POV Marta
Hace días que llevo cogiendo el teléfono entre mis manos y tecleando lo que tanto quiero decirle. Nunca hemos pasado tanto tiempo sin hablarnos y quizás me he pasado de orgullosa esta vez. Podría decir que hace años que no discuto con Julieta y esta puedo asegurar que ha sido la peor. Sé que ella necesita más de lo que yo puedo darle, sé que se está derrumbando a cada paso que da y la verdad es que me parece admirable lo que hace para seguir adelante. Siempre la he envidiado, desde que somos amigas y ya no por el físico sino por su templanza para analizar todo. No comete los errores que mi temperamento me lleva a cometer y tampoco le arden los problemas por dentro. En definitiva, sabe enfrentarse mejor a la vida que yo.
Llevo con una máscara de seguridad desde mi adolescencia con la sonrisa trazada en el rostro frente al mundo, producto de una autoestima de mierda. No dejo de recordarme lo inválido que es mi cuerpo día tras día y si en alguna ocasión se me olvida, ya está mi madre para decirlo en voz alta.
—¿No crees que te estás pasando? —escucho su irritante voz frente a mí, me detalla con su mueca desaprobatoria mientras me llevo una patata frita a la boca.
—Sheila come todo lo que quiere—replico como forma de justificación.
Mi hermana se encoge de hombros y sigue comiendo tan tranquilamente, no se mete en esta absurda discusión.
—Ella se lo puede permitir—argumenta sin piedad mi madre—Has engordado, Marta. Y como sigas así—señala mi plato—ese noviete que te traes te va a cambiar por otra. Si no lo ha hecho ya.
Doy un golpe seco en la mesa, provocando que mi madre dé un respingo. Vuelve con su mirada fulminante y su cara roja de furia. No me molesto en contestar, me levanto de la mesa y salgo escopetada hacia mi cuarto.
—¡Marta, vuelve aquí ahora mismo! —chilla de forma histérica.
No hago ni el mínimo amago de darme la vuelta, es más, agarro mi bolso junto al móvil y salto por la ventana en busca de un lugar donde refugiarse. Aterrizo en el tejado, justo bajo mi ventana, me deslizo con agilidad hacia el árbol más cercano y finalmente caigo de pie sobre el jardín. Agradezco los años de gimnasia rítmica en los que mi madre no paraba de repetirme que debía ser servir, aún conservo cierta agilidad.
Por ahora solo cae una suave llovizna así que me resguardo de ella bajo las cornisas de los edificios. Tecleo en mi móvil el número de Hugo, lo necesito.
«¿Podemos vernos? He tenido una pelea con mi madre»
Pasa el tiempo y no contesta, no sé qué estará haciendo, pero una vocecilla en mi cabeza se pone en lo peor. Detengo la bola de celos que siento en la boca del estómago y los pensamientos negativos que lo único que hacen es destrozarme más.
Desearía que papá estuviera aquí, él ponía paz en estas discusiones. Regañaba a mi madre por tratarme de forma tan hiriente y compartía momentos conmigo que siempre conservaré con cariño. El problema es que mi padre ya no vive con nosotras, hace unos meses se divorció de mi madre y ha comenzado una nueva vida en la otra punta del mundo. Le ofrecieron un traslado y gustoso lo aceptó, no pensó ni un segundo en sus hijas, no pensó en cómo estaría yo viviendo con los comentarios de mi madre, en qué sería de mí. Solo cogió su maleta y se largó.
Aun así, hablamos todos los días por teléfono, me cuenta qué tal ha ido su día y me promete que pronto me comprará un billete de avión para ir a visitarlo a Australia. La verdad es que no tengo ni la mínima esperanza de que eso se vaya a cumplir y tampoco puedo evitar sentirme abandonada, desolada y muy triste últimamente. Parece que sólo sé apartar a la gente que quiero de mi lado, que nadie permanece lo suficiente, porque yo no soy suficiente.
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Hiraeth
Teen FictionJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...