PRÓLOGO

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El Diablo ha sido considerado como la personificación del mal mismo dentro de diversas culturas y religiones, incluso, se le ha asignado el título de "Satanás" como castigo, ya que significa «adversario» u «opositor», en este caso, hacia Dios o el reino de este.
Lo ven como un ser cruel, que no siente pena, empatia o consideración, que ama el pecado, disfruta hacer sufrir a la humanidad, engañar y seducir a quienes están en ignorancia, y ataca como un león rugiente, así tal y como lo indicó el apostol Pedro en el libro sagrado: La biblia.

Pero, la realidad es que este ser al que tanto han tachado de incitador al pecado, desde el principio en la eternidad de la creación celestial, fue la creación más grande, siendo así el querubín ungido, el favorito de Dios.
Cuando se creó la vida humana fue un ángel que se interesó en que la vida de esa nueva especie fuera más libre y feliz, realizando un acto de amor, pero estos, solo lo interpretaron como seducción. Dando lugar para convertir esto en pecado y por dicha situación fue desterrado para siempre de su hogar celestial: el cielo.

Los religiosos se la viven orando por el perdón de los pecados, pero ¿quién en toda la historia durante tantos siglos ha tenido la humanidad para orar por el percador que más lo ha necesitado?

Eones después, sigue siendo aquel ángel de apariencia preciosa, y en el fondo sigue teniendo las cualidades con las que fue creado, tal y como cuando algún día perteneció al reino de Dios.

«Muchos podrán mostrarte como un ángel se enamora, pero pocos demostrarte que el diablo también llora.»

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