Capítulo 20

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Con una horrible presión en el pecho, aparco a unas calles de la casa de mi amiga. Según lo que me ha indicado, debo entrar por la ventana del baño. Todavía no sé qué puede estar pasando en su casa, pero debe ser algo grave para que Marta haya dejado su orgullo de lado y me haya llamado. No dudé ni un segundo en acudir a socorrerla, ya no por ser amigas, sino por esta culpa que me cae como un peso muerto. Gracias al cielo me dio tiempo a cambiarme en casa y me escabullí sin que nadie se enterara, y menos Hugo, al cual no pude enfrentar desde que llegamos a casa.

Llego con rapidez y corro apurada hasta el famoso árbol que se yergue sobre la casa de mi amiga. Lo escalo con dificultad, la verdad es que no sé de dónde saco las fuerzas para colgarme sobre una rama y aterrizar sobre el tejado. Ahogo un grito en cuanto doy un traspié, me recupero inmediatamente y suspiro, aliviada por haber evitado una caída desde más de dos metros de altura. Tal y como me escribió por teléfono, la ventana se encuentra abierta, aunque resulta imposible llegar hasta ella debido a mi estatura. Joder Marta.

Chisto intentando hacerme oír, maldigo por no ser unos veinte centímetros más alta.

La cabellera rizada y mojada de mi mejor amiga asoma por el alféizar. Le hago señas para que me ayude a subir, esta deja caer sus brazos para que la tome de las manos. Con fuerza, me impulso contra la pared y escalo hasta llegar arriba. Necesito unos segundos para recuperar el aliento.

Aún me encuentro sentada en la ventana, jadeando, cuando me lanzan un objeto que aterriza en mi regazo. Lo observo todavía algo confundida, hasta que caigo en la cuenta de lo que es y lo que significa.

—Mierda—mascullo sin pensar.

Me llevo la mano a la boca al instante, aunque el daño ya está hecho, el rostro de mi amiga se descompone por completo y comienza a llorar. Salto hacia el suelo y la envuelvo con mis brazos, intentando consolarla, aunque por dentro estoy sintiéndome una basura andante.

—No sé qué le voy a decir a mi madre—susurra entre sollozos, se la oye realmente rota—Está fuera esperando una respuesta—confiesa.

Deshago el abrazo para tomarla de las manos y conectar nuestras miradas.

—Decidas lo que decidas, yo estaré aquí—pronuncio, confiada—al igual que tu madre, lo sabes

Ella no dice nada, solo suspira y vuelve a abrazarme mientras se deshace en lágrimas.

—No sé qué voy a decirle a Hugo—balbucea.

Con tan solo el sonido su nombre se me encoge el corazón, y se me instala un nudo en la garganta que me impide hablar. Respiro profundamente para tomar fuerzas.

—La verdad—suelto escuetamente.

Vuelve a separarse y esta vez se sienta sobre el inodoro, su cuerpo entero tiembla.

—No sé qué voy a hacer, Julieta—se tira de los pelos literalmente.

Me agacho, de cuclillas, frente a ella. Intento parecer serena, transmitirle que estoy aquí para ella, sin que me importe en absoluto que mi mejor amiga esté embarazada de un chico que...No sé lo que me hace sentir. ¿Por qué tengo que ser así?

—Oh Dios mío—de pronto sube la mirada—Voy a tener a un hijo sagitario—bromea quitándole un poco de hierro al asunto, le doy un codazo.

Reímos silenciosamente.

—¿Lo-lo vas a tener? —tartamudeo con nerviosismo.

—No lo sé—suspira dudosa.

Cojo sus manos, otra vez, acariciando su palma con mi dedo pulgar, ella me responde con un apretón fuerte. Jamás nos han hecho falta las palabras, con nuestras miradas ya nos lo decimos todo. Intento transmitirle todo mi cariño y apoyo, al fin y al cabo, es mi mejor amiga, y la persona que siempre ha estado ahí para mí. Ella me sonríe, correspondiendo lo que le digo sin articular una sola palabra. En el baño se instala un aura de confianza y paz. Dejo el nudo que se ha formado en mi estómago de lado para centrarme en Marta.

HiraethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora