Capitulo 34

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su última temporada en el «Overlook». Eso había sido peor que cualquier figura en cualquier libro, y desde aquí el niño que corría hacia su madre parecía tan pequeño... No creo... Sus ojos se desviaron hacia los animales del jardín ornamental.
Bruscamente, puso el coche en marcha, hizo los cambios y se alejó, tratando de no mirar atrás. No pudo, naturalmente, y naturalmente, la terraza estaba vacía. Madre e hijo habían vuelto a entrar. Era como si el
«Overlook» se los hubiera tragado.

12. RECORRIDO SOLEMNE
—¿De qué hablabais, tesoro? —le preguntó Wendy mientras volvían a entrar.
—Oh... de nada.
—Pues para ser de nada, habéis hablado bastante.
El niño se encogió de hombros y en el gesto Wendy vio al padre; el propio Jack no podría haberlo hecho mejor. Ya no conseguiría sacarle nada más a Danny. Sintió una fuerte exasperación mezclada con un amor más intenso aún: el amor era desamparado, la exasperación venía de la sensación de que deliberadamente la excluían. Con ellos dos, a veces Wendy se sentía como una extraña, un actor de tercer orden que por accidente se encuentra en el escenario mientras se desarrolla la acción principal. Bueno, pues este invierno sí que no podrían excluirla, sus dos varones exasperantes; estarían demasiado juntos para poder hacerlo. De pronto, se dio cuenta de que sentía celos de la intimidad entre su marido y su hijo, y se sintió avergonzada. Eso se parecía demasiado a lo que debía de haber sentido su propia madre... demasiado para que estuviera cómoda.
El vestíbulo estaba ya vacío, salvo la presencia de Ullman y del empleado principal del mostrador, que hacían el recuento del efectivo en la caja registradora, y de un par de doncellas que se habían puesto ya pantalones y suéteres abrigados y que, de pie ante la puerta del frente, miraban hacia afuera, con el equipaje amontonado en torno de ellas.
También Watson, el de mantenimiento, andaba por ahí, y al ver que Wendy lo miraba le hizo un guiño... decididamente lascivo. Presurosamente, Wendy apartó los ojos. Con aspecto de ensoñación y arrobamiento, Jack estaba junto a la ventana que había al salir del restaurante, mirando el paisaje.
Aparentemente, ya habían terminado con la caja registradora, porque Ullman la cerró con un gesto autoritario, puso sus iniciales en la cinta y la guardó en un pequeño estuche con cremallera. Wendy aplaudió silenciosamente al empleado del escritorio, que parecía muy aliviado. Y Ullman parecía la clase de tipo que podía sacar cualquier falta de dinero del pellejo del empleado principal... sin siquiera verter una gota de sangre. A Wendy no le preocupaba mucho Ullman ni sus modales solícitos y ostentosos. Era como todos los jefes que ella había tenido en su vida, hombres o mujeres. Con los huéspedes se mostraría dulce como la sacarina, y un tirano despreciable cuando estaba entre bambalinas, con el personal.
Pero ahora la escuela había terminado y en el rostro del empleado se leía, con letras mayúsculas, el placer. Vacaciones para todos... salvo para ella y Jack, y Danny.
—Señor Torrance —llamó perentoriamente Ullman—, ¿quiere venir aquí, por favor?
Jack se le acercó, mientras con un gesto de la cabeza indicaba a Wendy y a Danny que se acercaran también.
El empleado, que había desaparecido un momento, volvió a salir con un abrigo puesto.
—Que lo pase usted bien, señor Ullman.
—Lo dudo —replicó Ullman con aire distante—. El 12 de mayo, Braddock. Ni un día antes, ni uno después.
—Sí, señor.
Braddock dio la vuelta al mostrador con la expresión sobria y digna que correspondía a su puesto, pero cuando daba la espalda a Ullman, se le vio sonreír como un niño. Habló brevemente con las dos muchachas que todavía esperaban el coche en la puerta y después salió, seguido por un breve estallido de risas ahogadas.
Wendy empezó a notar el silencio del lugar, que se había abatido sobre el hotel como una densa manta que amortiguara todo, salvo el débil latido del viento crepuscular, afuera. Desde donde estaba, Wendy podía ver a través del despacho interior, que ahora estaba pulcro hasta parecer esterilizado, con sus dos escritorios desnudos y los dos archivadores de cajones grises.
Más allá se distinguía la impecable cocina de Hallorann, las enormes puertas dobles, sostenidas por cuñas de goma, se mantenían abiertas.
—Pensé dedicar unos minutos extra a mostrarle a usted todo el Hotel
—anunció Ullman, y Wendy pensó que en su voz era siempre tan perceptible la H mayúscula. Imposible no oírla—. Estoy seguro de que su marido llegará a conocer perfectamente todos los vericuetos del «Overlook», señora Torrance, o indudablemente usted y su hijo se mantendrán de preferencia en el nivel del vestíbulo y de la primera planta, donde están sus habitaciones.
—Sí, sin duda —murmuró formalmente Wendy, y Jack le echó una mirada de advertencia.
—Es un lugar hermoso —comentó alegremente Ullman—, y a mí me encanta mostrarlo.
Vaya si te encanta , pensó Wendy.
—Subamos a la tercera planta y desde allí iremos bajando. —Ullman hablaba con verdadero entusiasmo.
—Si le hacemos perder tiempo... —empezó a decir Jack.
—Nada de eso —le aseguró Ullman—. La tienda está cerrada. Tout fini , por esta temporada por lo menos. Y pienso pasar la noche en el
«Boulder...» en el «Boulderado», por cierto. Es el único hotel decente que hay a este lado de Denver... a no ser el propio «Overlook», claro. Por aquí.
Juntos entraron en el ascensor, que estaba lujosamente decorado en cobre y bronce, pero se hundió visiblemente antes de que Ullman cerrara la puerta. Danny demostró cierta inquietud, y Ullman le miró sonriendo. Sin mucho éxito, el chico intentó sonreírle a su vez.
—No te preocupes, jovencito, que es seguro como una casa —lo tranquilizó Ullman.
—También lo era el Titanic —señaló Jack, mirando el globo de

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