Otro día más en el que me bajo del coche de Elio, tras una tarde entera en el hospital. Lleva unos cuantos días acompañándome, y apoyándome a su manera. En realidad, esta experiencia nos ha acercado más de lo que me podía imaginar, ahora charlamos sobre cualquier cosa, y he descubierto que es una persona bastante interesante, sin perder ese tono brusco característico en él.
Bostezo al entrar en casa, llevo días sin apenas dormir por los pensamientos que me reconcome viva. He conseguido avisar a Isabel sobre la hospitalización de mi hermano, y prometió regresar en cuanto pueda, ya que los vuelos en Estados Unidos se han cancelado por el mal tiempo. Es bastante frustrante escucharla desde el otro lado de la línea, sin que pueda estar a mi lado. Por otra parte, mis amigas llevan llamándome y mandándome mensajes, lo único que he conseguido escribir fue:
"Ya os contaré, no quiero hablar"
Desde ese mensaje, han estado bastante preocupadas, y después de evitarlas durante un tiempo, se rindieron y aceptaron que lo hablaría a su tiempo.
En cuanto a Hugo, lleva demasiado tiempo desaparecido, aunque él es la menor de mis preocupaciones en estos momentos.
Subo hasta mi cuarto, sintiendo pesadez en cada centímetro de mi piel, como si mi esqueleto estuviera formado por plomo. Parece que la nube que se cierne sobre mi cabeza, no se cansa de llover sobre mí, y así me lo hace saber cuando intento dormirme. Ya ni siquiera me sorprende la presión en el pecho, lleva siendo la nueva rutina.
Me pongo en pie, un poco mareada por la velocidad a la que me he levantado, y abro el ventanal de mi cuarto, intentando buscar consuelo en la brisa nocturna que se extiende por el ambiente. Inspiro profundamente, cierro los ojos y hago un gran esfuerzo por que esta presión se haga menor dentro de mi caja torácica, pero al contrario de mis intenciones, esta presiona más fuerte. No puedo evitar doblarme por la mitad, como única forma de volver a recuperar el aliento, es como si el oxígeno ya no entrase en mi sistema. Comienzo a hiperventilar, casi inconscientemente, pero esto solo provoca que mi pulso se acelere.
Una necesidad impetuosa hace que quiera ir a por mi móvil, que está en la mesita de noche, justo al lado de mi cama, pero queda demasiado lejos, y yo ni siquiera soy capaz de moverme. Siento las gotas de sudor frío, resbalando por las sienes. Se me complica cada vez más el simple hecho de inspirar y expirar, parece en vano.
—¿Julieta? —no sé si me imagino una voz a lo lejos, pero ni siquiera tengo fuerzas para comprobar si es real, ya que mis piernas fallan y caigo al suelo sin fuerzas.
Oigo a lo lejos ruidos a mi alrededor, como de pasos acelerados, ni siquiera soy consciente del tiempo que pasa, solo intento no ahogarme.
—Respira, tranquila—una voz grave inunda mis pensamientos, lo tomo como una orden, y es cierto que mejoro mi respiración, aunque me cuesta.
Ni siquiera sé si esta voz es real, o por qué ahora estoy incorporada, con la espalda apoyada en la barandilla. Unas sirenas se hacen presentes en el interior de mi cabeza, al igual que esa voz, que me repite una y otra vez que todo irá bien. Quiero aferrarme a esa voz, tan dulce y tan familiar, pero el pánico me está inmovilizando.
Cuando vuelvo en mí, me encuentro en una ambulancia, con una máscara de oxígeno y algo desorientada.
—Eso es, respira—la voz de una mujer, frente a mí, me devuelve a la realidad.
Fijo mi vista en ella, regordeta, con la cara ovalada y algunas arrugas productos de la edad, su cabello está recogido en una coleta y es de un color negro azabache. Me anima encarecidamente a que mantenga un ritmo regular en respirar, lo hago, y como por arte de magia parece que vuelvo a respirar de nuevo. La señora sonríe en señal de aprobación.
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Hiraeth
Teen FictionJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...