Un año después
Me acomodo el vestido para que se ajuste debidamente a mi cuerpo, alrededor de mi cuello me coloco la gargantilla de plata de mi madre. Al verla puesta frente a un espejo no puedo evitar contener la respiración y las lágrimas, la toco con todos los dedos de mi mano, sintiendo que es algo familiar, algo que me hace sentir a salvo. La chica reflejada no sonríe, es enjuta de rostro, con los pómulos prominentes y me dirige una mirada vacía y severa. Apenas tiene vida en la cara y apenas puedo reconocerla frente a mí. Ella me sigue observando, atenta a cada movimiento que hago, me imita. Llevo una mano frente a ella y ambas unimos nuestras palmas, la suya está fría.
Me aparto, derrotada, suelto todo el aire retenido y voy a por mi abrigo, que al igual que el vestido es negro. Pienso en lo que diría mi madre si me viera vestida de este color, que parezco una viuda de hace cincuenta años. Quizás estemos en otra época, pero así es como me siento por dentro, oscura.
—Julieta, cariño—oigo una voz familiar tras de mí.
Me asusto al reconocerla, giro mi cuerpo ciento ochenta grados hasta situarme frente a ella, mi corazón se acelera y no dejo de apartar la mirada. Parpadeo varias veces creyendo que es una ilusión.
—¿Qué tal estás?—se encuentra sentada en mi sillón de lectura, su rostro inmaculado por una palidez impropia de ella, que siempre tenía las mejillas sonrosadas. Lo que no ha cambiado en absoluto es la sonrisa impecable y la mirada esperanzadora reflejada en ese par de orbes oscuros. Me echo a llorar como un bebé al verla frente a mí. Me lanzo a sus brazos y la abrazo lo más fuerte que me permite mi cuerpo—. Hija, no llores, venga.
Caigo al suelo de la impresión, posando mi cabeza sobre sus piernas.
—Lo siento mucho—se disculpa, percibo un tono más serio, pero igual de cariñoso. Alzo la mirada para mirarla, intento con toda mi alma grabar cada segundo de este momento para así no olvidarme jamás de su rostro, de su olor, de ella.
—Mamá—sollozo—te echo mucho de menos—se me quiebra la voz.
—No llores, por favor—me suplica trazando una sonrisa sincera—Debes seguir con tu vida. Debes vivir. — suena calmada y a la vez con ápices de preocupación.
—No puedo—me sincero—Sin vosotros aquí, no puedo—niego rotundamente, bajando la mirada y apretando los párpados con fuerza.
—Claro que puedes—su tono se vuelve más autoritario, más serio—Puedes con esto y mucho más. Ya ha pasado un año y es momento de que te despidas—se acerca a mí sin mediar una palabra más y me besa la frente, al tocarme siento un frío recorriendo mi espina dorsal, un frío asolador, el frío de la muerte.
Sin más, desaparece de mi vista.
—¿Mamá?—cuestiono buscándola por toda la habitación, mi cabeza se mueve hacia todas partes—¡Mamá!—chillo desesperada sin encontrar ninguna respuesta, dirijo mi vista al frente encontrándome en el espejo con la misma chica de antes.
Vuelvo a llorar, vuelvo a deshacerme.
—¿Julieta?—escucho una voz suave que procede del marco de la puerta, es Marta, vestida de negro al igual que yo. Sus cejas se encuentran arqueadas y su mirada fija en mí—¿Qué pasa?—se encuentra confusa.
—He-he—tartamudeo intentando encontrar las palabras—he visto a mi madre—le explico y me dirijo hacia el sillón—Estaba terminando de vestirme y estaba aquí—señalo cuidadosamente—Sentada y me hablaba—la vista se me nubla debido al acúmulo de lágrimas.—Te juro que estaba aquí.
—Estás hasta arriba de ansiolíticos—se acerca a mí, con cuidado, ofreciéndome una pequeña sonrisa— es normal que la veas. Quieres que siga aquí...—la interrumpo.
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Hiraeth
Teen FictionJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...