Capitulo 17

7 1 0
                                    


trago. Nada más que una gotita para ver las cosas en la perspectiva debida...
—Danny ha soñado que tenías un accidente con el coche —dijo bruscamente Wendy—. Tiene sueños raros, a veces. Me lo ha dicho esta mañana, mientras lo vestía. ¿Ha sido así, Jack? ¿Has tenido un accidente?
—No.
Hacia el mediodía, la ansiedad de beber se le había convertido en una fiebre. Se fue a casa de Al.
—¿Estás en seco? —le preguntó su amigo antes de hacerlo pasar.
Tenía un aspecto espantoso.
—Como un hueso. Pareces Lon Channey en El fantasma de la Ópera .
—Entra.
Se pasaron la tarde jugando a los naipes, sin beber.
Pasó una semana. Él y Wendy no hablaron mucho, pero Jack sabía que ella lo observaba, incrédula, mientras él bebía café negro e infinitas botellas de «Coca-Cola». Una noche se bebió un cajón entero de seis «cocas» y después corrió al cuarto de baño a vomitarlas. El nivel de las botellas de alcohol del mueble-bar no bajaba. Después de las clases, Jack se iba a casa de Al Shockley —a quien Wendy odiaba más de lo que había odiado a nadie en su vida— y, cuando regresaba, su mujer juraba que su aliento olía a whisky o a gin, pero él conversaba con lucidez con ella antes de cenar, bebía café, jugaba con Danny después de la cena mientras compartía con él una «coca», le leía algo antes de acostarlo y después se sentaba a corregir composiciones bebiendo interminables tazas de café negro; Wendy tendría que admitir que se había equivocado.
Pasaron semanas, y las palabras sin pronunciar fueron retrocediendo cada vez más de los labios de Wendy. Jack percibía el retroceso, pero sabía que nunca sería una desaparición completa. Las cosas empezaron a mejorar un poco. Después vino lo de George Hatfield. Había vuelto a tener un arranque de mal genio, y esta vez completamente sobrio.
—Señor, el abonado sigue sin...
—¿Sí? —preguntó la voz de Al, sin aliento.
—Hablen —dijo de mala gana la telefonista.
—Al, soy Jack Torrance.
—¡Jackie! —dijo con auténtico placer—. ¿Cómo estás?
—Bien. Te llamaba para darte las gracias. Me dieron él trabajo. Está perfecto. Si no termino esa maldita obra encerrado allá por la nieve todo el invierno, jamás podré.
—La terminarás.
—¿Cómo van las cosas? —preguntó Jack, vacilante.
—En seco. ¿Y tú?
—Como un hueso.
—¿Lo echas mucho de menos?
—Día a día.
Al soltó la risa.
—Qué bien conozco esa escena. Pero lo que no sé es cómo hiciste para seguir en seco después del asunto de Hatfield, Jack. Eso ya fue el colmo.
—Es que realmente, yo ya había fastidiado bastante las cosas. —Jack lo dijo con voz tranquila.
—Ah, demonios. Para la primavera habrá reunión de la Junta, y Effinger ya anda diciendo que tal vez la decisión fue demasiado apresurada.
Y si tu obra llega a concretarse...
—Sí. Escucha, Al, mi chico está esperándome en el coche, y me parece que está empezando a inquietarse...
—Seguro, te entiendo. Que paséis un buen invierno allá, Jack. Me alegro de haberte sido útil.
—Gracias de nuevo, Al. —Al cortar la comunicación, cerró los ojos en la cabina sofocante y de nuevo vio la bicicleta aplastada, la linterna oscilante. Al día siguiente había aparecido una nota en el periódico, en realidad un texto no mayor que para relleno, pero sin mencionar al dueño de la bicicleta. El porqué de su presencia a la intemperie, en plena noche, sería siempre un misterio para ellos, y tal vez así tuviera que ser.
Volvió al coche, llevando a Danny su caramelo, pegajoso por el calor.
—¿Papá?
—¿Qué?
Danny titubeó, mientras miraba el rostro abstraído de su padre.
—Cuando estaba esperando que regresaras de ese hotel, tuve un mal sueño. ¿Recuerdas, cuando me quedé dormido?
—Sí.
Pero no servía. Mentalmente, papá estaba en alguna otra parte, no con él. Pensando de nuevo en Algo Malo.
(soñé que me hacías daño, papá)
—¿Qué era el sueño, hijo?
—Nada —respondió Danny, mientras salían del aparcamiento, y volvió a guardar los mapas en la guantera.
—¿Estás seguro?
—Sí.
Jack miró rápidamente a su hijo, con fugaz inquietud, y después siguió pensando en la obra.

6. PENSAMIENTOS NOCTURNOS
Habían terminado de hacer el amor y su hombre se había dormido junto a ella.
Su hombre.
Sonrió en la oscuridad al sentir que la simiente de él seguía escurriéndosele con tibia lentitud por entre los muslos levemente separados, y la sonrisa era a la vez pesarosa y satisfecha, porque la frase su hombre evocaba un centenar de sentimientos. Si los consideraba por separado, cada uno era un motivo de perplejidad. Todos juntos, en esa oscuridad que derivaba flotando hacia el sueño, eran como la distante melodía de un blue , escuchado en un nightclub casi desierto, melancólico pero placentero.
Amarte, niño, es como llevar rodando un tronco,
pero si no puedo ser tu mujer,
seguro que no llegaré a ser tu perro
¿Quién lo cantaba, Billie Holiday? ¿O alguien un poco más prosaico, como Peggy Lee? No tenía importancia. Baja e insistente, la melodía se repetía blandamente en el silencio de su cabeza, como si saliera de uno de esos anticuados tocadiscos tragaperras, un «Wurlitzer» tal vez, media hora antes de que cerraran.
Ahora, dejando de lado su conciencia, Wendy se quedó pensando en cuántas camas se había acostado con el hombre que estaba junto a ella. Se habían conocido en la Universidad, y la primera vez que hicieron el amor fue en el apartamento de él... menos de tres meses después de que su madre la echara de la casa, diciéndole que no volviera nunca, que si quería ir a alguna parte se fuera con su padre, ya que ella había sido la responsable del divorcio. Eso había sido en 1970. ¿Tanto tiempo? Al semestre siguiente se fueron a vivir juntos, encontraron trabajo para el verano y conservaron el apartamento cuando pasaron al curso superior. Wendy recordaba con

El RespalndorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora