Capítulo 27

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Correteo por la casa, en busca de las llaves de mi coche, no hay nadie en casa. Me maldigo interiormente por haber perdido las llaves del coche, me tengo que ir a trabajar, tengo turno de tarde y voy a retrasarme por esta tontería. Es imposible que alguien me las haya cogido, ya que llevo un par de días sola en casa. Isabel está de viaje, Adrián lleva días sin aparecer y tampoco contesta a mis mensajes, y Hugo sigue su rutina de siempre de aparecer y desaparecer. Tampoco es que me haya preocupado por estar sola, llevo días sin parar, he tenido que encargarme de los repartos para bodas y atender en la floristería. Solo me detengo para comer y para dormir, y eso me tranquiliza ya que no tengo tiempo para deprimirme. Incluso las noches están siendo reparadoras, sin resquicios de insomnio o pesadillas, supongo que se deberá al ritmo de vida acelerado que llevo.

Antes de que se me haga aún más tarde, me rindo ante la posibilidad de encontrar las malditas llaves, lo dejo para otro momento y salgo, literalmente, corriendo hacia la parada de bus más cercana. Mientras, tecleo el número de la floristería con esperanzas de que Elio ya esté allí y conteste.

—¿Diga? Aún no hemos abierto, lo siento—dice con un tono neutral.

—¡Elio! —exclamo ahogada por la carrera que me he pegado—Llegaré tarde, no encuentro las llaves de mi coche y voy a coger el bus—explico aun recuperando el aliento.

—Está bien, novata, no te retrases demasiado—responde con el mismo tono, ya no me sorprende que ni siquiera espere a una despedida, cuelga inmediatamente.

Agradezco que no me haya echado una bronca por llegar tarde, él al igual que su hermana es un obseso del control y el orden. No le gusta ver nada fuera de sitio, ni que los planes no vayan como planearon.

Tras un trasbordo, y una media hora de bus, entro acalorada en mi puesto de trabajo. Tal y como imaginaba, hay una larga cola de personas esperando a ser atendidas, y el teléfono no para de sonar. En cuanto me ve, mi compañero me echa una mirada asesina, si las miradas pudiesen matar, yo ya estaría a tres metros bajo tierra. Me disculpo silenciosamente, no me atrevo a dirigirle la palabra. Como siempre, me ocupo de llevar la agenda y atender el teléfono, mientras Elio se encarga de tomarles nota a los clientes y preparar sus pedidos. A sorpresa de todos, incluidos nosotros, formamos un buen equipo. Es muy simple en realidad, yo no me meto en sus cosas y él no se mete en las mías, apenas hablamos y todos en paz.

Poco a poco la estancia se va aligerando de personas, aunque es cierto que los pedidos por teléfono no cesan. De pronto, escucho mi tono de llamada desde un cajón del mostrador, a lo que Elio me reprende por segunda vez en el día en silencio. Me disculpo de la misma manera, y abro el cajón para silenciarlo. Cuando veo que la llamada pertenece a un número muy largo, me extraño, no sé de dónde procede el impulso de coger el teléfono y contestar a la llamada, pero lo hago. Por tercera vez, Elio parece querer asesinarme muy lentamente.

—¿Diga? —contesto a la expectativa, como sea algo de publicidad juro que tiraré el móvil a la basura.

—Buenas tardes, ¿hablo con Julieta Rojas? —una voz femenina, muy aguda, se hace hueco a través del altavoz de mi móvil.

—Sí, soy yo

—La llamamos del hospital, la tenemos como contacto de emergencia para su hermano, Adrián Rojas—me explica la chica muy amablemente—Hemos ingresado a su hermano por una sobredosis, ahora mismo está en coma y en estado crítico.

Por un segundo mi corazón pega un vuelco, ahogo un grito de dolor, a lo que Elio se vuelve a girar esta vez para reprenderme de forma verbal, esta vez se detiene justo en el instante en el que me mira a la cara. Llevo una mano a la boca mientras oigo a la chica al otro de la línea, pero no estoy prestando atención, ahora mi mundo no para de dar vueltas. Es mi compañero el que me toma del brazo y me arrastra hacia el interior del almacén, escudriña mi rostro y frunce el ceño. Creo que mis piernas me empiezan a fallar, y debo apoyarme en una mesa que se encuentra a mi derecha. De pronto, el chico rubio me arrebata el móvil de las manos y se lo lleva al oído.

HiraethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora