Capítulo 35

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— Novata, necesito que...— escucho decir desde el otro lado del almacén, pero pronto la voz se acalla y siento una presencia detrás de mí— ¿Qué es eso? — cuestiona, cambiando totalmente de tema, con la mirada fija en la lámina que todavía sigo perfeccionando.

— Oh, esto es un mural que haré para una obra de teatro de un voluntariado— me pongo en pie y froto las palmas contra el mandil que cubre mis muslos.

Mi compañero mantiene la vista sobre la lámina y dibuja una sonrisa.

—Ni tan mal— admite sin darle demasiada importancia al dibujo, yo me encojo un poco en el sitio sintiéndome de nuevo vulnerable a las críticas.

— ¿Qué necesitabas? — pregunto con el único propósito de desviar la atención.

— Oh, sí—murmura, y por unos segundos parece que se queda en blanco— Necesito que arregles el escaparate, ya hace tiempo que Lía me pidió que lo cambiáramos, pero a mí esas cosas no se me dan bien— por unos segundos logro vislumbrar en su rostro algo de vergüenza, me limito a sonreírle.

— De acuerdo— asiento y me dirijo hacia la entrada, junto con algunos productos de limpieza.

Me arrodillo para llegar mejor a los rincones más alejados del escaparate, la verdad es que, si se me dificulta a mí este trabajo siendo pequeña, no me imagino a Elio. Aunque es cierto que él tiene las extremidades más largas, y quizás llegaría con más facilidad a las esquinas. Realizo mi trabajo, en completo silencio, intentando que quede lo mejor posible y se adecúe a los gustos de mi jefa. Una vez tengo la idea en la cabeza, me deslizo hacia el interior del almacén y tomo algunas flores y un jarrón a modo de decoración.

La campanita de la puerta me hace girarme hacia el cliente que acaba de entrar, muestro una sonrisa educada.

— Buenos días, ¿qué dese...— la pregunta queda suspendida en el aire en cuanto me encuentro con ese par de ojos verdes, uno de ellos con una pequeña mancha y ese rostro de sonrisa lobuna. Intento que mis piernas no tiemblen por su presencia, me pone de los nervios.

— Oh, buenos días encanto— ronronea con esa sonrisa que me encantaría borrar de una bofetada, pero a pesar de ello, me mantengo firme.

Se limita a chasquear los dedos, como en un golpe maestro, entran dos hombres trajeados en la floristería e intento detenerlos con mi cuerpo, pero esto no es suficiente. Vislumbro sus armas, escondidas tras la chaqueta del traje, y siento cómo me quedo sin aire.

De la nada, del almacén salen un trío de hombres, también armados. Me quedo petrificada en mi lugar al observar cómo se amenazan con la mirada.

— Si no sale, lo iremos a buscar—advierte Ezra, con un tono de voz amenazante que me pone los pelos de punto.

Este grupo de hombres alza sus armas y de pronto me encuentro en el medio de las armas.

—¿Queréis volarle los sesos a la chica? —pregunta el pelinegro con una sonrisa ladeada, todavía con la pistola en alto y guiñándome un ojo.

No sé qué hacer, el pánico me invade y mi cerebro deja de funcionar. Estoy aterrorizada, ni siquiera sé qué está pasando.

—Ivanov, sal de tu escondrijo, rata de alcantarilla.

Elio no aparece y a mi se me ponen los pelos de punta, temiéndome lo peor.

—¿No te importa que tu querida Julieta termine con una bala en la sien?

De nuevo silencio, y a mí se me para el corazón. Hasta que al fin se comienzan a escuchar unos pasos, y conforme estos se acercan desde el almacén, mi pulso se va acelerando. Lo veo aparecer, también armado, con una mirada gélida y el semblante impenetrable.

HiraethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora