Tras haberme calmado, mi hermano me permite subir hasta mi cuarto. Con pesadez en el corazón decido obedecer y no hablar todavía con él. Encaminada por el pasillo le doy vueltas a todo. Justo antes de adentrarme en mi refugio, unos sollozos en la habitación de al lado desvían mi atención. No dudo ni un instante en abrir la puerta.
Me sorprende ver a Hugo llorando, no me lo hubiera imaginado. Aprieto los dientes inconscientemente al verlo tan vulnerable, sentado en la cama con las manos cubriéndose el rostro. Apenas emite ruido, aunque está claro que llora por la forma en la que convulsiona ligeramente.
Pongo un pie dentro de la estancia, esperando a que suba la vista, pero no lo hace. No se inmuta con mi intrusión. Es por eso que continúo, poco a poco hasta sentarme a su lado. La cama se hunde, pero aun así no levanta la vista.
Mi mente viaja a toda velocidad sopesando sobre el posible consuelo, en algo que lo animase y lo apoyase a la vez. No quiero ser un estorbo.
No hay consuelo para la verdad, pienso para mí, muy a mi pesar.
Por mucho que me duela, no hay nada que pueda hacer o decir para que esté mejor, así que simplemente lo envuelvo con mis brazos. Mi acción lo toma desprevenido, en un principio se pone rígido, pero más tarde agarra mi antebrazo con fuerza y relaja la postura. Apoyo la barbilla sobre su hombro, escuchando su respiración agitada, acaricio su espalda para recordarle que no está solo.
—No va a haber nada que te pueda decir que vaya a ayudarte, lo sé—irrumpo el silencio con un hilo de voz tan fino que no parece real—Pero quiero que sepas que voy a estar aquí siempre que me necesites—sus brazos me aprietan con más fuerza contra él, ahora ya no hay ni un centímetro de espacio entre nuestros cuerpos.
Su calor corporal me tranquiliza, me hace sentir mejor.
No sé cuánto tiempo permanecemos de esta forma, pero poco a poco Hugo cede en su abrazo y se sitúa frente a mí. Detallo su rostro con pesar en el corazón, los ojos hinchados y enrojecidos. Es perfectamente reconocible el dolor para mí, una sombra en el fondo de la mirada, esa falta de brillo, la forma en la que parpadea para no empañar la vista. Quiero volver a abrazarlo hasta que se olvide de lo que ha pasado hoy.
—No es la primera vez que lo hace—declara por primera vez desde que entré a su habitación.
Me quedo mirándolo sin nada que decirle, él evita mi mirada a toda costa, desviándola hacia sus manos.
—Lo pillé hace un par de años en vacaciones con su secretaria—ahora sí que me dedica una mirada fugaz y noto como se me va rompiendo el corazón con sus palabras—Me prometió que no se iba a repetir, que él amaba a mi madre y jamás lo volvería a hacer—explica con calma—Yo accedí a no decirle nada a mamá e incluso hicimos un trato. Lo sé, es estúpido—esta vez siento que su mirada es fulminante, pero no hacia mí, sino hacia el odio que le profesa a su progenitor—Tuve que estudiar la carrera que él tenía preparada para mí, para trabajar en su empresa y a cambio me dejaría regresar de Irlanda. En aquel momento no tenía ninguna aspiración en la vida, y solo quería marcharme de ese internado. No sé en qué estaba pensando. —intenta explicar con la misma calma que anteriormente, pero su tono suena afligido y destrozado—Soy imbécil.
—Hiciste lo que creías correcto—lo consuelo de la mejor manera que puedo, definitivamente esto no se me da bien.
—¿Qué va a decir mi madre? ¿Qué pensará de mí? —vuelve a romper como una hoja de papel bajo el filo agudo de unas tijeras—Yo no puedo hacerle esto.
—Hugo, escúchame—ordeno sacando un valor de donde no lo hay—Tú no tienes la culpa de lo que ha hecho el bastardo de tu padre, ni tu madre la tiene, la culpa es de él y solo él—hago un claro hincapié en la última palabra frunciendo el ceño.
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Hiraeth
Novela JuvenilJulieta Rojas era una adolescente normal y corriente, hasta que de pronto todo su mundo se puso patas arriba. Desde ese maldito día ya no volvió a ser la misma, en realidad ya nunca lo sería. Su entorno cambió, al igual que ella. Todo lo hizo. Llegó...