¡Lo que quiero es que se vaya usted de mi hotel!
— ¡El hotel no es suyo! —vociferó Jack y colgó de un golpe.
Después se sentó en el asiento de la cabina, respirando con dificultad un poco asustado (¿un poco? muy asustado, demonios) preguntándose por qué, en nombre de Dios, había empezado por llamar a Ullman. (Has vuelto a tener un arranque de mal genio, Jack) Si. Si, eso era. No tenía ningún sentido negarlo. Y lo peor de todo era que no tenía la menor idea de la influencia que pudiera tener ese pijotero barato sobre Al... como tampoco la tenía de cuántas serian las idioteces que Al estaría dispuesto a aguantarle en nombre de los viejos tiempos. Si Ullman era tan eficiente como él pretendía, y si le planteaba a Al que uno de los dos tenia que irse, ¿no se vería Al obligado a aceptar el ultimátum? Cerró los ojos y se imaginó diciéndoselo a Wendy. ¿Sabes qué, nena? Me he vuelto a quedar sin trabajo. Y esta vez he tenido que valerme de 3.200 kilómetros de cable telefónico para encontrar a quién agredir, pero lo conseguí.
Abrió los ojos y se frotó la boca con el pañuelo. Quería beber algo. Lo necesitaba , diablos. Había un café calle abajo, y sin duda todavía tenía tiempo de beberse una cerveza mientras iba hacia el parque, nada más que una para calmarse...
Se retorció nerviosamente las manos, desesperanzado.
La pregunta volvió a plantearse: ¿por qué había llamado a Ullman? El número del Surf-Sand, en Lauderdale, estaba anotado en una libretita que había en el «Overlook», junto al teléfono y al aparato de radio, junto a los números de fontaneros, carpinteros, vidrieros, electricistas... mil cosas. Poco después de levantarse, Jack lo había anotado en la caja de fósforos, ya entonces alegremente decidido a llamar a Ullman. ¿Con qué fin? Una vez, durante la época en que bebía, Wendy le había echado en cara que, aunque deseaba su propia destrucción, no tenía la fibra moral suficiente para respaldar su deseo de muerte. Por eso urdía modos para que otros lo destruyeran, haciéndose lentamente pedazos, él y su familia. ¿Sería verdad?
¿Tal vez en algún rincón de sí mismo temía que el «Overlook» fuera precisamente lo que necesitaba para dar término a la obra empezada y, en términos más generales, para recoger sus pedazos y volver a unirlos? ¿No estaría jugando en contra de si mismo? Dios mío, no por favor, que no sea así. Por favor.
Cerró los ojos e inmediatamente se dibujó una imagen sobre la oscura pantalla de los párpados: meter la mano en el agujero de las tejas para sacar el alquitranado inservible, el súbito pinchazo como una aguja, su propio grito de dolor y sorpresa en el aire claro e indiferente: Ay, maldita hija de puta...
Después la remplazó la imagen de sí mismo dos años atrás, llegando a casa a las tres de la mañana, borracho, tropezando con una mesa para caer despatarrado al suelo, entre maldiciones, y despertar a Wendy que dormía en el diván. Wendy que encendía la luz, le veía la ropa desgarrada y sucia tras alguna nebulosa pelea en el aparcamiento, algo que él recordaba vagamente como sucedido lloras antes en un bar miserable cerca del límite de Nueva Hampshire, con costras de sangre seca en la nariz, mientras miraba a su mujer, parpadeando estúpidamente bajo la luz como un topo puesto al sol, mientras Wendy decía sombríamente: Hijo de puta, has despertado a Danny. Si tú mismo no te importas, ¿no podemos importarte nosotros un poco? ¡Ay, por qué me molestaría alguna vez en hablarte!
El timbre del teléfono le hizo dar un salto. Levanto rápidamente el receptor, con la ilógica seguridad de que debía ser Ullman, o Al Shockley.
—Diga —ladró.
—Su tiempo extra, señor. Son tres dólares con cincuenta.
—Tendré que ir a buscar cambio. Un momento.
Dejó el teléfono sobre el estante, depositó las últimas seis monedas de veinticinco y después fue a pedirle cambio a la cajera. Hizo la transacción mecánicamente; sus pensamientos giraban en círculo, como una ardilla por el interior de una rueda.
¿Por qué había llamado a Ullman?
¿Por qué éste lo había avergonzado? Antes también lo habían avergonzado, y auténticos maestros... entre los cuales el Gran Maestro era él, naturalmente. ¿Nada más que para fanfarronear ante Ullman y desenmascararlo en su hipocresía? No creía ser tan mezquino. Mentalmente trató de aferrarse al álbum de recortes como una razón válida, pero esa explicación también hacía agua. Las posibilidades de que Ullman supiera quién era el dueño no serían mayores del dos por mil. En la entrevista, Ullman se había referido al sótano como si fuera otro mundo... un mundo sucio y subdesarrollado, para el caso. Si realmente hubiera querido saberlo, tendría que haber llamado a Watson, cuyo número durante el invierno también estaba anotado en la libretita del despacho. Tampoco Watson habría sido una fuente muy fehaciente, pero sí más segura.
Y hablarle de la idea del libro... eso había sido otra estupidez. Una estupidez increíble. Además de que así ponía en peligro su trabajo, también podía estar cerrándose canales de información, una vez que Ullman empezara a llamar a la gente para advertirles que se cuidaran si alguien iba a hacerles preguntas referentes al «Overlook». Bien podía haber hecho sus investigaciones con reserva, enviando por correo las cartas necesarias, cortésmente, incluso tal vez concertando algunas entrevistas para la primavera y después haberse tapado la cara para reírse de la cólera de Ullman cuando el libro se publicara y él ya estuviera a salvo y tranquilo... El Enmascarado vuelve a atacar. En cambio, había hecho esa maldita llamada disparatada, había tenido otro arranque de mal genio, se había enemistado con Ullman y había movilizado todas las inclinaciones de pequeño dictador del director del hotel. ¿Por qué? Si todo eso no era un esfuerzo por conseguir que lo echaran del
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El Respalndor
Mystery / ThrillerEsta historia no me pertencece en lo absoluto Escritor Original: Sthephen King Saque el libro de una pagina de Internet, para ser claros, lo saque de www.librosdemario.com, como ya dije al principio el libro no me pertenece,solo lo resubi en esta pl...