hiciera felices a los dos...
Por eso apartó la cortina.
Hacía mucho tiempo que la mujer que había en la bañera estaba muerta. Abotagada y de color púrpura, el vientre hinchado por los gases se elevaba como una isla de carne en el agua fría, escarchada. Vidriosos y enormes, como canicas, los ojos estaban fijos en los de Danny. La cara sonreía; una mueca separaba los labios purpúreos. Los pechos le colgaban, el vello púbico flotaba en el agua, las manos estaban crispadas sobre los ornamentados bordes de la bañera como las pinzas de un cangrejo.
Danny dio un alarido, que jamás salió de sus labios; volviéndose cada vez más hacia dentro, se hundió en la oscuridad de su ser como una piedra en un pozo. Tambaleante, dio un solo paso atrás, oyendo el ruido de sus propios tacones sobre las baldosas hexagonales, y en ese mismo momento sintió cómo se le escapaba la orina.
La mujer se estaba enderezando.
Todavía sonriendo, con las enormes canicas de los ojos fijas en él, fue enderezándose. Las palmas muertas hacían ruidos escalofriantes sobre las paredes de la bañera. Los pechos se sacudían como arrugadas bolsas vacías.
Se oía, casi imperceptible, el ruido de los cristales de hielo al romperse. No respiraba. Era un cadáver, muerta desde hacía muchos años.
Danny se dio la vuelta y huyó. Como un rayo atravesó la puerta con los ojos saltándosele de las órbitas y los pelos de punta, como las espinas de un erizo a punto de convertirse en la bola (¿de croquet? ¿o de roque?) del sacrificio, abierta la boca sin poder emitir sonido alguno. Chocó contra la puerta de entrada del cuarto 217, que ahora estaba cerrada, y empezó a golpearla con los puños, sin darse cuenta de que no tenía echada la llave y de que con sólo girar el picaporte podría salir. De sus labios salían alaridos ensordecedores, más agudos de lo que es capaz de percibir el oído humano. No podía hacer más que vapulear la puerta, mientras oía cómo se le acercaba la muerta, con el vientre hinchado, el pelo seco, las manos extendidas... eso que había pasado tal vez años muerto en esa bañera, conservado ahí por la magia.
La puerta no se abría, no, no, no se abría.
Y entonces le llegó la voz de Dick Hallorann, tan de pronto e inesperadamente, tan calmada, que sus atenazadas cuerdas vocales se distendieron y el chico empezó a llorar débilmente, no de miedo sino de bendito alivio.
(No creo que puedan hacerte daño... son como las figuras de un libro... cierra los ojos y desaparecerán.) Los párpados se le cerraron. Las manos se le contrajeron en puños. El esfuerzo de la concentración le encorvó los hombros: (Nada ahí nada ahí ahí nada en absoluto NADA AHÍ ¡NO HAY NADA!) El tiempo pasó. Y cuando empezaba a relajarse, a entender que la puerta no debía tener llave y que podía irse, entonces las manos sumergidas durante años, hinchadas, hediondas, se le cerraron suavemente en torno del cuello y lo obligaron implacablemente a darse la vuelta para mirar el rostro muerto de color de púrpura.
Cuarta Parte
AISLADOS POR LA NIEVE
26. EL PAÍS DE LOS SUEÑOS
Hacer punto le daba sueño. Ese día, hasta Bartok le habría dado sueño, y no era Bartok lo que oía en el pequeño fonógrafo, sino Bach. Las manos se movían cada vez con mayor lentitud, y en el momento en que su hijo entraba en relaciones con la antigua moradora de la habitación 217, Wendy se había quedado dormida con el tejido sobre la falda. La lana y las agujas oscilaban con el ritmo lento de su respiración. Wendy estaba hundida en un profundo sueño sin sueños.
Jack Torrance también se había quedado dormido, pero su dormir era liviano e inquieto, poblado de sueños que parecían demasiado vívidos para no ser más que sueños; indudablemente, más vívidos que ningún otro sueño que hubiera tenido en su vida.
Había empezado a sentir que los ojos se le cerraban mientras hojeaba los paquetes de cuentas de lechería, cien cuentas por paquete, lo que debía dar decenas de miles en total. Sin embargo, le echaba a cada uno un rápido vistazo, temeroso de que, si no los recorría con cuidado, pudiera pasar por alto exactamente la pieza del rompecabezas que necesitaba para establecer la conexión mística y que —estaba seguro— debía estar ahí, en alguna parte.
Se sentía como alguien que, con un cable en una mano, busca a tientas un enchufe en una habitación desconocida y a oscuras. Si podía encontrarlo, su recompensa sería una visión maravillosa.
Había tomado una decisión respecto de la llamada telefónica de Al Shockley y de su exigencia; para tomarla, había sido una ayuda su extraña experiencia en la zona infantil. Eso había estado alarmantemente cercano a una especie de colapso nervioso, y Jack estaba convencido de que era la rebelión de su mente contra la maldita y arbitraria condición impuesta por Al al exigirle que renunciara a su proyectado libro. Tal vez hubiera sido un indicio de que a su respeto de sí mismo sólo se le podía exigir hasta un cierto punto, so pena de que se desintegrara completamente. Pues escribiría el libro, y si eso significaba poner término a su relación con Al Shockley, así tendría que ser. Escribiría la biografía del hotel, la escribiría con toda franqueza, y como introducción serviría la alucinación que lo había llevado a ver que los animales del jardín ornamental se movían. El título no alcanzaría gran vuelo, pero seria pasable: Extraño lugar de temporada. La historia del «Overlook Hotel» . Con toda franqueza, sí, pero no lo escribiría con ánimo vengativo, no sería un esfuerzo por arreglar cuentas con Al ni con Stuart Ullman, ni con George Hatfield ni con su padre (maldito borracho fanfarrón que había sido)... ni con nadie, para el caso. Lo escribiría porque el «Overlook» lo había fascinado, ¿y acaso había otra explicación más simple o más verídica? Lo escribiría por la misma razón que en su sentir, llevaba a que se escribiera
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El Respalndor
Mystery / ThrillerEsta historia no me pertencece en lo absoluto Escritor Original: Sthephen King Saque el libro de una pagina de Internet, para ser claros, lo saque de www.librosdemario.com, como ya dije al principio el libro no me pertenece,solo lo resubi en esta pl...