Capitulo 75

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estaban AFLOJANDO LOS TORNILLOS. Él algo sabía de lo que era AFLOJARSE LOS TORNILLOS; no tanto como sabia sobre ENCARGAR UN BEBÉ, porque eso mami se lo había explicado bastante bien el año pasado, pero algo sabía.
Una vez, en el jardín de infancia, su amigo Scott había señalado a un chico que se llamaba Robin Stenger, que andaba lloriqueando junto a los columpios con una cara tan larga que casi se la podía pisar. El padre de Robin enseñaba aritmética en la misma escuela que papá, y el de Scott era profesor de historia. La mayoría de los pequeños del jardín de infancia tenían alguna vinculación con la escuela preparatoria de Stovington, o bien con la pequeña planta de «IBM» que había en las afueras del pueblo, y ambos formaban dos grupos por separado. Naturalmente, había amistades entre niños de los dos grupos, pero era bastante natural que el contacto fuera mayor entre los pequeños cuyos padres se conocían. Cuando en uno de los grupos pasaba algo entre los adultos, casi siempre se filtraba hasta los niños, de alguna manera más o menos distorsionada, pero era raro que trascendiera al otro grupo.
Esa vez, él y Scotty estaban sentados en la nave espacial de juguete cuando Scotty señaló a Robin con un gesto del pulgar.
—¿Conoces a ese chico? —le preguntó.
—Sí —contestó Danny.
Scott se inclinó hacia él.
—Anoche, a su papá se le AFLOJARON LOS TORNILLOS, y se lo llevaron.
—¿Ah, sí? ¿Porque se le aflojaron algunos tornillos, nada más?
Scott lo miró con desdén.
—Se enloqueció, vamos —Scott se puso bizco, dejó caer la lengua y empezó a describir amplias elipses con el índice sobre las sienes—. Se lo llevaron al LOQUERO.
—Uau —se asombró Danny—. ¿Y cuándo lo dejarán volver?
—Nunca-nunca-nunca —respondió sombríamente Scotty.
En el transcurso de ese día y del siguiente, Danny llego a saber que a) El señor Stenger había intentado matar a toda su familia, incluso a Robin, con la pistola que guardaba como recuerdo de la Segunda Guerra Mundial;
b) El señor Stenger había hecho pedazos la casa mientras estaba MAJARETA;
c) Al señor Stenger lo habían encontrado comiéndose un tazón de bichos muertos y hierba seca como si fueran copos de cereales con leche, y mientras lo hacía estaba llorando;
d) El señor Stenger había tratado de estrangular a su mujer con una media porque su equipo favorito había perdido un partido.
Finalmente, demasiado angustiado para seguir guardando el secreto, Danny le había hablado a su papá del señor Stenger. Papá se lo había sentado en las rodillas y le había explicado que el señor Stenger había estado soportando demasiadas tensiones, en parte por su familia y en parte por el trabajo y en parte por cosas que nadie más que los médicos podían entender. Había tenido ataques de llanto, y tres noches atrás se había puesto a llorar sin poder refrenarse y había roto un montón de cosas en las casa de los Stenger. Eso no era porque se le hubieran AFLOJADO LOS TORNILLOS, decía papá, sino porque había tenido un COLAPSO NERVIOSO, y el señor Stenger no estaba en un LOQUERO sino en un SANATORIO. Pero a pesar de las cautelosas explicaciones de papá, Danny estaba asustado. No le parecía que hubiera ninguna diferencia entre que se le AFLOJARAN LOS TORNILLOS
a alguien y que tuviera un COLAPSO NERVIOSO, y aunque se dijera SANATORIO en vez de LOQUERO, el lugar seguía teniendo rejas en las ventanas y a uno no lo dejaban salir aunque quisiera. Y, de manera totalmente inocente, su padre había confirmado sin modificarla otra de las frases de Scotty, que despertaba en Danny un terror impreciso y vago. En el lugar donde vivía ahora el señor Stenger había HOMBRES DE BATA BLANCA, que venían a buscarlo a uno en una furgoneta sin ventanillas y pintada de un funesto color gris. La aparcaban junto a la acera, junto a la casa de uno, y entonces los HOMBRES DE BATA BLANCA iban a buscarlo a uno y lo separaban de su familia y lo llevaban a vivir en una habitación con paredes acolchadas. Y si uno quería escribir a su casa, tenía que hacerlo con crayola.
—¿Y cuándo lo dejarán volver? —preguntó Danny a su padre.
—Tan pronto como mejore, doc.
—Pero eso, ¿cuándo será? —había insistido Danny.
—Dan. ESO NADIE LO SABE —le respondió Jack.
Y eso era lo peor de todo. Era otra manera de decir nunca-nunca-nunca. Un mes más tarde, la madre de Robin lo había sacado del jardín de infancia y los dos se fueron de Stovington, sin el señor Stenger.
Eso había pasado hacia más de un año, después de que papá dejara de tomar Algo Malo, pero antes de que perdiera el trabajo. Danny aun solía pensar en eso. A veces, cuando se caía o se daba un golpe o le dolía la barriga, empezaba a llorar y de pronto se acordaba, y le daba miedo de no poder dejar de llorar, de seguir y seguir, llorando y gritando, hasta que papito fuera al teléfono, marcara un número y dijera: «¿Hola? Habla Jack Torrance, de 149 Mapleline Way. Estoy con mi hijo, que no puede dejar de llorar. Por favor, envíen a los HOMBRES DE BATA BLANCA para que lo lleven al SANATORIO. Si, eso es, se le AFLOJARON LOS TORNILLOS. Gracias.» Y entonces la furgoneta gris sin ventanillas llegaría a la puerta de su casa, lo meterían a él dentro, siempre llorando histéricamente, y se lo llevarían. ¿Y cuándo volvería a ver a su papá y a su mamá? ESO NADIE LO SABE.
Era ese temor lo que le había impuesto silencio. Ahora que ya tenía un año más, estaba seguro de que mamá y papá no dejarían que se lo llevaran por haber pensado que la manguera del extintor era una serpiente, su mente racional estaba segura de eso, pero así y todo, cuando pensaba en contarles la historia, el viejo recuerdo se alzaba dentro de él como una piedra que le llenara la boca y no le dejara articular las palabras. No era como lo de Tony; Tony siempre le había parecido perfectamente natural (hasta que empezaron las pesadillas,

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