Capitulo 13

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Algunas tejas eran más verdes, más nuevas. Las había puesto su papá. Con clavos de la ferretería de Sidewinder. Ahora la nieve estaba cubriendo las tejas. Estaba cubriéndolo todo.
Una luz verde, sobrenatural, se encendió en el frente del edificio, parpadeó y se convirtió en una gigantesca calavera que sonreía sobre dos tibias cruzadas.
—Veneno —advirtió Tony desde la flotante oscuridad—. Veneno.
Otros signos parpadeaban ante sus ojos, algunos en letras verdes, algunos escritos en tablas que se inclinaban y torcían bajo el empuje de la ventisca. PROHIBIDO NADAR. ¡PELIGRO! CABLES ELECTRIZADOS. PROHIBIDO ENTRAR EN ESTA PROPIEDAD. ALTA TENSIÓN. TERCER RIEL. PELIGRO DE MUERTE. CUIDADO. NO ENTRAR. SE DISPARARÁ SOBRE LOS INFRACTORES.
Danny no entendía del todo ninguno de ellos (¡si no sabía leer!), pero todos le daban una sensación general de terror onírico que se le infiltró en todos los huecos oscuros del cuerpo, como esporas leves, oscuras, que se morirían a la luz del sol.
Los carteles se desvanecieron. Ahora estaba en un cuarto lleno de muebles extraños, un cuarto que estaba a oscuras. La nieve golpeaba contra las ventanas como si arrojaran arena. Danny sentía la garganta seca, los ojos ardientes, el corazón se le paseaba a martillazos por el pecho. Afuera había un ruido hueco, retumbante, como el de una puerta espantosa que se abre bruscamente de par en par. Ruido de pasos. Del otro lado de la habitación había un espejo, y en lo más hondo de su burbuja de plata aparecía una palabra escrita en fuego verde y esa palabra era REDRUM [2] ".
El cuarto se esfumó. Otro cuarto. Danny lo conocía (lo conocería) bien. Una silla derribada. Una ventana rota por donde entraban remolinos de nieve; nieve que se había helado ya sobre el borde de la alfombra. Las cortinas habían sido arrancadas a tirones y pendían de su barrote, quebrado en ángulo. Un armario pequeño, caído boca abajo.
Más ruidos huecos y resonantes, constantes, rítmicos, horribles. De cristal que se rompe. De destrucción que se acerca. Una voz ronca, la voz de un loco, más terrible aún por ser familiar:
—¡Sal! ¡A ver si sales, mierda, a tomar tu medicina!
Crash. Crash. Crash. Madera que se parte. Un rugido de satisfacción y de rabia. REDRUM. Ya viene.
Recorriendo el cuarto, sin rumbo. Arrancando cuadros de las paredes.
Un tocadiscos (¿el tocadiscos de mamá?) arrojado sobre el piso. Los discos de ella, Grieg, Händel, los Beatles, Art Garfunkel, Bach, Liszt, desparramados por todas partes. Rotos, hechos pedazos. Un rayo de luz que llega desde otra habitación, desde el cuarto de baño, una luz blanca y cruda y una palabra que parpadea, encendiéndose y apagándose en el espejo del botiquín, como un ojo de color púrpura, REDRUM, REDRUM, REDRUM...
—No —susurró—. No, Tony, por favor...
Y pendiendo inerte por encima del labio blanco de la bañera, una mano. Laxa. Un lento hilo de sangre (REDRUM) que resbala por uno de los dedos, el del medio, y va a gotear sobre los azulejos desde la uña cuidadosamente manicurada...
No, oh no, no no...
(oh por favor, Tony, que me das miedo)
REDRUM REDRUM REDRUM
(no sigas Tony no sigas)
Se desvanecía.
En la oscuridad los ruidos retumbantes se hacían más fuertes, seguían creciendo, en ecos, por todas partes, por todos lados. Y ahora Danny estaba en cuclillas en un pasillo oscuro, agazapado sobre una alfombra azul con un tumulto de formas negras retorcidas entretejidas en la trama, escuchando los ruidos retumbantes que se acercaban y una Forma dobló por el pasillo y empezó a acercársele, tambaleante, oliendo a sangre y destrucción. En la mano llevaba un mazo que hacía girar (REDRUM) de un lado a otro describiendo arcos implacables, asestándolo contra las paredes, destrozando el empapelado y haciendo volar nubes fantasmales de polvo de yeso:
— ¡Ven a tomar tu medicina! ¡Tómala como un hombre!
La Forma que avanzaba sobre él, apestando con un hedor agridulce, gigantesca, cortando el aire con el mazo con un maligno susurro sibilante y después el gran retumbo hueco al estrellarlo contra la pared, haciendo volar el polvo que se le metía a uno por las narices, seco e irritante. Minúsculos ojos de fuego que relucían en la oscuridad. El monstruo ya estaba sobre él; lo había descubierto, allí, acurrucado, con la espalda contra la pared. Y la puerta trampa del techo estaba cerrada con llave.
Oscuridad. Sin rumbo.
—Tony, por favor quiero volver, por favor, por favor...
Y volvió . Estaba sentado en la acera de Arapahoe Street, con la camisa húmeda pegada a la espalda y el cuerpo bañado en sudor. En los oídos le resonaba todavía el tremendo contrapunto retumbante de ese ruido y olió su propia orina que no había podido controlar por el terror. Seguía viendo esa mano que colgaba flojamente sobre el borde de la bañera mientras la sangre le corría por un dedo, el del medio, y esa palabra inexplicable que era mucho más horrible que ninguna de las otras: REDRUM.
Y ahora la luz del sol. Las cosas reales. A no ser por Tony, ya muy lejos, un puntito apenas, de pie en la esquina, hablándole con su voz débil, aguda, dulce.
—Cuídate, doc...
Después, en un instante, Tony desapareció y el destartalado cochecito rojo de papá apareció doblando la esquina, traqueteando por la calle, arrojando por el escape nubecitas de humo azul. En un segundo Danny estuvo de pie, saludando con la mano, saltando de un pie a otro, gritando:
—¡Papi! ¡Eh, papi! ¡Hola, hola!
Papá acercó el «Volkswagen» a la acera, paró el motor y abrió la puerta. Danny corrió hacia él, pero se quedó helado, con los ojos muy abiertos. El corazón se le subió hasta la garganta y allí se le quedó. Junto a su papá, en el otro asiento delantero, había un mazo de mango corto, todo pegoteado de sangre y pelos.
No, no era más que el bolso de la compra.
—Danny... ¿estás bien, doc?
—Sí, muy bien —se acercó a su padre y

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