Bostezo mientras sumerjo la cuchara en el bol de cereales, la luz brilla con fuerza frente a mí, me veo en la obligación de entrecerrar los ojos con el propósito de no quedarme ciega.
—Buenos días—escucho la voz de Antonio muy cantarina desde por la mañana.
—Buenos días—respondo algo seca.
No es que sea una persona muy mañanera.
—¿Hoy no vas a trabajar? —pregunta el hombre a mi lado, sentándose con la mirada fija en el móvil.
Enseguida le sirven su desayuno rutinario, unos huevos revueltos y un café. Tan solo el olor ya me revuelve el estómago, soy incapaz de engullir comida a estas horas, siento como si fuera a devolverlo todo al instante.
Niego con la cabeza.
—Ayer tuve que ir a cubrir a mi jefa, entonces me han dado dos días libres.
No intercambiamos más palabras, él sorbe su café tranquilamente, mientras revisa presta toda su atención al dispositivo electrónico. Supongo que será trabajo.
—¿Cuándo vuelve Isabel? —inquiero algo ilusionada de poder verla.
—Vuelve este fin de semana—contesta sin expresión, debe estar muy concentrado en su lectura.
Lo dejo estar y sigo a lo mío.
Unos pasos apresurados irrumpen el maravilloso silencio, aparto mi vista del bol para fijarla en la figura que se desliza dentro de la cocina a toda prisa. Es Hugo, como siempre, apurado en no llegar tarde como suele hacerlo. Toma una manzana entre sus dedos, con gracia. Por un segundo nuestras miradas se cruzan, es como una pequeña chispa que enciende mis mejillas de forma corta pero intensa, él me sonríe ampliamente y se gira.
—Hasta luego—dice apresuradamente antes de desaparecer.
Apoyo mi barbilla sobre la palma de mi mano, me fijo en el cristal de la ventana en el que me veo reflejada, hay una sonrisa tonta dibujada en la cara de la chica. Remuevo un poco los cereales antes de llevarlos a la boca, mi cabeza viaja hacia lugares recónditos.
La silla a mi lado se arrastra y la figura de Antonio desaparece rápidamente sin decir nada más, al ver la hora entiendo que llega tarde a la empresa. Aun siendo el director general de una multinacional, siempre insiste en que debe ser el primero en llegar, para dar ejemplo. Es un buen hombre, de palabra. Cada vez que pienso en su matrimonio, me siento deseosa de tener algo así con alguien, algo tan puro, tan real. Algo que escasea en estos momentos.
No es hora de pensar en el amor.
Borro mis pensamientos al momento y me levanto como acto reflejo. Una vez de pie, me dirijo con decisión a la habitación de mi hermano una vez más. Al no obtener respuesta otra vez, abro la puerta esperándome el resultado. Tal y como predije, la cama de Adrián está intacta. No ha dormido en ella esta noche.
Suspiro, preocupada por su paradero. Debería intentar contactar con él, no es normal que desaparezca así como así sin dar apenas señales de vida.
La mañana pasa sin señales de mi hermano, aunque intenté contactarlo por mensajes y llamadas que no contestó. Trato de pensar en que no le ha pasado nada grave, que debe volver a casa y esto se quedará en una simple anécdota. Eso quiero hacer, pero soy incapaz de seguir con mi vida sabiendo que no sé dónde puede estar. Por unos segundos, mi dedo se ve tentado a pinchar en el contacto del rubio y preguntarle sobre dónde puede estar Adrián, aunque no creo que eso sea lo más razonable. Además, si él se entera, estoy oficialmente muerta.
Cuando la puerta de la entrada se abre, echo un vistazo al reloj comprobando que es imposible que sea Antonio o Hugo. Bajo a toda prisa, sin el más mínimo cuidado, mis piernas corren hasta llegar al recibidor donde efectivamente se encuentra la cabellera castaña de mi estúpido hermano. Sano y salvo.

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Hiraeth
Novela JuvenilJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...