con Danny se evaporó, y al avanzar un paso para apartar la cortina, con la boca seca, no sentía más que compasión por su hijo y terror por sí mismo.
La bañera estaba seca y vacía.
La irritación y el alivio se exhalaron en un súbito suspiro que se lo escapó de los labios tensos, como una pequeña explosión. Al terminar la temporada, la bañera había sido escrupulosamente fregada y, a no ser por la mancha de herrumbre que se había formado bajo los grifos, brillaba de limpia. El olor del detergente era débil, pero inconfundible, uno de esos que, semanas después de haber sido usados, pueden seguir irritándole a uno las narices durante semanas y meses con el olor de su virtuosa pulcritud.
Se inclinó para pasar los dedos por el fondo de la bañera. Seca como un hueso. Ni el más leve rastro de humedad. O el chico había tenido una alucinación o había mentido, directamente. Volvió a sentirse irritado, y en ese momento le llamó la atención la alfombrilla de baño sobre el suelo. La miró con el ceño fruncido. ¿Qué hacía allí una alfombrilla de baño? Debería haber estado en el armario de la ropa blanca, al final del ala oeste, junto con las sábanas, toallas y fundas. Se suponía que ahí estaba toda la ropa blanca.
Ni siquiera las camas estaban hechas en las habitaciones de huéspedes; los colchones, tras haberlos protegido con fundas de plástico con cremalleras, estaban directamente cubiertos por las colchas. Se imaginó que tal vez Danny hubiera ido a buscarla, ya que con la llave maestra se podía abrir el armario de la ropa blanca, pero... ¿por qué? La recorrió con las yemas de los dedos. La alfombrilla estaba seca.
Volvió hacia la puerta del cuarto de baño y se quedó ahí parado. Todo estaba en orden. El chico había soñado; no había nada fuera de lugar. Lo de la alfombrilla de baño lo tenía un poco intrigado, es cierto, pero la explicación lógica sería que alguna de las camareras, apresurándose como locas el día de cierre de la temporada, se hubieran olvidado de recogerla.
Aparte de eso, todo estaba...
Las narices se le dilataron un poco. Desinfectante, ese virtuoso olor a limpieza. Y... ¿Jabón?
No, seguramente. Pero, una vez identificado el olor, era demasiado nítido para no darle importancia. Jabón. Pero no uno de esos jabones corrientes que le dan a uno en hoteles, y moteles. Era algo leve y aromático, un jabón de mujer. Como si fuera un olor rosado. «Camay» o «Lowila», alguna de las marcas que usaba siempre Wendy en Stovington.
(No es nada. Es tu imaginación.)
(sí como los setos que sin embargo se movían) (¡No se movían!)
Con paso irregular se dirigió a la puerta que daba al pasillo, sintiendo cómo en las sienes empezaba a martillarle un dolor de cabeza. Ese día había sido demasiado, habían sucedido demasiadas cosas. Claro que no castigaría al niño ni le daría una zurra, solamente hablaría con él, pero por Dios que ya tenía bastantes problemas para agregarles la habitación 217. Y sin más base que una alfombrilla de baño seca y un débil perfume a jabón de tocador...
Tras él se produjo un súbito ruido metálico. Lo oyó en el momento mismo en que su mano se cerraba sobre el picaporte, y un observador podría haber pensado que la manija de acero pulido le había transmitido una descarga eléctrica. Se estremeció convulsivamente, con los ojos muy abiertos, contraídos todos los demás rasgos en una mueca.
Después consiguió dominarse, un poco por lo menos, soltó el picaporte y se dio vuelta cuidadosamente. Las articulaciones le crujían.
Empezó a volverse hacia la puerta del baño, paso a paso, como con pies de plomo.
La cortina de la ducha, que él había apartado para mirar dentro de la bañera, estaba otra vez corrida. El ruido metálico, que a él le había sonado como el crujir de huesos en una cripta, lo había producido los anillos de la cortina al deslizarse por la barra. Jack se quedó mirando la cortina. Sentía la cara como si se la hubieran encerado, cubierta por fuera de piel muerta, por dentro llena de vivos, ardientes arroyuelos de espanto. Lo mismo que había sentido en la zona infantil.
Había algo detrás de la cortina de plástico rosado. Había algo en la bañera.
Alcanzaba a verlo, mal definido y oscuro a través del plástico, una figura casi amorfa. Podría haber sido cualquier cosa. Un juego de luz. La sombra del dispositivo de la ducha. Una mujer muerta desde hacía mucho tiempo, yacente en la bañera, con una pastilla de jabón «Lowila» en la mano rígida mientras esperaba pacientemente la eventual llegada de un amante.
Jack se dijo que debía avanzar sin vacilación para correr de un tirón la cortina. Para dejar al descubierto lo que hubiera allí. En cambio, se dio la vuelta con espasmódicos pasos de marioneta, con el corazón retumbándole espantosamente en el pecho, y volvió al dormitorio.
La puerta que daba al pasillo estaba cerrada.
Durante un largo segundo permaneció inmóvil, mirándola. Podía sentir el gusto del terror, en el fondo de la garganta, como un sabor de cerezas pasadas.
Con el mismo andar convulsivo fue hacia la puerta y obligó a sus dedos a cerrarse sobre el picaporte.
(No se abrirá )
Pero se abrió.
Con gesto torpe apagó la luz, salió al pasillo y, sin mirar hacia atrás, cerró la puerta. Desde adentro, le pareció oír un ruido extraño, de golpes húmedos, lejano, incierto, como si algo hubiera conseguido salir demasiado tarde, trabajosamente, de la bañera, como para saludar a su visitante, como si se hubiera dado cuenta de que el visitante se iba antes de haber satisfecho las convenciones sociales y se precipitara ahora hacia la puerta, algo purpúreo y horriblemente sonriente, para invitarlo a que entrara de nuevo.
Tal vez para siempre.
¿Pasos que se aproximaban a la puerta, o solo los latidos del corazón en sus oídos?
Tanteó en busca de la llave maestra. La sintió fangosa, remisa a girar en la cerradura. La
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El Respalndor
Mystery / ThrillerEsta historia no me pertencece en lo absoluto Escritor Original: Sthephen King Saque el libro de una pagina de Internet, para ser claros, lo saque de www.librosdemario.com, como ya dije al principio el libro no me pertenece,solo lo resubi en esta pl...