Capítulo 16

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Otra mañana lluviosa, abro las puertas que dan al balcón y respiro el aire de esta fría temporada. Aunque ya sea casi final del invierno y la primavera está a punto de comenzar, la lluvia no da tregua. Las gotas caen sin cesar, sin darle tiempo a la tierra a filtrar tal cantidad de agua y como consecuencia el jardín se encuentra medio inundado. Subo la vista hacia el cielo, las nubes están grises oscuras, no dejan ni un trocito de cielo libre. Pienso que cuando era pequeña me encantaba salir con las botas de agua a saltar los charcos, incluso una vez mi hermano y yo acabamos haciendo una guerra de barro en medio del jardín. Al entrar en casa pensábamos que papá y mamá nos iban a matar, en cuanto mi madre nos vio cubiertos de lodo alzó un grito al cielo. Aunque a mi padre le pareció gracioso y comenzó a desternillarse de risa. Finalmente, todos nos unimos a sus carcajadas, resultó ser uno de los mejores recuerdos de mi infancia.

—¿Te acuerdas?

Una voz tras de mí resuena, me doy la vuelta en su busca, recorro la habitación hasta posar la mirada sobre la figura que está sentada en la cama. Casi había olvidado su voz aterciopelada, su rostro pálido y sus manos delicadas.

—Mamá—mi voz suena como un susurro, como si el hecho de hablar más alto hiciera que la figura de mi madre fuera a desaparecer. La siento aquí, efímera. Mi corazón rebota de tristeza contra mi pecho.

—Han pasado muchas cosas en tu vida últimamente—sonríe con una tristeza impropia de ella, se pone en pie para alcanzar uno de sus libros de mi estantería.—Te estás olvidando de nosotros—suena decaída y dolida, mientras pasa sus dedos por las páginas con serenidad.

—¿Qué? No—niego repetidas veces con la cabeza— Pienso en vosotros todos los días —aseguro con convicción.

—No importa— conecta sus ojos con los míos mostrándome un dolor tan profundo que me revuelve las entrañas.

—¡No!—grito cerrando los ojos, no puedo mantener la mirada.

Cuando los vuelvo a abrir, no hay nadie en mi cuarto, está completamente vacío. Se siente como un frío lo llena por todas partes.

—¿Mamá? ¡Mamá!— grito en tono desesperado, sin darme cuenta las lágrimas comienzan a brotar y resbalar por mi cara. Siento mi pulso acelerado, el aire pesa en mis pulmones, arden como si una llama comenzase desde mi interior, prendiendo todo mi cuerpo en llamas y desesperación.

—¿Julieta?—me giro hacia la puerta con esperanzas de que sea mi madre, pero no. Adri se encuentra apoyado en el marco con una expresión de confusión. Tarda unos segundos en volver a tomar la palabra, mis lágrimas siguen cayendo—¿Qué ha pasado?—pregunta mientras se acerca a paso lento hacia donde me encuentro.

—Mamá...ella-ella me dijo...—balbuceo cosas sin sentido, sacudo mi cabeza e intento volver a retomar las riendas de mis emociones.

En ese preciso momento en el que soy capaz de retenerlo todo de nuevo, de volver a atarlo, mi hermano me rodea con sus brazos y me aprieta. Ahí es cuando vuelvo a perder el control otra vez y me deshago poco a poco, vuelvo a romperme como si nada hubiera mejorado en realidad, como si no fuera capaz de seguir.

—No puedo, Adri—consigo decir ahogada en lágrimas de dolor.

—Está bien no poder a veces—susurra en un tono tranquilizante, acaricia mi cabello con cariño, no deja de sostenerme como si tuviera miedo de que me fuera a caer.

Consigo volver a recomponerme tras unos minutos de silencio entre ambos, retengo todas las piezas de mi alma y las guardo con cuidado de no destrozarlas más. Siento el escrutinio de mi hermano sobre mí, inspecciona cada gesto, cada mueca. Suspiro y me separo de su cálido abrazo. Él me dirige una mirada lastimosa antes de decirme que debe marcharse a la universidad. Asiento en silencio, mis músculos no se mueven ni medio centímetro, no quiero caerme de nuevo. Desaparece por la puerta, me tumbo en la cama y me quedo con la vista perdida en el techo sintiéndome extremadamente vacía.

HiraethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora