A lo lejos oigo un sonido repetitivo, como el de una campana, me provoca dolor de cabeza solo de escucharlo. Intento alcanzarla, corro hacia un reloj gigante que se cierne ante mí. Pero a cada paso que doy la distancia se hace más larga, es como si no pudiera avanzar, como si el camino no llegase a su fin. Me agoto de tanto correr, mis pulmones arden y tengo ganas de vomitar del dolor, aún así alargo el paso y continúo corriendo. El sonido sigue repiqueteando en mis oídos, como si no fuese a detenerse nunca. Resulta familiar, uno al que estoy acostumbrada, rebusco en el interior de mi mente hasta que todo cobra sentido.
Finalmente caigo en que esto es un sueño y la alarma es real.
—¡Mierda! —me despierto alarmada, empapada en sudor y con un dolor de cabeza insoportable, como si me hubiera atropellado un camión varias veces.
No me permito pensar en eso, echo un vistazo al reloj y veo la hora que es, voy a llegar tarde.
Pego un salto fuera de la cama, doy un par de zancadas hasta el armario, todavía con la cabeza dándome vueltas y me pongo lo primero que pillo, me hago una coleta con las manos y termino de calzarme unas botas. Por último, agarro el móvil y la mochila a la velocidad de la luz y salgo corriendo escaleras abajo maldiciéndome por no haberme acordado de que hoy tenía que trabajar. Mi primer día y voy a llegar tarde, fantástico.
Ya en la entrada, sujeto las llaves del coche entre mis manos y me lanzo sobre el asiento delantero para acelerar con prisa por el portal, saludo a los jardineros con una sonrisa y por fin dejo atrás la casa. Todavía se me hace raro pensar en esta como mi casa, pero ya no tengo otra, ahora que la de mis padres está a la venta no nos pertenece. Evito hablar del tema. No estoy diciendo que esté de acuerdo con que le vendan, sino que he aceptado que es un hecho que no puede revertirse, al igual que la muerte de mis padres.
Después de trabajar me propongo ir a hablar con mi hermano e intentar arreglar las cosas entre nosotros, últimamente no es que estemos muy unidos. Todavía me duele pensar que no me ha dicho lo suyo con el rubio.
Al fin consigo aparcar cerca de la floristería, rezo por que no se den cuenta de que llego diez minutos tarde, ya que la jefa fue muy específica respecto a ese tema.
En cuanto pongo un pie en el suelo del local, logro observar una figura femenina con una postura algo intimidante y cara impasible. Solo con ver el gesto, sé que no está para nada contenta.
—Llegas tarde—señala al reloj que se encuentra detrás de ella, su tono sigue siendo igual de brusco e incluso podría subirlo de nivel por lo molesta que está. Esta vez no puedo reprocharle nada, es mi culpa.
—Lo siento—me disculpo sin decir más, espero que no me despida el primer día.
—Es de muy mala educación hacer esperar a tu jefa y por encima...—parlotea con aires autoritarios y el ceño fruncido.
—¿Dónde dejo esto? —una persona la interrumpe apareciendo detrás de mí, al girarme me doy cuenta de que es un chico que sostiene una caja enorme de cartón, ni siquiera me permite verle el rostro.
—Oh—tarda unos segundos en reaccionar, a lo cual recibe un bufido por parte del joven—Déjalo en el almacén—termina indicando.
Mientras él hace lo que se le ha ordenado, mi jefa se queda sin palabras, como si estuviese intentando recordar lo que me estaba diciendo. Me mantengo en silencio hasta que ella decide romperlo.
—Te voy a dar una última oportunidad porque es tu primer día—rechista algo molesta, no le respondo esperando que de esta forma se le pase antes el enfado, me limito a bajar la cabeza avergonzada y asentir—Tus funciones la primera semana consistirán en tomar pedidos y cobrar a los clientes, la próxima semana te enseñaré la forma de organizar el almacén y de arreglar los ramos—explica.
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Hiraeth
Teen FictionJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...