Capitulo 10

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hubieran juntado durante mil años. Periódicos y recibos viejos y facturas y cuentas y sabe Dios qué más.
Mi padre solía hacer una buena limpieza del lugar cuando teníamos el antiguo horno de leña, pero ahora la cosa se nos ha ido de las manos. Algún año de estos tomaré algún chico que los lleve a Sidewinder para quemarlos... si Ullman quiere correr con el gasto. Me imagino que lo hará, si grito «ratas» en voz bastante alta.
—Entonces, ¿hay ratas?
—Bueno... supongo que algunas. Ya tengo las ratoneras y el veneno que el señor Ullman quiere hacerle poner a usted en el desván y aquí abajo.
Tenga cuidado con su hijo, señor Torrance, no querrá que le pase nada.
—Seguro, tiene usted razón —viniendo de Watson, el consejo no resultaba hiriente.
Al llegar a la escalera se detuvieron un momento mientras Watson volvía a sonarse las narices.
—Allí encontrará todas las herramientas que necesite, y algunas innecesarias también me imagino,
Y está el asunto de las tejas. ¿Le habló Ullman de eso?
—Sí, quiere que le cambie parte de las tejas del ala oeste.
—Ese gordo presumido querrá que le haga usted tanto trabajo gratis como pueda, y en la primavera andará llorando por ahí, porque el trabajo no está hecho como es debido. Ya se lo dije una vez en su propia cara, le dije que...
Las palabras de Watson fueron desvaneciéndose en un zumbido a medida que subían las escaleras. Jack Torrance echó una mirada por encima del hombro a la impenetrable oscuridad que olía a vejez y a moho y pensó que si algún lugar había que debiera tener fantasmas, era ese. Pensó en Grady, enclaustrado por la nieve lenta e implacable, enloqueciendo lentamente hasta terminar cometiendo aquella atrocidad. ¿Habrían gritado?, se preguntó. Pobre Grady, sentir que aquello estaba más cerca de él cada día, saber finalmente que para él la primavera no llegaría jamás. No debería haber estado allí. No debería haber tenido ese arranque de mal genio.
Mientras atravesaba la puerta, siguiendo a Watson, las palabras resonaron dentro de él como el doblar de una campana, acompañadas por un ruido seco... como el de un lápiz que se quiebra. Dios santo, qué bien le vendría un trago. O mil.

4. EL PAÍS DE LAS SOMBRAS
Danny sintió debilidad y, a las cuatro y cuarto, subió en busca de su leche y sus galletas. Las engulló mientras miraba por la ventana y después entró a besar a su madre, que se había echado. Wendy le sugirió que se quedara dentro a ver un programa de TV, porque así el tiempo se le pasaría más rápido, pero el chico negó firmemente con la cabeza y volvió a sentarse al borde de la acera.
Ahora eran las cinco, y por más que no tuviera reloj ni pudiera todavía leer muy bien la hora, Danny se daba cuenta del paso del tiempo por el alargamiento de las sombras y por ese dejo dorado que empezaba a teñir la luz de la tarde.
Mientras daba vueltas al planeador entre sus manos, empezó a tararear por lo bajo: «Salta sobre mí, Lou, no me importa... salta sobre mí, Lou, no me importa... mi maestra se marchó... Lou, Lou, salta sobre mí...» Él y sus compañeros solían entonar juntos esa canción en el jardín de infancia Jack y Jill, donde iba cuando vivían en Stovington. Aquí en este pueblo no iba al jardín porque papá ya no tenía dinero suficiente para mandarle.
Danny sabía que su madre y su padre estaban preocupados por eso, preocupados porque era algo que aumentaba su soledad (y más profundamente aún, sin haberlo hablado entre ellos, les preocupaba que Danny pudiera culparlos), pero en realidad él no quería seguir yendo al viejo Jack y Jill. Eso era para bebés. Y aunque él todavía no era un chico grande, tampoco era un bebé. Los chicos grandes iban a la escuela de los grandes, donde les servían un almuerzo caliente. El año próximo, primer grado. Este año era como un lugar intermedio entre ser bebé y ser un chico grande. Pero estaba bien. Echaba de menos a Scott y a Andy —principalmente a Scott—, pero así y todo, estaba bien. Parecía mejor estar solo para esperar cualquier cosa que pudiera suceder.
Danny entendía muchísimas cosas de sus padres, y sabía que muchas veces a ellos no les gustaba que él entendiera, y que muchas otras se negaban a creer que así fuera. Pero algún día tendrían que creerlo. Él se conformaba con esperar.
Pero era una pena que no pudieran creerlo, especialmente en momentos como éste. Mamá estaba echada en su cama, en el apartamento, a punto de llorar de tan preocupada que estaba por papá. Algunas de las cosas que la preocupaban eran demasiado de adultos para que Danny las entendiera; cosas vagas que tenían que ver con la seguridad, con la imagen de sí mismo de papá, con sentimientos de culpa y de enojo y con el miedo por lo que podría suceder con ellos, pero las dos cosas principales que en ese momento la preocupaban eran que papá hubiera tenido una avería en la montaña ( si no, ¿por qué no telefoneaba? ) o que se hubiera ido a hacer Algo Malo. Danny sabía perfectamente qué era Algo Malo desde que se lo había explicado Scotty Aaronson, que tenía seis meses más que él. Y Scotty lo sabía porque también su papá había hecho Algo Malo. Scotty le había contado que una vez, su papá le había dado a su mamá un puñetazo en un ojo y la había derribado. Finalmente, el papá y la mamá de Scotty se habían DIVORCIADO por aquel Algo Malo, de modo que cuando Danny lo conoció, Scotty vivía con su madre y únicamente veía a su papá los fines de semana. El terror mayor de la vida de Danny era el DIVORCIO, palabra que siempre se le aparecía mentalmente como un cartel pintado con letras rojas cubiertas de serpientes sibilantes y venenosas. Cuándo había un DIVORCIO, los padres de uno ya no vivían juntos y se peleaban por el hijo en un tribunal, y uno tenía que irse a vivir con uno de ellos y al otro no lo veía prácticamente nunca, y ese con el que uno estaba podía


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