El horrible sonido de la alarma me despierta, gruño por las horas que son y tallo mis ojos con la esperanza de coger fuerzas para levantarme. Tardo unos segundos en situarme, vale, estoy en casa de mi mejor amiga. Ella ahora mismo está en otro plano astral, lo sé por sus ronquidos, además está hecha una bola a mi lado. La vislumbro con la luz colándose por la ventana, con su piel bruna, tan tersa y suave, una nariz respingona, sus labios carnosos y los pómulos marcados. Desde luego, Marta es el tipo de cualquiera. Aparto la vista de ella para recoger mis cosas y vestirme a toda prisa. Tengo que irme pronto ya que hoy trabajo, decidí cambiar el turno con mi jefa para la próxima semana por si Marta me necesita. Hoy va a quedar con Hugo, entonces no va a estar sola.
Antes de abandonar la habitación, poso mis labios sobre su frente, depositando un casto beso. No tengo ni idea de lo que significa, y tampoco quiero pensarlo. No sé si es de apoyo, o de culpa. Sea lo que fuere, me marcho de puntillas con la intención de no despertar a nadie, pues es fin de semana y a las ocho de la mañana todas siguen durmiendo.
Al abrir la puerta principal, el viento de la mañana entra por mis fosas nasales e impacta en mis pulmones, sienta bien este golpe de aire fresco. Me pongo el abrigo por el camino que con las prisas no me ha dado tiempo, y me dirijo apresurada hasta el coche. Observo la poca vida mañanera que hay en este barrio, con algún vecino extraviado haciendo footing, otra paseando al perro e incluso una señora abriendo las ventanas de su casa, aunque la gran mayoría no da señales de vida.
Finalmente llego a mi puesto de trabajo. Elio me saluda sin más, sigue con actitud fría de siempre, aunque he de decir que ya me he acostumbrado a ella. Guardo mis cosas en el almacén, donde siempre, y me dirijo hacia el mostrador. Desgraciadamente hoy me van a enseñar a realizar el balance mensual, al parecer nos turnamos porque nadie quiere hacerlo realmente. Me aproximo hasta donde se encuentra mi compañero, frente a la pantalla del ordenador y con un montón de papeles a su lado, según me ha dicho mi jefa el hecho de querer digitalizar el sistema ha sido una idea reciente.
—Tienes que tomar estas cifras e introducirlas aquí—indica con su vista fija en la pantalla, deslizando el ratón a toda velocidad—Luego introduces estas aquí, para acabar y guardarlo todo en la carpeta de Balances—parece percatarse de lo rápido que va, ya que aminora su ritmo para dejarme un poco de tiempo para procesarlo adecuadamente.
Asiento en silencio ante todas sus indicaciones, apuntándolo todo en mi libreta.
—Espero que lo hayas entendido—suspira con pesadez para retirarse del ordenador, me cede su espacio para que lo intente. Siento cómo escruta cada movimiento que hago, es como un juez, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido. Realmente puede llegar a intimidar si no lo conoces, en cambio como ya estoy acostumbrada a su actitud me da igual. Con aires de decisión y algo de orgullo me manejo como puedo y creo que logro conseguirlo. Por lo menos hasta que oigo un bufido a mi lado. —No has sumado bien estos números—lo siento más cerca de mí cuando da un paso adelante, mentiría si dijera que no me inquieta lo más mínimo.
—¿De qué hablas? —pregunto sin entender a lo que se refiere.
—Estos—señala con su dedo índice posándolo sobre la pantalla— Te has dejado algo atrás, las cuentas no deberían dar estos decimales—se queja observando con extrema concentración.
Me quedo pasmada viéndolo, no le ha hecho falta ninguna calculadora para deducir que las cuentas no están bien hechas. Me parece fascinante la velocidad de cálculo mental que tiene, y no es que yo sea mala en matemáticas, todo al contrario, siempre he sacado la asignatura sin problemas, aunque parece que él es mejor.
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Hiraeth
Teen FictionJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...