Capítulo 5

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Termino de llenar todas las cajas con mis pertenencias, repaso cada centímetro de mi habitación y el baño para asegurarme de que no dejo nada atrás, pues a partir de ahora viviremos a casi veinte minutos de aquí. Una vez todo asegurado y las cajas cerradas, me encargo de bajarlas hasta la entrada para así facilitarles el trabajo a Antonio e Isabel, los cuales se encargan de meter todo en los coches, el suyo y el nuestro. A pesar de habernos insistido en que pueden contratar a una empresa de mudanzas, hemos rechazado la idea. Nadie va a tocar nuestras cosas.

Subo de nuevo para cerrar todas las persianas y asegurar la casa. En cuanto finalizo con mi cometido, me dirijo hacia abajo para marcharnos, pero hay algo que me hace girar la cabeza, más bien dicho, alguien. Yo misma me veo reflejada en el espejo del cuarto de mis padres y no me reconozco, el pelo tan largo en cascada a ambos lados de la cara, el rostro ojeroso con aspecto de malestar y la extrema delgadez que me ha provocado un largo periodo de ansiedad. Lo noto solo en mi rostro, pues mi cuerpo se encuentra cubierto de ropas anchas para esconderme de mí misma y del mundo.

Intento apartar la mirada, pero no puedo. Mis pies avanzan con decisión hacia la habitación, ahora llena de cajas con todas las pertenencias de mis padres, me tumbo sobre el colchón desnudo y dejo la vista fija en el techo de la habitación. Respiro profundamente y exhalo todo el aire de mis pulmones. Tamborileo los dedos contra mi estómago, sintiendo cada toque como si fuera un puñal que se clava más en mis entrañas. Me duele estar aquí dentro, ni siquiera sé por qué me encuentro así, es como si mi propio cuerpo hubiese tomado la autonomía de mi conciencia. El olor que impregna estas paredes me parece melancólico y doloroso, giro la cabeza para observar toda la habitación cubierta de cartón y objetos inanimados. Solo me han permitido coger lo más importante y valioso de ellos, todo lo demás se va a quedar aquí, en el ojo del huracán.

Al fin me incorporo y me marcho pitando, dejando atrás toda mi vida, cuánto más rápido, será menos doloroso, o eso intento pensar. Salgo al exterior, dejando que el viento me revuelva el cabello. Por lo que deduzco, han estado esperando por mí, pues en cuanto me ven, Adri se introduce en nuestro coche, mientras que Isabel lo hace en el suyo y Antonio se dirige hacia la entrada con un manojo de llaves en la mano. Con dolor en el corazón me monto en nuestro coche, esperando a que el hombre cierre con llave y accione la alarma antirrobos. Una vez finalizada la tarea, arrancamos y dejamos que el matrimonio nos adelante para seguirlos todo el camino.

Desde el día del accidente, mi hermano conduce a unas velocidades adecuadas al límite de velocidad, nunca se excede, por lo menos no cuando estoy yo delante. En la radio suena "The one that got away" de Katy Perry, ambos permanecemos callados, tarareo la canción en mi mente como forma de olvidar todo lo que está pasando; todo lo que pienso o siento el día de hoy. Me pregunto cómo he llegado a este punto, al punto de silenciar mis sentimientos para dejar de sufrir.

—¿Cuándo vuelves al trabajo?—cuestiona el conductor sacándome de la maraña de pensamientos que me atrapan.

—La próxima semana—respondo en tono neutro—. Me he tomado unos días de vacaciones—justifico volviendo a dejar que la voz de Katy Perry vuelva a inundar el vehículo.

Como expliqué, me tomé un año de descanso de los estudios y comencé a trabajar para mantenerme ocupada y así ayudar a pagar las facturas de la casa, obviamente la segunda justificación ya no es válida. Aún así, no debería estar toda la vida encerrada en mi habitación llorando y arrastrando a los demás conmigo, además, me llevo bien con mis compañeras de trabajo y me distraen de mi vida, ya que no tienen ni idea de nada. Me tratan como una más, sin esa lástima en la mirada de las personas que me rodean. Estoy harta de eso.

Trabajo en una cafetería en el centro de la ciudad, la cual se encuentra repleta de personas en las horas puntas de la mañana, con clientes pidiendo su desayuno. En total somos tres camareras y nuestra jefa, esta última apenas aparece por el trabajo, sino que deja al encargado al mando, el cual es un auténtico imbécil. Se pasa la vida gritándonos y llamándonos la atención por cosas estúpidas, mientras lo único que hace él es ligar de forma muy desagradable con las clientas, no mueve ni un dedo. Desgraciadamente no podemos hacer nada, es el nieto de la dueña, y nadie lo puede contradecir.

HiraethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora