una tarjetita atada al teléfono, y en no más de diez minutos llegaron. Y en esa tarjetita había otros números. En cinco minutos se podía tener en casa un agente de la Policía, y los bomberos en menos tiempo todavía, pues el parque de bomberos estaba a menos de 500 metros de donde ellos vivían. Había a quién llamar si se cortaba la luz, a quién llamar si se estropeaba la ducha, a quién llamar si se averiaba la TV. Pero, ¿qué les pasaría allí si Danny tenía uno de esos desmayos y se ahogaba con la lengua?
(¡oh Dios qué idea!)
¿Y si el hotel se incendiaba? ¿Si Jack se caía por el pozo del ascensor y se fracturaba el cráneo? ¿Si...?
(¡si lo pasamos estupendamente aquí, termina de una vez, Winnifred!) Hallorann les mostró la cámara frigorífica, donde el aliento les salía en nubecitas, como los globos de las historietas. Allí ya parecía haber llegado el invierno.
Hamburguesas en grandes bolsas de plástico, cinco kilos por bolsa, una docena de bolsas. Cuarenta pollos enteros colgados de una hilera de ganchos en las paredes revestidas de madera. Una docena de jamones enteros, en lata, apilados uno encima de otro como fichas. Debajo de los pollos, diez costillares de vaca, diez de cerdo y una enorme pierna de cordero.
—¿Te gusta el cordero, doc? —le preguntó Hallorann con una sonrisa de complicidad.
—Me encanta —contestó inmediatamente Danny, que jamás lo había comido.
—Estaba seguro. No hay nada como un buen par de tajadas de cordero cuando hace frío, acompañadas con un poco de jalea de menta también. El cordero es bueno para el estómago; es una carne sin pleitos.
—¿Cómo sabía usted que lo llamábamos doc? —preguntó desde atrás Jack, con curiosidad.
—¿Decía usted? —Hallorann se dio la vuelta para mirarlo.
—Que a Danny a veces lo llamamos «doc», como en las películas de dibujos de Bugs Bunny.
—Es que tiene cierto aire de doctor, ¿no le parece? —miró a Danny arrugando la nariz y frunció los labios—. Eeeh, ¿qué pasa, doc? —le preguntó.
Danny soltó una risita y en ese momento Hallorann le dijo algo (¿Seguro que no quieres venirte a Florida, doc?) con mucha claridad. El chico lo oyó palabra por palabra. Miró a Hallorann, sorprendido y un poco asustado. El negro le guiñó solemnemente un ojo y siguió prestando atención a las provisiones.
Wendy apartó los ojos de la ancha espalda del cocinero para mirar a su hijo. Tenía una sensación extrañísima, como si entre los dos hubiera pasado algo que ella no había terminado de entender.
—Tiene usted aquí doce cajas de salchichas y doce de tocino —le explicó Hallorann—. Y también hay cerdo salado. En este cajón, diez kilos de mantequilla.
—¿Mantequilla de verdad ? —preguntó Jack.
—De primera.
—No creo haber comido mantequilla auténtica desde que era niño, cuando vivía en Nueva Hampshire.
—Bueno, pues aquí la comerá hasta que la margarina le parezca una delicia —le aseguró Hallorann, riendo—. Y en este cajón está el pan, treinta hogazas de pan blanco, veinte de integral. En el «Overlook» tratamos de mantener el equilibrio racial, imagínese. Claro que con cincuenta hogazas no se arreglarán, pero tienen para varias horneadas y en cualquier momento, fresco es mejor que congelado.
—Y aquí tienen el pescado —continuó—. Alimento para el cerebro,
¿no es así, doc?
—¿Es así, mamá?
—Si el señor Hallorann lo dice, tesoro... —sonrió su madre.
—El pescado no me gusta —declaró Danny, frunciendo la nariz.
—Pues te equivocas de medio a medio. Lo que pasa es que tú no le has gustado jamás a ningún pescado. Pero a los que hay aquí les gustarás.
Hay dos kilos y medio de trucha, cinco de rodaballo, quince latas de atún...
—Ah, sí, el atún me gusta.
—...y dos kilos y medio del lenguado más sabroso que jamás haya nadado por los mares. Muchacho, cuando llegue la primavera verás cómo piensas que el viejo... —hizo chasquear los dedos como si se hubiera olvidado de algo—. ¿Cómo me llamo yo? Acaba de olvidárseme.
—Señor Hallorann —le sonrió Danny—. Y para los amigos, Dick.
—¡Exactamente! Y como tú eres un amigo, para ti soy Dick.
Mientras el cocinero los guiaba hacia un rincón, Jack y Wendy se miraron, intrigados, procurando recordar si Hallorann les había dicho su nombre de pila.
—Y aquí he puesto esto en especial —anunció Hallorann—. Espero que lo disfruten ustedes.
—Oh, pero realmente, no debería... —balbuceo Wendy, conmovida.
Era un pavo de unos diez kilos, atado con una ancha cinta roja con un gran lazo.
—No podía ser que no tuvieran un pavo para el día de Acción de Gracias —dijo con seriedad Hallorann—. Y creo que por ahí debe de haber un capón para Navidad. Ya lo encontrará usted. Y salgamos de aquí antes de que nos pesquemos todos una pulmonía. ¿De acuerdo, doc?
—¡De acuerdo!
En la despensa refrigerada los esperaban más maravillas. Cien paquetes de leche en polvo (aunque Hallorann le aconsejo a Wendy que mientras fuera posible comprara leche fresca para el niño en Sidewinder), cinco bolsas de azúcar de seis kilos cada una, un gran frasco de melaza negra, cereales, frascos llenos de arroz y fideos de diversas clases; filas y más filas de latas de frutas en almíbar y ensalada de frutas; un cajón de manzanas que impregnaban todo el local con su aroma otoñal, uvas pasas, ciruelas y albaricoques («Si quieres ser feliz, tienes que ser ordenado», dictaminó Hallorann y lanzó una carcajada hacia el cielo raso de la despensa, donde un anticuado artefacto de luz colgaba de una cadena de hierro); un profundo arcón lleno de patatas y cajones mas pequeños con tomates, cebollas, nabos, calabazas y coles.
—Palabra que —empezó a decir Wendy mientras salían, pero, atónita al ver tanta comida fresca después de manejarse con un presupuesto de treinta dólares semanales para alimentación, no supo como
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El Respalndor
Mystère / ThrillerEsta historia no me pertencece en lo absoluto Escritor Original: Sthephen King Saque el libro de una pagina de Internet, para ser claros, lo saque de www.librosdemario.com, como ya dije al principio el libro no me pertenece,solo lo resubi en esta pl...