sección dedicada al cuidado de céspedes, arbustos y cercas ornamentales. Yo solía podar y mantener el jardín ornamental de una señora.
Wendy se puso la mano sobre la boca para disimular una risita.
—Sí, por lo menos una vez por semana solía podarle el jardín —reiteró Jack, mirándola.
—Vete, mosca —dijo Wendy, y volvió a reírse.
—¿Eran lindos los arbustos que tenía, papito? —preguntó Danny, y sus padres sofocaron al mismo tiempo grandes estallidos de risa. Wendy se rió tanto que las lágrimas empezaron a correrle por las mejillas, y tuvo que abrir el bolso para sacar un pañuelo de papel.
—No eran animales, Danny —explicó Jack cuando pudo contenerse—.
Eran figuras de naipes. Picas, corazones, tréboles y diamantes. Pero fíjate que los cercos crecen...
(Van subiendo, había dicho Watson... pero no, no los cercos, la caldera. Tiene que vigilarla todo el tiempo, porque si no, usted y su familia irán a parar a la Luna.)
Su mujer y su hijo lo miraban, intrigados. A Jack se le había borrado la sonrisa de la cara.
—¿Papá? —le pregunto Danny.
Él parpadeó, como si regresara desde muy lejos.
—Crecen, Danny, y pierden la forma. Por eso tendré que echarle una recortada una o dos veces por semana, hasta que haga tanto frío que dejen de crecer hasta la primavera.
—Y también una zona infantil —señaló Wendy—.
Vaya suerte.
La zona infantil estaba más allá del jardín ornamental: dos toboganes, una gran serie de columpios con media docena de asientos colocados a diferentes alturas, unas barras para trepar, un túnel hecho de tubos de cemento, un cuadrado de arena y una casa de juguete, que era una réplica exacta del «Overlook».
—¿Te gusta, Danny? —le preguntó su madre.
—Claro que sí —contestó el chico, con la esperanza de parecer más entusiasmado de lo que estaba—; Es bonito.
Pasando la zona infantil había una disimulada cerca de seguridad hecha de enrejado, más allá el amplio camino pavimentado que llevaba hasta el hotel, y después de todo eso el valle mismo, que se perdía, pendiente abajo, en la brillante bruma azul de la tarde. Danny no conocía la palabra aislamiento , pero si alguien se la hubiera explicado la habría entendido inmediatamente. Allá abajo, tendido al sol como una larga serpiente negra que hubiera decidido echarse una siestecita, estaba el camino que regresaba, atravesando por el paso de Sidewinder hasta llegar a Boulder. Estaría cerrado durante todo el invierno. Danny sintió que le faltaba él aire al pensarlo, y casi dio un salto cuando papá le apoyó una mano en el hombro.
—Tan pronto como pueda te conseguiré algo de beber, doc. En este momento están muy ocupados allí dentro.
—Sí, papá.
La señora Brant salió del despacho privado con aire de desagraviada; Momentos después dos de los botones, que entre ambos apenas si podían con ocho maletas, la siguieron, lo mejor que les fue posible, en su retirada triunfal. Desde la ventana, Danny miraba cómo un hombre de uniforme gris, tocado con una gorra que parecía la de un capitán del ejército, acercaba a la puerta el largo coche plateado de la señora Brant, se bajaba, la saludaba tocándose la gorra y se precipitaba a abrir el maletero.
Y en uno de esos destellos que le sucedían a veces, el chico captó un pensamiento completo de ella, que flotó por encima de la confusa mezcla balbuceante de emociones y colores que le llegaban por lo común donde había mucha gente.
(me gustaría meterme en sus pantalones)
Mientras seguía mirando cómo los botones acomodaban las maletas, Danny frunció el entrecejo. La mujer miraba de manera penetrante al hombre de gris, que supervisaba la operación. ¿Por qué querría ella meterse en sus pantalones? ¿Tendría frío, aunque llevara puesto ese abrigo largo de pieles?. Y si tenía tanto frío, ¿por qué no se había puesto ella pantalones? Su mamá usaba pantalones casi todo el invierno.
El hombre de uniforme gris cerró el maletero y se acercó a ella para ayudarla a subir al coche. Danny se fijó muy bien a ver si ella le decía algo sobre los pantalones, pero se limitó a sonreírle y darle un billete de un dólar; la propina. Un momento después, la señora Brant arrancaba con su gran automóvil plateado.
El chico pensó en preguntarle a su madre por qué la señora Brant podía querer los pantalones del hombre que le había acercado el coche, pero decidió que no. A veces, las preguntas podían meterle a uno en un montón de líos. Ya le había sucedido antes.
De modo que, en vez de preguntar, se metió entre su padre y su madre, en el pequeño sofá que los tres compartían, y se quedó mirando la gente que hacía cola ante el mostrador. Se alegraba de ver que su papá y su mamá fueran felices y se amaran, pero él no podía dejar de sentirse un poco preocupado. No lo podía evitar.
10. HALLORANN
El cocinero no respondía para nada a la imagen que tenía Wendy del personaje típico de la cocina de un gran hotel. Para empezar, a un personaje de esos se le llamaba chef y no era nada tan vulgar como un cocinero; cocinar era lo que hacía Wendy en su casa cuando metía todas las sobras en una fuente de horno y les agregaba tallarines. Además, el genio culinario de un lugar como el «Overlook», que se anunciaba en la sección de hoteles de temporada del New York Sunday Times , debía ser menudo y regordete y tener cara de galletita, amén de usar un delgado bigote cómo dibujado a lápiz, en el estilo de los astros de comedias musicales de la década del 40, tener ojos oscuros, acento francés y una personalidad aborrecible.
Hallorann tenía los ojos oscuros, pero eso era todo. Era un negro alto, con un discreto peinado afro que empezaba a matizarse de blanco. Hablaba con suave acento sureño, riéndose mucho y mostrando unos dientes demasiado blancos y parejos para que parecieran naturales. También el padre de Wendy tenía dentadura postiza, y a veces le hacía reír
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El Respalndor
Mystery / ThrillerEsta historia no me pertencece en lo absoluto Escritor Original: Sthephen King Saque el libro de una pagina de Internet, para ser claros, lo saque de www.librosdemario.com, como ya dije al principio el libro no me pertenece,solo lo resubi en esta pl...