Capitulo 94

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ya era demasiado tarde.)
Wendy sentía que jamás había concedido a Jack el beneficio de la duda. Ni por asomo. Wendy sentía que le ardía la cara, y sin embargo sabía irremediablemente, que si todo hubiera de suceder otra vez, ella haría lo mismo y pensaría de la misma manera. Para bien o para mal, llevaba por siempre consigo una parte de su madre.
—Jack... —comenzó, no muy segura de si quería disculparse o justificarse, y sabiendo que ninguna de las dos cosas serviría de nada.
—Ahora no —la interrumpió él.
Danny tardó quince minutos en beberse la mitad del contenido del tazón, pero pasado ese rato se había calmado visiblemente Los estremecimientos casi habían desaparecido.
Jack apoyó solemnemente las manos en los hombros de su hijo.
—Danny, ¿crees que puedes contarnos exactamente lo que te sucedió?
Es muy importante.
Danny miró de Jack a Wendy y después volvió de nuevo los ojos a su padre En la pausa de silencio, se pusieron de relieve el marco en que se hallaban y su situación: afuera el alarido del viento, que seguía amontonando nieve desde el noroeste; adentro los crujidos y gemidos del viejo hotel que se preparaba para otra tormenta. La realidad de su aislamiento se abatió con inesperada fuerza sobre Wendy, como solía sucederle, como un impacto en el corazón.
—Quiero contaros todo —susurró Danny—. Ojalá lo hubiera hecho antes —volvió a levantar la taza y la sostuvo con ambas manos, como si la tibieza le diera seguridad.
—¿Por que no lo hiciste, hijo? —suavemente, Jack le aparto de la frente el pelo desordenado y sudoroso.
—Porque el tío Al te había conseguido el trabajo, y yo no podía entender que este lugar fuera bueno y malo para ti, al mismo tiempo. Era...
—los miró pidiendo ayuda, al no poder encontrar la palabra necesaria.
—¿Un dilema? —le preguntó suavemente Wendy—. ¿Cuando nada de lo que puedes elegir parece bueno?
—Eso, si —asintió el chico, aliviado.
—El día que tú estuviste podando el cerco, Danny y yo tuvimos una conversación en la furgoneta —terció Wendy—. El día de la primera nevada en serio, ¿te acuerdas?
Jack hizo un gesto afirmativo. El día que arregló los setos estaba muy bien grabado en su memoria.
—Pues me parece que no hablamos lo suficiente —suspiró Wendy—.
¿No te parece, doc?
Danny, la imagen del infortunio, movió la cabeza.
—¿De qué hablasteis, exactamente? —preguntó Jack—. No estoy seguro de que me guste que mi mujer y mi hijo...
—...hablen de lo mucho que te quieren.
—De lo que fuere, no lo entiendo. Me siento como si hubiera entrado a ver una película después del descanso.
—Hablamos de ti —reconoció Wendy en voz baja—. Y tal vez no lo dijéramos todo en palabras, pero los dos lo sabíamos. Yo porque soy tu mujer, y Danny porque él entiende cosas.
Jack siguió en silencio.
—Danny lo dijo con toda exactitud. El lugar parecía bueno para ti.
Estabas lejos de todas las presiones que tan desdichado te hacían en Stovington. Eras tu propio jefe, y estar trabajando con las manos te permitiría reservar tu cerebro, sin restricciones, para escribir por las noches.
Después... no sé exactamente en que momento, empezó a parecer que este lugar no era bueno para ti. Te pasabas todo el tiempo en el sótano, revisando esos papeles viejos, toda esa historia antigua. Hablas en sueños.
—¿En sueños? —preguntó Jack, mientras en su rostro aparecía una expresión entre sorprendida y cautelosa—. ¿Que yo hablo en sueños?
—La mayor parte no se entiende. Una vez que me levanté para ir al baño, tú estabas diciendo: «Demonios, traed las ranuras por lo menos, que nadie lo sabrá jamás.» Otra vez me despertaste, vociferando prácticamente:
«Quitaos las máscaras, quitaos las máscaras.»
—Cristo —susurró Jack y se pasó una mano por la cara. Parecía descompuesto.
—Y todos los hábitos de cuando bebías, también. Masticar
«Excedrina». Frotarte continuamente la boca. Caprichoso por las mañanas. Y tampoco has podido terminar la obra todavía, ¿no es eso?
—No, todavía no, pero no es mas que cuestión de tiempo. Estuve pensando en otra cosa. Tengo un proyecto nuevo.
—Este hotel. Es el proyecto por el cual te llamó Al Shockley. El que no quería que pusieras en práctica.
—¿Y tú como lo sabes? —ladró Jack—. Estabas escuchando? ¿Estabas...?
—No —respondió Wendy—. Aunque hubiera querido escuchar, no habría podido hacerlo, y tú te darías cuenta si usaras la cabeza. Esa noche, Danny y yo estábamos abajo. El conmutador está desconectado. Nuestro teléfono de arriba era el único que funcionaba en el hotel, porque está conectado directamente con la línea exterior. Tú mismo me lo dijiste.
—Entonces, ¿cómo pudiste saber lo que me dijo Al?
—Porque Danny me lo dijo. Danny sabía, de la misma manera que a veces sabe dónde están las cosas que se han perdido, o sabe que alguien está pensando en divorciarse.
—El médico dijo...
Wendy movió la cabeza con impaciencia.
—Ese médico era una mierda y los dos lo sabemos. Lo hemos sabido todo el tiempo. ¿Te acuerdas de cuando Danny dijo que quería ver los camiones de bomberos? Eso no fue una corazonada. Apenas si era un bebé .
Danny sabe cosas. Y ahora tengo miedo —miró los magullones en el cuello del chico.
—¿Sabías de verdad que el tío Al me había llamado, Danny?
Danny afirmó con la cabeza.
—Y estaba de veras enfadado, papá. Porque tú habías llamado al señor Ullman, y el señor Ullman lo llamó a él. El tío Al no quería que tú escribieras nada sobre el hotel.
—Jesús —suspiró Jack—. Y los magullones, Danny... ¿quién intentó estrangularte?
El rostro de Danny se ensombreció.
— Ella —respondió—. La mujer que hay en esa habitación. La 217. La señora muerta.
Nuevamente, los labios empezaron a temblarle, y volvió a tomar el tazón para beber.
Por encima de su cabeza

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