Capítulo 26

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Suspiro frente a la pantalla de mi teléfono, a continuación, lo lanzo sobre la cama y me dejo caer hacia atrás. Mi mejor amiga se ha ido a Australia, aunque me entristezca, sé que es lo mejor. A veces no solo necesitas tiempo, sino también poner tierra de por medio. Me hace gracia pensar que al final, fue la única con agallas para marcharse.

Estos días sin ella han sido raros, saber que no está a diez minutos de aquí, y que ha pasado por una de las peores experiencias a nivel emocional que se pueden tener. Respeto a mí, nada nuevo por el frente, he estado yendo y viniendo al trabajo y a casa, últimamente me sorprende la cantidad de entierros y bodas que tenemos. Incluso he podido notar a Elio nervioso, se puede considerar un auténtico milagro. En casa, todo va bien, Isabel ha recuperado su buen ánimo de siempre y, de hecho, se va a marchar en unos días a un viaje por trabajo. Mientras, Adrián sigue como siempre, aunque ahora sale más de casa y queda con sus amigos para despejarse de su amor que no pudo ser, tampoco hablamos mucho del tema, en general, últimamente no es que hayamos sido muy comunicativos el uno con el otro. Supongo que tenemos muchas cosas en la cabeza. Por otra parte, Hugo ha estado muy ausente, desapareciendo cada poco tiempo y volviendo como si nada, a veces intercambiamos unas cuantas palabras, pero nada más. Creo que es lo mejor para ambos.

Como lleva siendo rutina en los últimos días, llego a casa a la hora de comer, agotada de andar de aquí para allá por el trabajo. Ha sido tan caótico, que me han cambiado el horario de forma temporal, mi jefa prefiere que nos turnamos por las mañanas y las tardes ya que estas últimas suelen ser agotadoras.

Al sentarme en la mesa, detecto dos sitios vacíos, parece ser que esta vez solo seremos Isabel y yo para comer. Me saluda igual de animada que siempre, mientras nos sirven la comida a cada una. La verdad es que me he llegado a acostumbrar al hecho de tener a alguien que te sirva, aunque sigo sin verlo necesario.

—¿Qué tal tu día, cielo? —pregunta irrumpiendo en mis cavilaciones, levanto la vista algo perdida, a lo que Isabel repite su pregunta con amabilidad—¿Qué tal tu día? —terminan de servir la comida, le ofrece una sonrisa de agradecimiento a la chica y esta se retira silenciosamente.

—Hemos estado muy al límite esta mañana, últimamente hay demasiado trabajo—explico antes de llevarme un trozo de estofado a la boca.

—Estamos en plena primavera, la gente suele casarse en estas fechas.

—Y morirse, al parecer—suelto sin pensar, al momento me doy cuenta de lo que he dicho, abro los ojos sorprendida y me encuentro a Isabel aguantándose la risa. Finalmente se carcajea de mi inesperado comentario. Me remuevo algo incómoda en la silla, y sigo comiendo para evitar que la vergüenza me suba al rostro. —¿Cuándo te vas de viaje? —cambio de tema para sacarme de esta situación.

—En una semana—responde limpiándose las lágrimas aún con una sonrisa en el rostro—Estaré fuera durante una semana y media, en principio.

Asiento en silencio.

Al terminar de comer, me retiro de la mesa con la disculpa de irme a echar una siesta, estoy demasiado cansada como para hacer algo productivo esta tarde. En cuanto llego a mi cuarto, me lanzo sobre el colchón, dejando que mis músculos se relajen para ceder ante el sueño que me aplasta. Como siempre, no sueño.

—¡Julieta! —escucho unos gritos a lo lejos, frunzo el ceño pensando que solo es mi cabeza jugándome una mala pasada, pero estos vuelven a repetirse, y cada vez vienen desde más cerca.

Abro los ojos, aún desorientada y adormilada, sin entender de donde demonios vienen esos gritos.

—Julieta, cariño, tus amigas ya están aquí—la voz de Isabel se hace paso por el pasillo, tarda unos segundos en llamar a la puerta.

HiraethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora