Capitulo 33

4 1 0
                                    

veces siento un pequeño esplendor por algún caballo.
Generalmente esas sensaciones me son muy útiles, y siempre me digo que algún día voy a acertar las tres carreras de la apuesta triple, y que con eso ganaré lo bastante para jubilarme antes. Pero todavía no me ha pasado, y en cambio, muchas veces he vuelto a casa a pie desde el hipódromo en vez de hacerlo en taxi y con la billetera llena. Nadie esplende todo el tiempo, como no sea tal vez Dios allá en el cielo.
—Sí, señor —asintió Danny pensando en la vez, casi un año atrás, que Tony le había mostrado un bebé dormido en su cuna, en la casa que tenían en Strovington. Danny se había emocionado mucho y había esperado, porque sabía que esas cosas llevan tiempo, pero el bebé no había llegado.
—Ahora, escúchame —continuó Hallorann, mientras tomaba en las suyas las manos de Danny—. Yo he tenido aquí varios sueños malos, y algunas malas sensaciones. Llevo dos temporadas trabajando aquí y tal vez una docena de veces tuve... bueno, pesadillas. Y tal vez una docena de veces me pareció que veía cosas. No, no te diré qué, porque no son para un muchachito como tú. Cosas malas, simplemente. Una vez fue algo que tenía que ver con esos malditos setos recortados de manera que parezcan animales. Otra vez hubo una doncella, que se llamaba Delores Vickery, y que tenía cierto esplendor, aunque no creo que ella lo supiera. El señor Ullman la despidió... ¿sabes lo que quiere decir eso, doc?
—Sí, señor —asintió candorosamente Danny—, porque a mi papá lo despidieron de su trabajo como profesor, y creo que por eso estamos en Colorado.
—Bueno, pues Ullman la despidió porque ella dijo que había visto algo en una de las habitaciones, donde... bueno, donde había sucedido algo malo. Fue en la habitación 217, y quiero que me prometas que no entrarás allí, Danny, en todo el invierno. Ni te acerques siquiera.
—Está bien —accedió Danny—. ¿Y esa señora... la doncella..., te pidió a ti que fueras a ver?
—Sí, me lo pidió, y allí había algo malo. Pero... no creo que fuera una cosa mala que pudiera dañar a nadie, Danny, eso es lo que intento decir. A veces la gente que esplende puede ver cosas que van a suceder, y creo que a veces pueden ver cosas que ya han sucedido. Pero son simplemente como las figuras de un libro. ¿Viste alguna vez en un libro una figura que te asustara, Danny?
—Sí —respondió el chico, pensando en el cuento de Barbaazul y en la figura en que la nueva esposa de Barbaazul abre la puerta y ve todas las cabezas.
—Pero sabías que no podía hacerte daño, ¿no es eso?
—Ssiií... —Danny no lo decía muy convencido.
—Bueno, pues así son las cosas en este hotel. No sé por qué, pero parece que de todas las cosas malas que sucedieron alguna vez aquí, de todas ellas quedan como pedacitos que andan todavía dando vueltas por ahí como recortes de uñas o desperdicios que alguien poco limpio hubiera barrido debajo de una silla. No sé por qué tiene que suceder precisamente aquí, me imagino que en casi todos los hoteles del mundo pasan cosas malas, y yo he trabajado en muchos sin tener problemas. Sólo aquí. Pero Danny, no creo que esas cosas puedan hacerle daño a nadie —subrayó cada palabra de las que iba diciendo con una leve sacudida de los hombros del chico—. De manera que si vieras algo, en un pasillo o en una habitación o afuera, junto a los setos... limítate a mirar hacia otro lado, y cuando vuelvas a fijarte, la cosa habrá desaparecido. ¿Entiendes?
—Sí —Danny se sentía mucho mejor, más calmado. Se puso de rodillas para besar la mejilla de Hallorann, y lo estrechó en un gran abrazo, que el cocinero le devolvió.
—¿Tus padres no esplenden, verdad? —le preguntó después.
—No, creo que no.
—Yo hice una prueba con ellos, como la hice contigo —dijo Hallorann—, y tu mamá se sobresaltó un poquitín. Sabes, yo creo que todas las madres esplenden un poco, por lo menos hasta que los chicos son capaces de cuidarse solos. Tu papá...
Durante un momento, Hallorann se interrumpió. También había tanteado al padre del niño y, simplemente, no sabía. No era como verse frente a alguien que tuviera esplendor o que decididamente no lo tuviera.
Hurgar en el padre de Danny había sido... raro, como si Jack Torrance tuviera algo — algo — que ocultaba. O algo que mantenía tan profundamente sumergido dentro de sí mismo que era imposible de alcanzar.
—No creo que él esplenda para nada —concluyó Hallorann—. Así que por ellos no te preocupes. Cuídate tú, y nada más. No creo que haya aquí nada que pueda dañarte , conque mantén la calma, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
— ¡Danny! ¡Eh, doc!
Danny levantó la vista.
—Es mamá, que me llama. Tengo que irme.
—Ya lo sé —asintió Hallorann—. Que lo pases bien aquí, Danny. Lo mejor posible.
—Claro. Gracias, señor Hallorann. Me siento mucho mejor.
Sonriente, un pensamiento afloró en su mente:
(Dick, para mis amigos)
(Sí, Dick, claro)
Sus ojos se encontraron, y Hallorann le hizo un guiño.
Danny se deslizó por el asiento del coche hasta abrir la portezuela del acompañante. Mientras se bajaba, Hallorann volvió a hablar.
—¿Danny?
—¿Qué?
—Si hay algún problema... llámame. Con un grito bien fuerte, como el de hace unos minutos. Aunque yo esté en Florida, es posible que te oiga. Y si te oigo, vendré corriendo.
—De acuerdo —repitió Danny, y sonrió.
—Cuídate, muchachote.
—Me cuidaré.
De un golpe, el chico cerró la puerta y atravesó a la carrera el aparcamiento. En la terraza, Wendy lo esperaba con los codos apretados contra el cuerpo para protegerse del viento helado. Mientras Hallorann los observaba, su sonrisa se desvaneció.
No creo que aquí haya nada que pueda hacerte daño.
No creo.
Pero, ¿y si se equivocaba? Desde que vio aquello en la bañera de la habitación 217, Hallorann había sabido que ésa sería

El RespalndorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora