de que tú te pongas a escarbar mierda en mi hotel para hacerla pasar como una gran creación de la literatura norteamericana es algo que me enferma.
Jack se quedó sin habla.
—Yo quise ayudarte, Jacky. Estuvimos juntos en la guerra, y pensé que te debía cierta ayuda. ¿Te acuerdas de la guerra?
—Sí, me acuerdo —masculló Jack, pero las brasas del resentimiento habían empezado ya a calentarle el corazón. Primero Ullman, después Wendy, ahora Al. ¿Qué era todo eso? ¿La Semana Nacional de destrucción de Jack Torrance? Se mordió con más fuerza los labios, buscó el paquete de cigarrillos y se le cayeron al suelo. Le había gustado alguna vez ese ex borracho que le hablaba desde su guarida con revestimiento de caoba, en Vermont. ¿Le había gustado, de veras?
—Antes de que le pegaras al chico, ese Hatfield —decía Al—, yo había convencido a la Junta para que te confirmaran, y hasta había conseguido que pensaran en la posibilidad de darte la cátedra vitalicia. Y eso tu mismo lo estropeaste. Después te conseguí lo del hotel, un lugar grato y tranquilo para que te rehagas, termines tu obra de teatro y esperes hasta que entre Harry Effinger y yo podamos convencer al resto de los tipos esos de que cometieron un gran error. Y ahora parece que quieres ponerte pesado con un gran asesinato. ¿Es ésa la forma que tienes de agradecer a los amigos, Jack?
—No —susurro, sin atreverse a decir más.
En la cabeza le latían las palabras ardientes, como grabadas, que pugnaban por salir. Intentó desesperadamente pensar en Wendy y en Danny, que confiaban en él, en Danny y Wendy sentados pacíficamente en la planta baja, junto al fuego, estudiando el primer libro de lectura de la segunda serie, seguros de que todo iba perfectamente. Si él perdía ese trabajo, entonces, ¿qué? ¿Irse a California en el viejo y destartalado
«Volkswagen» con su bomba de gasolina medio rota, como una familia de emigrantes que huye de la aridez del campo? Aunque se dijo que antes de dejar que tal cosa sucediera se pondría de rodillas ante Al, las palabras seguían aún pugnando por salir, y la mano con que sujetaba las riendas de su furia la sentía como encargada.
—¿Qué dices? —preguntó Al, cortante.
—No, no es así como trato a mis amigos —respondió Jack—. Y tu lo sabes.
—¿Como lo sé? En el peor de los casos, lo que te propones es enfangar mi hotel desenterrando cadáveres que hace años que están dignamente sepultados. En el mejor, te pones a llamar al director, un tipo raro pero sumamente competente, y me lo dejas frenético, sin mas motivo que un... un estúpido juego de niños.
—Era algo más que un juego, Al. Para ti es mas fácil. Tu no tienes que aceptar la caridad de un amigo rico. No necesitas tener un amigo en el tribunal, porque tú eres el tribunal. Del hecho de que tú también estuvieras a un paso de ser un borrachín ni se habla, ¿no es eso?
—Supongo que sí. —La voz de Al había bajado de tono, y parecía que toda la conversación lo cansara—. Pero Jack, eso yo no puedo evitarlo. No lo puedo cambiar.
—Ya lo sé —admitió Jack—. ¿Estoy despedido? Si me lo vas a decir, dímelo ahora.
—No, si me prometes dos cosas.
—De acuerdo.
—¿No sería mejor que supieras las condiciones antes de aceptarlas?
—No. Dime cuál es el trato, que yo lo aceptaré. Tengo que pensar en Wendy y en Danny. Si me pides las pelotas, te las mandaré por correo aéreo.
—¿Estás seguro de que puedes darte el lujo de compadecerte de ti mismo, Jack?
En ese momento, Jack había vuelto a cerrar los ojos, mientras se metía una «Excedrina» entre los labios resecos.
—A estas alturas, tengo la sensación de que es el único lujo que puedo darme. Despáchate... o despáchame.
Durante un momento Al se quedó en silencio. Después dijo:
—Primero, nada de volver a llamar a Ullman. Aunque se incendie el hotel. En ese caso, llama al encargado de mantenimiento, el tipo ese tan mal hablado, tú sabes a quién me refiero...
—A Watson.
—Sí.
—De acuerdo. Convenido.
—Segundo, que me prometas bajo palabra de honor, Jack. Nada de libros sobre un famoso hotel de montaña en Colorado, que tiene su historia.
Durante un momento, la furia fue tan grande que, literalmente, Jack no pudo hablar. La sangre le latía con fuerza en los oídos. Era como recibir una llamada de cierto Mecenas del siglo XX... nada de pintar retratos de familia donde se vieran las verrugas, ¿eh?, o volverás con el populacho. Yo no subvenciono retratos, sino retratos bonitos. Cuando pintes a la hija de mi gran amigo y socio en los negocios, por favor olvídate de las marcas de nacimiento, o volverás con el populacho. Claro que somos amigos... los dos somos hombres civilizados ¿no? Hemos compartido la cama, la mesa y la botella. Siempre seremos amigos, y si ahora te pongo un collar de perro siempre fingiremos no verlo por tácito acuerdo, y yo cuidaré de ti con generosidad y benevolencia. Lo único que te pido a cambio es el alma. Una bagatela. Hasta podemos ignorar el hecho de que me la has entregado, lo mismo que ignoramos el collar de perro. Recuerda, mi talentoso amigo, que los Miguel Ángel mendigan por todas partes en las calles de Roma...
—Jack, ¿estás ahí?
Emitió un ruido estrangulado que pretendía ser la palabra sí.
La voz de Al era firme, muy segura de si misma.
—En realidad, no creo estar pidiéndote tanto, Jack. Puedes escribir otro libros. Pero, simplemente, no puedes esperar que yo te subvencione mientras tú...
—Está bien, de acuerdo.
—No quiero que pienses que intento controlar tu vida artística, Jack.
Sabes que no sería capaz de eso. Es sólo que...
—¿Al?
—¿Qué?
—¿Sabes tú si Derwent tiene todavía algo que ver con el «Overlook»?
—No veo en qué puede interesarte a ti saber eso, Jack.
—No, claro que no. Escucha Al, me parece oír que Wendy me está llamando. Ya volveremos a hablar.
—Seguro, Jacky. Será una
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El Respalndor
Misterio / SuspensoEsta historia no me pertencece en lo absoluto Escritor Original: Sthephen King Saque el libro de una pagina de Internet, para ser claros, lo saque de www.librosdemario.com, como ya dije al principio el libro no me pertenece,solo lo resubi en esta pl...