Capitulo 31

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qué...
No pudo seguir. Hallorann había echado hacia atrás la cabeza y de su pecho manaba una risa densa y profunda que llenó el coche como un retumbo de cañones, con tal fuerza que el asiento se sacudía. Danny sonreía, intrigado, hasta que finalmente la tormenta fue cediendo. Como si fuera una bandera blanca de rendición, Hallorann sacó del bolsillo un gran pañuelo de seda blanca y se enjugó los ojos llorosos.
—Muchacho —le dijo, respirando todavía con dificultad—, tú sí que vas a saber todo lo que se puede saber de la condición humana antes de llegar a los diez años. No sé si envidiarte o no.
—Pero la señora Brant...
—No te preocupes por ella. Ni le preguntes a tu mamá tampoco, porque no harías más que ponerla en un aprieto, ¿me entiendes?
—Sí, señor —asintió Danny. Lo entendía perfectamente. Otras veces había puesto ya a su madre en aprietos de esa clase.
—Lo único que tú necesitas saber es que la tal señora Brant no es más que una vieja sucia llena de picazones —miró a Danny con aire intrigado—.
¿Puedes golpear muy fuerte, doc?
—¿Cómo?
—Échame un soplo; piensa en mí. Quiero saber si tienes tanto como a mí me parece.
—¿Qué quieres que piense?
—Cualquier cosa, pero piénsalo con fuerza.
—De acuerdo —asintió Danny. Lo pensó durante un momento y después se concentró en enviarlo fuera, hacia Hallorann. Jamás había hecho hasta entonces una cosa semejante, y en el último momento algo instintivo se movilizó en él para suavizar en parte la fuerza bruta de lo que enviaba, porque no quería hacer daño al señor Hallorann. Así y todo el pensamiento salió de él como una flecha, con una fuerza que el chico jamás se habría imaginado, como una pelota con efecto.
(Huy, espero no haberle hecho daño)
Y lo que pensó fue:
(¡!HOLA, DICK¡!)
Hallorann se encogió y se echó atrás en el asiento. Sus dientes entrechocaron con un ruido áspero, y una gota de sangre le apareció en el labio inferior. Involuntariamente, las manos que tenía laxas sobre las piernas subieron a apretarse contra el pecho y volvieron a bajar. Durante un momento, sin poder controlarse conscientemente, parpadeó azorado; Danny se asustó.
—¿Señor Hallorann? ¿Dick? ¿Estás bien?
—No sé —respondió Hallorann, con una risa incierta—. Realmente, no sé. Dios mío, muchacho, si eres una pistola.
—Lo siento —se disculpó Danny, más alarmado aún—. ¿Voy a buscar a papá?
—No, ya se me pasa. Estoy bien, Danny. Quédate aquí. Me siento un poco alterado, nada más.
—Pero no lo hice tan fuerte como podía —confesó Danny—. En el último momento, me asusté.
—Pues parece que tuve suerte... si no, se me estarían saliendo los sesos por las orejas —sonrió al ver la alarma pintada en el rostro del chico—. Pero no me hiciste daño. Ahora, dime qué sentiste tú.
—Como si hubiera tirado una pelota de béisbol con efecto —fue la respuesta.
—¿Así que te gusta el béisbol? —preguntó Hallorann, enjugándose las sienes con cuidado.
—A papá y a mí nos gusta mucho —respondió Danny—. Cuando jugaron el mundial, vi por TV a los Red Sox contra Cincinatti. Entonces, yo era mucho más pequeño, y papá era... —el rostro de Danny se nubló.
—¿Era qué, Dan?
—Me olvidé —declaró el chico y empezó a llevarse la mano a la boca para chuparse el pulgar, pero era un recurso de bebé. La mano volvió a su regazo.
—¿Tú puedes saber en qué están pensando tu mamá y tu papá, Danny? —Hallorann lo observaba atentamente.
—La mayoría de las veces, si quiero. Pero generalmente no lo intento.
—¿Por qué no?
—Bueno... —el niño hizo una pausa turbado—. Sería como espiar dentro del dormitorio para mirarlos mientras están haciendo eso que sirve para hacer bebes. ¿Sabe usted a qué me refiero?
—Alguna vez lo he sabido —respondió con seriedad Hallorann.
—Y a ellos no les gustaría. Tampoco les gustaría que les espiara lo que piensan. Sería algo sucio.
—Entiendo.
—Pero sí sé cómo se sienten —continuó Danny—. Eso no puedo evitarlo. También sé cómo se siente usted. Le hice daño, y lo siento.
—No es más que un dolor de cabeza. Algunas resacas son peores.
¿Puedes leer a otras personas, Danny?
—Todavía no sé leer nada —explicó Danny—, salvo unas pocas palabras. Pero este invierno, papá me enseñará. Mi papá enseñaba a leer y a escribir en una escuela grande. A escribir sobre todo, pero también puede enseñar a leer.
—A lo que yo me refiero es a si puedes decir lo que alguien está pensando.
Danny caviló un momento.
—Puedo si es fuerte —respondió finalmente—. Como pasó con la señora Brant y los pantalones. O como la vez que mamá y yo habíamos ido a unos grandes almacenes para comprarme zapatos, y había un muchacho grande mirando las radios y estaba pensando en llevarse una, pero sin comprarla. ¿Y si me atrapan?, pensaba después, y volvía a pensar que realmente, la deseaba tanto. Y vuelta a pensar si lo atrapaban. Ya se sentía mal de tanto pensarlo, y me estaba haciendo sentir mal a mí . Como mamá estaba hablando con el hombre que vendía los zapatos, yo me acerqué a él y le dije: «Oye, no te lleves esa radio. Vete.» Se asustó muchísimo, y se fue a toda prisa.
Hallorann lo miraba con una ancha sonrisa.
—Apuesto a que sí. ¿Qué más puedes hacer, Danny? ¿Son solamente ideas y sentimientos, o hay algo más?
Cautelosamente:
—Para ti, ¿hay más?
—A veces —admitió Hallorann—. No siempre. A veces... a veces hay sueños. ¿Tú también sueñas, Danny?
—A veces sueño cuando estoy despierto —contestó Danny—. Cuando viene Tony... — El dedo pulgar pugnaba por metérsele en la boca. Jamás había hablado de Tonny con nadie, salvo con sus padres.
—¿Quién es Tonny?
Súbitamente Danny se vio agotado por uno de esos relámpagos de entendimiento que tanto lo asustaban. Era como un

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