capitulo 13

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Irina Pávlov se sentó cruzando las piernas sobre el sofá de la casa cuando su padre entró con su esposa, la madre de Iván. Su madrastra.

Ellos solían ver televisión. Aunque estaba ahí, tenía la mente en otro lado porque solía tomar antidepresivos o algún tipo de droga que la relajara, su cabeza flotaba cuando los consumía y eso la hacía feliz.

Al menos un poco.

La casa de ella era moderna y grande. Tenía unas seis habitaciones con baño propio cada una, un buen armario y hasta gimnasio propio. Le parecía que las casas así eran molestas; no necesitaba tanto espacio porque ni siquiera sentía que tantas personas vivieran a su alrededor y no estaba casi nunca allí.

Su padre era un vendedor de bienes raíces de la ciudad y salía mucho a Boston porque su madre; la abuela de Irina, vivía ahí y estaba muy enferma. Su madrastra por otro lado era la administradora de un hotel de la ciudad.

A Irina le parecía que donde vivían era en realidad un pueblucho con una línea de diferenciación de clase social muy grande porque un área de la ciudad era muy rica y la otra muy pobre.

Se podía ausentar por días, pero nunca faltaba a las cenas familiares.

La razón de su insostenible desesperación por salir de aquel "Hogar", era la toxicidad familiar en la que había vivido.

Mucho antes de que se casara con la madre de Ivan, ellos ya estaban saliendo cuando su padre aún estaba casado con su mamá. En general, él se aburría rápido de las personas y se acostaba casualmente con mujeres. Irina lo odiaba porque él era guapo. Las mujeres se amontonaban y coqueteaban.

Era tan egoísta como para que no le importaran los sentimientos de los demás.

Entonces, ver llorar a su madre era horrible. Irina con extrema impotencia solo podía consolarla. De igual forma también despreciaba a su madre por ser tan cobarde, tan dependiente de los hombres. Era el tipo de mujer que incluso abusada, regresaba con sus parejas pensando que era su error.

Tal vez por eso odiaba a los abusivos y a sus padres.

Lo primero que le gusto de Verónica Arkádievich, era su insolencia. Esa chica parecía el tipo de persona que se esforzaba y sin ningún temor se enfrentaba a la vida; ni siquiera le tenía miedo a la muerte. Parecía ser delicada, sensible y llorona. Era verdad. Solo que le agrego otra cualidad que le fascinaba y eso era su impulsividad. Pensó que eso se debía a su estilo de vida.

Una de las cosas que Irina mantenía en secreto era la envidia que a veces sentía de la pelirroja.

Al conocerse, Irina invitó a Verónica y Nina especialmente a su fiesta de cumpleaños cuando tenían diez años y, a la pelirroja le gustaba hablar de su padre con mucho cariño. A veces quería estrellarle la cara contra el escritorio cuando presumía de él, pero sabía que en realidad era porque la relación paternal de la pelinegra era muy diferente a la que tenía la pelirroja.

En un principio pensó que su amiga mentía. Para Irina su padre era el hombre más guapo que había conocido hasta que en el día de su cumpleaños un guapo, extremadamente bien vestido hombre de cabello castaño cobrizo se bajó del auto cargando a su mejor amiga. Parecía como si todas las miradas giraran hacia aquel par perfecto de cuento de hadas. congelándose en su propia gravedad, en su línea temporal.

Incluso para alguien como ella, que no tenía gusto especial por los chicos pensó que ahora su padre se veía muy ordinario.

Estaba impresionada por los modales del hombre y en especial, por lo maravilloso que era con su hija. El mundo giraba alrededor de ella y él no parecía interesado en las mujeres que se le acercaban.

VerónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora