos para conseguirle un justificante.
No puedo evitar sentirme un poco agitada por toda esta situación, no quiero más malas noticias, es lo único que pido.
—Perdone—oigo una voz madura llamándome desde una mesa, corro hasta su localización, es una mesa de un hombre y una mujer, seguramente jubilados. —Mi mujer pidió leche de soja y esto no es leche de soja. Preste más atención la próxima vez, señorita. No querrá que los demande por intoxicación alimenticia—protesta de forma tosca.
—Lo siento mucho. Ahora mismo le traigo otro—me disculpo y sonrío de la forma más falsa que puedo, le retiro su taza y me dispongo a ponerle otra.
De camino a la barra escucho un sonido estridente de vidrio rompiéndose y una bandeja cayendo al suelo, proviene de dentro. Corro hacia el almacén como alma que lleva el diablo y me encuentro con Olivia petrificada, me acerco a ella y conforme lo hago, vislumbro una figura frente a ella, Rita. Su cara se encuentra totalmente descompuesta, el maquillaje que suele tener impecablemente adornando sus ojos, corrido por sus mejillas, su mirada perdida y está como si no fuera consciente de su aspecto. Despierta de un momento a otro y comienza a recoger los pedazos de vasos que han caído por el suelo.
—Por el amor de Dios—escucho una protesta masculina detrás de mí—¿podría alguien atender a los clientes? —se cruza de brazos intentando imponer autoridad, Olivia no sale de su trance—Y tú—reñala a Rita—lávate la cara por favor, menuda imagen—se larga por donde vino maldiciendo entre dientes.
—Voy...al-al baño—tartamudea de forma débil como si se fuera a echar a llorar.
—No—escucho la voz de mi otra compañera por primera vez desde que entré aquí, lo dice de forma contundente y sin miramientos—nos vamos al hospital.
Reacciono como un muelle volviendo al lugar del principio, como si estuviera en bucle.
—¿Qué ha pasado? —pregunto ansiosa y con ganas de vomitar.
La respuesta parece que tarda años en llegar, ambas se miran fijamente como en un duelo de miradas. Finalmente, Rita la aparta y solloza, mientras Olivia toma aire, yo solo las observo sin abrir mínimamente la boca.
—Rita ha sufrido una agresión sexual—confiesa.
Me quedo sin palabras e incluso diría sin sangre, la cabeza me da vueltas durante unos segundos y creo que no he entendido bien lo que me ha dicho.
—¿Qué? Pero...—balbuceo torpemente.
—Su novio la forzó anoche—termina explicándome con lástima en la voz y a la vez rabia.
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Hiraeth
Подростковая литератураJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...