El sabor que había quedado en mis labios era lo único que pude recordar, hasta que se borró de mí también.
Me levanté del suelo mirando a mi alrededor, lancé un quejido y me desperecé, sentía que había dormido por tanto tiempo que no podía siquiera acordarme él porque me había recostado de un tronco de un árbol y no irme a mi habitación como lo hacía cada noche en las últimas dos semanas.
Todo seguía igual, ni un alma en el lugar, ni un sonido, podía decir que lo disfrutaba, por eso había permanecido tanto allí, además, nadie me esperaba, al menos eso esperaba, hasta ese momento no me había faltado nada, la sangre era la suficiente como para mantenerme activa, aunque no podía negar las ganas que tenía de comida fresca, pero decidí ignorarlo. ¿Por qué desperdiciar una vida tan buena en algo que quizá y no valga la pena?
Mis ojos recorriendo todo, y una vez más empecé a correr alrededor del pueblo, habían cruces destrozadas por todos lados, una horca en medio de una plaza y un montón de casas, no podía imaginarme quien habría querido vivir allí, era horrible, y tampoco podía recordar que me había llevado allí, solo lo había encontrado y no estaba mal para alguien como yo si me ponía a pensar.
Me rasguñaba los brazos y el rostro mientras corrían entre los árboles, pero no podía sentir nada, o no me importaba, la sangre corría por mi rostro y yo seguía sin detenerme, hasta llegar al rincón más alejado y encontrarlo todo como lo había dejado la noche anterior, era todo un proceso.
Me detuve en seco frunciendo el ceño, otra vez los flashes, periodos de luz en mi cerebro en donde todo se encendía, solo lograban que me enojara, lo cual era muy fácil para mí últimamente, era como una bomba a punto de explotar, solo buscando lo que encendiera mi llama, creo que esa era la verdadera razón por la cual no me había ido el pueblo, quizá y era mejor no tentar mi suerte en un planeta de humanos y razas de demonios que querían matarme.
Unos ojos cafés aparecieron en mi mente, otra vez.
-no todos los demonios son malos- me susurré a mí misma.
Eso siempre venía a mi mente, pero no podía saber de dónde lo había sacado, bajé la mirada a mi pecho viendo el collar que no se despegaba de mí, era como un tatuaje tan real que daba miedo, claro que, no sentía eso desde hace tiempo, solo me sabía el concepto.
Volví con velocidad a mi habitación lanzándome a la cama y sacando una bolsa de sangre de bajo el colchón.
Alcé la mirada al techo, viendo las grietas, contándolas con enésima vez esa semana.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo justo al momento en que otro flash inundaba mi memoria, un animal, parecía lobo.
¡agh! No entendía porque mi mente seguía dándome de esos, llegué a jurar la cuarta vez que aparecieron que si los llegaba a ver algún día los mataría, aquel recuerdo llegaba con olor y otras cosas que quería obviar, con lo mucho que me desagradaban esas criaturas, solo demonios sucios y con falta de moral que recorrían los bosque y mataban cada luna llena.