—¡Qué banco más bonito! —escucho chillar a la pelirroja mientras corre hacia este, el alcohol habla por ella.
No es que yo vaya menos perjudicada, sino que soy capaz de disimularlo mejor. Caminamos por las calles en busca de una discoteca con ambiente universitario, por ahora sin éxito.
—¡Eh! Me han mandado un mensaje diciendo que hay una fiesta en una casa a dos calles de aquí—nos advierte la emo con una sonrisa triunfante.
—¡Vamos! —la otra da saltitos.
La hermana de Rita se tuvo que ir hace una hora ya que mañana tiene que madrugar para ir al trabajo, fue bastante divertida durante toda la velada.
—Chicas—oímos la voz de nuestra amiga sonriente, ambas nos giramos para comprobar que esté bien—¿qué preferiríais, morir ahogadas o quemadas? —cuestiona para terminar riéndose escandalosamente.
La de mi lado resopla.
—Pensaba que era algo serio, pedazo idiota—le da un golpe en el hombro, la pelirroja se queja y hace un puchero.
—Yo preferiría morir ahogada—respondo pensativa.
—Yo creo que también—corrobora la interesada en la pregunta.
—Yo quemada, llegas a un punto que ya no sientes dolor y te desmayas—refuta Olivia tomándose más en serio de lo que me esperaba la pregunta.
—A veces el dolor es necesario—afirmo.
—Lo es. Pero llega un punto que es inútil, no porque te duela más significa que sea necesario. Hay veces que necesitas mitigar el dolor para poder dejarlo ir—discrepa.
Sus palabras surten un efecto extraño en mí, mis pensamientos van a mil por hora, mientras ellas se detienen a acariciar a un gato callejero que nos encontramos.
Tras unos minutos, logramos llegar a la casa dejándonos llevar por la música que se escuchaba a lo lejos. Es una casa enorme, de un barrio rico de la ciudad, aunque no más grande que la de Isabel y Antonio. Aún así es preciosa. Sus acabados exteriores en piedra, con unas barandillas doradas que le dan un toque señorial y el gran arco que te da la bienvenida a la casa, te deja estupefacta por la belleza arquitectónica.
Me pregunto a quién le gusta que destrocen una maravilla así como para hacer una macro fiesta, hay universitarios por todas partes, el jardín se encuentra lleno de vasos de plástico y botellas de alcohol junto con jóvenes borrachos, fumando o rebozándose por el césped.
Nos hacemos paso hasta la entrada, en busca de alcohol gratis. Por casualidad, Olivia se encuentra con algunos amigos de la universidad que nos ofrecen bebidas sin oposición alguna. Les prometo que luego cogeré una en cuanto vacíe mi vejiga, creo que me va a estallar. Mis amigas se ofrecen a venir conmigo, pero me rehúso al ver lo bien que se han integrado en el grupo de universitarios, quiero que se lo pasen lo mejor posible.
Me cuesta llegar hasta los servicios, pero una vez allí debo tocar a la puerta varias veces para que los que están dentro se den prisa. En cuanto esta se abre, aparecen cuatro chicas con mala cara, me ofrecen una mirada asesina y se marchan. No le doy la más mínima importancia, aunque me sorprende que hayan cogido tantas en un espacio tan reducido. Procedo a hacer mis necesidades y con cierta torpeza me subo los pantalones junto con la ropa interior para tirar de la cadena. Al salir me tropiezo con el marco de la puerta, recupero el equilibrio con suerte. De pronto todo comienza a darme vueltas.
Preciso de unos instantes para que el mundo vuelva a quedarse quieto, por eso apoyo mi espalda contra la pared del baño, no sé cuánto tiempo pasa hasta que eso sucede, pero parece una eternidad.
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Hiraeth
Teen FictionJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...