Capítulo 3

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Me levanto a por una manta para taparme, hoy hace bastante más frío de lo normal. Dirijo mi mirada hacia la ventana, el cielo se encuentra encapotado de nubes grisáceas que no dejan que se cuele ni un rayo de sol, una luz tenue encapsula todo el ambiente, dando la sensación de una ciudad claustrofóbica.

Sacudo la cabeza para volver a centrarme en los estudios, llevo media hora atascada en un comentario histórico, no sé muy bien por dónde llevarlo. Suspiro, algo cansada de esta rutina de mierda en la que se ha convertido mi vida.

—Juls—escucho la voz de mi hermano desde el marco de la puerta— Me voy con unos amigos, volveré tarde que salimos por la noche—termina de anunciar y se marcha.

Cojo el móvil comprobando la hora, 19:30.

¿Desde tan temprano comienza la fiesta? No sé cómo es capaz de sacarse Derecho y a la vez salir todos los días. En fin, vuelvo a mi trabajo, continúo por un tiempo hasta que mi cerebro pide un descanso a gritos. Siento la casa especialmente fría el día de hoy, por eso bajo al salón a encender la chimenea, introduzco algunos troncos y prendo la pastilla que pronto incendia la madera. Me tumbo en el sofá y pongo Netflix, me quedo prendada de Friends y se hace de noche sin darme cuenta. Ni siquiera voy a cenar, no tengo ganas después de haberme tragado media alacena de chucherías en la merienda, por lo que veo deberíamos hacer la compra cuanto antes, nos estamos quedando sin comida.

Escucho mi móvil sonar desde la planta de arriba, no contesto, me da pereza levantarme de aquí con lo cómoda que estoy. Además, seguramente sean cotilleos de Marta o vídeos de mi hermano borracho que me manda el rubio para reírse de él.

Poco a poco me quedo plácidamente dormida, inconsciente al mundo.

Me encuentro a los pies de un gran lago que se extiende a lo largo de cientos de metros, no consigo percibir dónde se encuentran sus límites más allá de donde estoy. Estoy vestida con un camisón, como en las películas de los años cincuenta, mis pies están desnudos y mi cabello forma una mata en mi espalda ¿Desde cuándo tengo el cabello tan largo? El agua me llama, en un impulso corro a toda velocidad hacia ella, me zambullo, sintiendo como la tela se pega a cada parte de mi cuerpo, la sensación es refrescante. Subo a la superficie y permanezco en posición de estrella de mar, respirando el aire puro que me deleita este paraíso. El cielo se pinta de colores, una aurora boreal aparece para decorar la oscuridad, de pronto ya no es de día, pero no siento miedo. Estoy relajada, disfrutando de la soledad. Un sonido retumba en mis oídos, se escucha como una campana que no deja de sonar, me pongo de forma vertical para averiguar de dónde procede ese sonido tan molesto. De pronto estoy caminando por un prado de hierba, que termina convirtiéndose en hiedras venenosas. Corro hacia la zona donde se escucha más alto el dichoso sonido, pero cuando estoy a punto de encontrarlo, ya no siento la tierra bajo mis pies, caigo en un profundo agujero que parece no tener fin, mientras el sonido se hace aún más sonoro.

Despierto de mi sueño gritando, agotada y sudorosa. Tardo unos segundos en situarme, estoy en el sofá. El sonido que tanto me molestaba resultó ser el teléfono de mi casa. Voy hacia él con torpeza, intentando llegar a tiempo.

—¿Diga?—contesto con voz adormilada

—¿Es usted Julieta Rojas?—pregunta una voz diplomática.

—Sí, soy yo—afirmo un poco confusa por la pregunta, igual me llaman de una compañía telefónica para venderme algo, pienso.

—¿Está su hermano Adrián Rojas?—vuelve a cuestionar, puedo percibir un acento extranjero.

En la entrada no se encuentra su coche, por lo que deduzco que se habrá quedado a dormir en casa de alguien.

—No—niego.

HiraethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora