Capitulo 74

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Rachel, cuando su papá los llevó al circo, completamente abstraído. La desazón, la inquietud, se habían evaporado por completo. Al mirarlo, Wendy había vuelto a experimentar la certeza, súbita e inquietante, de que Danny sabía más y entendía más de lo que tenía cabida en la filosofía del doctor («Llámenme Bill») Edmonds.
—Es hora de acostarte, doc —le dijo.
—Sí, esta bien —el chico puso una marca en el libro y se levantó.
—Ve a lavarte y a cepillarte los dientes.
—Bueno.
—Y no te olvides de la seda dental.
—No, mamá.
Durante un momento se quedaron uno junto al otro, mirando cómo oscilaba el resplandor de las brasas en el fuego. La mayor parte del vestíbulo estaba helado y lleno de corrientes de aire, pero el círculo alrededor de la chimenea era de una tibieza mágica, que se hacía difícil abandonar.
—El tío Al llamó por teléfono —dijo Wendy, como quien no quiere la cosa.
—¿Ah, sí? —ni la menor sorpresa.
—Estaba pensando si estaría enojado con papá —siguió Wendy en el mismo tono.
—Sí, seguro que sí —asintió Danny, sin dejar de mirar el fuego—. No quería que papá escribiera el libro.
—¿Qué libro, Danny? —Ése sobre el hotel.
La pregunta que se le formó en los labios era la misma que ella y Jack le habían formulado mil veces: ¿Cómo lo sabes? Pero no se lo había preguntado. No quería inquietarlo a la hora de acostarse, ni hacer que el chico se diera cuenta de que estaban hablando en tono casual de su conocimiento de cosas que él no tenía manera alguna de saber. Pero las sabía , de eso Wendy estaba convencida. La charla del doctor Edmonds sobre el razonamiento inductivo y la lógica subconsciente no era más que eso: charla. Su hermana... ¿cómo había sabido Danny que ese día, en la sala de espera, Wendy estaba pensando en Aileen? Y (Soñé que papá tuvo un accidente.) Sacudió la cabeza, como para despejársela. —Ve a lavarte, doc.
—Sí, mamá —corrió escaleras arriba, hacia el dormitorio, mientras Wendy, con el ceño fruncido, se iba a la cocina a calentar la leche para Jack.
Y ahora, insomne en su cama mientras escuchaba la respiración de su marido y el viento afuera (milagrosamente, esa tarde habían vuelto a tener otra nevisca, todavía, ninguna gran nevada), Wendy dejó que sus pensamientos se volvieran sin reserva hacia ese hijo adorable e inquietante, que había nacido con la cabeza envuelta en las membranas, esa tela que los médicos veían quizá en un nacimiento entre setecientos, esa tela que según las historias de viejas era señal de doble vista.
Decidió que era hora de hablar con Danny sobre el «Overlook»... y mucho más, de conseguir que Danny hablara con ella. Mañana, seguramente. Los dos tenían pensado ir a la biblioteca pública de Sidewinder para ver si podían conseguir que les prestaran algunos libros de un nivel de segundo grado, durante todo el invierno, y entonces hablaría con él. Y francamente. Con esa idea se sintió más tranquila y por fin empezó a abandonarse al sueño.
En su dormitorio, Danny estaba despierto, con los ojos abiertos, sosteniendo con el brazo izquierdo su viejo y traqueteado osito de felpa (que había perdido uno de los botones que hacían de ojos y perdía relleno por una docena de costuras reventadas), escuchando cómo dormían sus padres en su dormitorio. Tenía la sensación de haberse convertido, sin quererlo, en el guardián de ellos. Las noches eran lo peor de todo. Aborrecía las noches, y el gemido constante del viento sobre el ala oeste del hotel.
Suspendido de un hilo, sobre él flotaba el planeador. Encima de su escritorio el «Volkswagen», que el chico había traído desde la planta baja, resplandecía con un tono púrpura fluorescente. En la estantería estaban sus libros de lectura, y los de pintar sobre el escritorio. Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio , decía mamá. Entonces cuando quieres algo sabes dónde lo tienes . Pero ahora las cosas estaban cambiadas de lugar. Faltaban cosas. Y, lo que era peor, se habían agregado cosas, cosas que uno no podía ver bien, como en esas figuras que decían ¿PUEDES VER LOS INDIOS? Y si uno se esforzaba y miraba con los ojos entornados, entonces veía algunos; eso que al primer vistazo le había parecido un cactus era en realidad un guerrero con un cuchillo entre los dientes, y había otros ocultos en las rocas, y hasta se podía ver uno de los rostros hoscos y despiadados mirando por entre los radios de la rueda de un carro con toldo. Pero nunca se los podía ver a todos, y era eso lo que lo inquietaba a uno. Porque eran los que no se podían ver los que se arrastrarían furtivamente por atrás, con el tomahawk en una mano y en la otra el cuchillo para arrancarte el cuero cabelludo...
Danny se acomodó de nuevo en la cama, con zozobra, buscando con los ojos el resplandor reconfortante de la lamparilla de noche. Aquí las cosas eran peor, de eso estaba seguro. Al principio no había sido tan malo, pero poco a poco., su papá pensaba mucho más en beber. A veces estaba enojado con mami no sabía por qué. Se paseaba enjugándose los labios con el pañuelo, con una expresión nebulosa y distante en los ojos. Mami estaba preocupada por él, y Danny también. No necesitaba del esplendor para saber que le había hecho preguntas el día que a él le pareció que la manguera del extintor se convertía en una serpiente. El señor Hallorann había dicho que todas las madres podían esplender un poquito, y ese día ella supo que había pasado algo, pero no qué.
Danny había estado a punto de decírselo, pero hubo un par de cosas que lo detuvieron. Sabía que el médico de Sidewinder había restado importancia a Tony y a las cosas que Tony le mostraba, como algo perfectamente
(bueno casi)
normal. Entonces, era posible que su madre no le creyera si le contaba lo de la manguera. Y peor sería que lo creyera, pero equivocadamente, que pensara que a Danny se le

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