Capitulo 66

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escalera. Allá abajo estaba mami, durmiendo. Y si papá había vuelto de su paseo, estaría tal vez en la cocina comiéndose un sandwich y leyendo un libro. No tenía más que pasar junto al viejo extintor y bajar por la escalera.
Empezó a andar hacia allí, acercándose cada vez más a la pared opuesta hasta que rozó con el brazo derecho el elegante empapelado sedoso. Faltaban veinte pasos. Quince. Una docena.
Cuando le faltaban diez pasos, súbitamente, la boquilla de bronce se resbaló del rollo sobre el cual había estado apoyada (¿durmiendo?)
y cayó con un ruido sordo sobre la alfombra del pasillo. Allí se quedó, con el oscuro agujero apuntado hacia Danny. El chico se detuvo inmediatamente, encogiendo los hombros bajo el súbito aguijonazo del miedo. La sangre le golpeaba, densa, en los oídos y en las sienes. Sentía la boca áspera y amarga, y los puños se le habían cerrado solos. Sin embargo, la boquilla de la manguerra sólo seguía ahí tendida, su boquilla de bronce, resplandeciendo suavemente, una curva de manguera plana que llegaba por el otro extremo al aparato pintado de rojo, asegurado en la pared.
Se había caído, nada más, ¿y qué? No era más que un extintor de incendios, nada más. Era una estupidez pensar que se parecía a una serpiente venenosa de las que había en El mundo animal , y que al oírlo se hubiera despertado. Aunque la textura de la lona diera un poco la impresión de ser algo escamoso. Con pasar por encima de ella y seguir por el pasillo hasta la escalera, con prisa, para tener la seguridad de que no lo siguiera y se le enroscara en los pies...
En inconsciente imitación de su padre, se frotó los labios con la mano izquierda y dio un paso hacia delante. La manguera no se movió. Otro paso.
Nada. ¿Viste qué estúpido eres? Te asústate tú mismo pensando en esa habitación cerrada y en el cuento de Barbaazul , y probablemente hace cinco años que esa manguera estaba a punto de caerse. Eso es todo.
Danny miró fijamente la manguera en el suelo, y pensó en las avispas.
A ocho pasos de distancia, la boquilla de la manguera relucía pacíficamente sobre la alfombra, como si le dijera: No te preocupes. No soy más que una manguera, nada. Y aunque fuera otra cosa, lo que puedo hacerte no es mucho peor que una picadura de abeja. O de avispa. ¿Qué puedo querer hacerle a un simpático muchachito como tú... salvo morderlo, morderlo... morderlo?
Danny dio otro paso, y otro más. Sentía el aliento seco y áspero en la garganta, y estaba ya al borde del pánico. Empezó a desear que la manguera se moviera , porque entonces por fin sabría, estaría seguro. Dio un paso más; a esa distancia, ya podía atacarlo. Pero no te va a atacar , pensó histéricamente. ¿Cómo puede atacarle ni morderte , si no es mas que una manguera?
Tal vez esté llena de avispas.
Su temperatura interna descendió súbitamente a cifras glaciales. Casi hipnotizado, se quedo mirando el agujero negro en medio de la boquilla.
Tal vez estuviera lleno de avispas, de avispas misteriosas, con los oscuros cuerpecillos rebosantes de veneno, tan llenos de veneno otoñal que se les escurría de los aguijones en liquidas gotas transparentes.
Repentinamente comprendió que estaba casi helado de terror; si no obligaba a sus pies a que se movieran ahora, se le quedarían atrapados en la alfombra y allí se quedaría, con los ojos fijos en el agujero negro en el centro de la boquilla de bronce como un pájaro que mira fijamente a una serpiente, se quedaría allí hasta que su papá lo encontrara, y entonces... ¿qué sucedería?
Con un gemido fuerte, se obligó a correr. Cuando llegó junto a la manguera, algún juego de la luz le dio la impresión de que la boquilla se moviera, se levantara como para atacarlo, y saltó lo mas que pudo para pasar por encima; en su pánico, le pareció que las piernas lo elevaban casi hasta el techo, creyó sentir que los pelos rebeldes del remolino de la coronilla rozaban el yeso, aunque mas tarde se daría cuenta de que no pudo ser así.
Cayo del otro lado de la manguera y siguió corriendo, pero entonces la oyó a sus espaldas, acercándose; el susurro rápido y seco de la cabeza de bronce deslizándose rápidamente sobre la alfombra en pos de él era como el de una serpiente de cascabel que, en el campo, avanza entre la hierba. Venia persiguiéndolo, y de pronto le pareció que la escalera estaba muy lejos, que se alejaba un paso por cada paso que él, a la carrera, daba hacia ella.
¡Papa! , intento gritar, pero la garganta cerrada no dejaba pasar ni una palabra. Se encontraba solo. Tras él, el ruido se hacia más fuerte, el murmullo seco de la serpiente al deslizarse rápidamente sobre las fibras de la alfombra. Ya la tenia sobre los talones, enderezando tal vez la cabeza, mientras el veneno se escurría, transparente, por el hocico de bronce.
Danny llegó a la escalera y tuvo que aferrarse con ambos brazos del pasamanos para detener su carrera. Durante un momento pareció que perdería el equilibrio y bajaría los escalones rodando hasta el final.
Volvió a mirar por encima del hombro.
La manguera no se había movido. Seguía tendida lo mismo que antes, todavía una parte colgaba en la pared, la boquilla de bronce en el suelo del pasillo, con la boquilla apuntando desinteresadamente lejos de él. ¿Viste, tonto?, volvió a regañarse. Tú te lo inventaste todo, gato asustado. No fue más que tu imaginación, gato asustado, gato asustado.
Temblorosas las piernas por la reacción, se aferró al pasamanos de la escalera.
(Si no le perseguía)
le dijo su mente y se aferró a la idea y la repitió.
(no te perseguía, no te perseguía, no, no, no) No había por qué tenerle miedo. En realidad, podría volver a colgar bien la manguera donde estaba, si quería. Podía, claro, pero no creía que lo hiciera. Porque ¿si lo hubiera perseguido y se hubiera vuelto atrás cuando se dio cuenta de que no iba a... poder... alcanzarlo?
La

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