«La muerte es muchas veces inevitable, un asesino acecha.
Pero cuidado a quien le haces daño, el karma suele ser una perra. »
La fila de autos desde el aeropuerto; en la avenida principal, hasta la casa de Nina no avanzaba y las tres chicas estaban en aquella noche de domingo completamente cansadas. Metidas en el sucio coche.
Las gotas de lluvia se pegaban en las ventanas y con suficiente agua acumulada se creaban hilos desbordados en ellas.
La pelirroja no paraba de mordisquearse las uñas y en ese momento, entre las luces y el reflejo del charco de agua que había en el asfalto de la carretera, regresó Dylan; tratando de no mojarse y se metió al asiento de conductor.
— ¿Y? ¿Por qué hay tanto tráfico?
— Al parecer encontraron un cuerpo bajo el puente, la lluvia movió la tierra y lo están sacando.
Las tres chicas miraron atentamente a Dylan.
— ¿Cómo? ¡¿Un cadáver?! ¡Es eso posible! — Irina lo movió del hombro zarandeandolo un poco —¡En este pueblo!
— ¿Estás seguro? — Nina, metió la cabeza en medio de los asientos delanteros para mirarlo.
Solo asintió.
— ¿Quién es? — dijo Verónica seriamente.— ¡¿Quién es, Dylan?!
— No. De verdad, no lo sé.
Nadie le respondió y ella inquieta abrió la puerta, despegando sus pies, cerrando con fuerza y caminó con paso veloz hasta el puente donde los oficiales habían metido el cuerpo en una bolsa negra. Ni siquiera pudo encontrar algún indicio.
Se mordió un cuerito del dedo índice tratando de arrancarlo. Tenía miedo, de que aquel cadáver los condujera a su padre. Pese a eso, era muy pronto para sacar conjeturas.
especulaba que podría ser su entrenador, después de todo Alexeil le confesó haberlo matado.
Las patrullas estaban amontonadas. Forenses y parlanchines curiosos estaban allí. La línea amarilla los dividía solo aumentaba la tensión, quería correr y mirar el resultado de la descomposición bajo la bolsa negra.
Regresó con las manos cruzadas al auto sin decir nada — ¿Por qué te fuiste así?
— Lo siento, fui a preguntar si nos dejarían pasar.
— Parece que no.
El embotellamiento continuaba igual, cuando después de unos veinte minutos abrieron paso. Con cautela Verónica le dio una última mirada a aquel auto en el que estaba el cadáver.
*
Sentado en aquel cuarto mugriento en un edificio de oficinas abandonadas y en construcción estaba perfectamente acomodado Alexeil en una silla metálica con almohadillas negras.
La pierna la tenía sobre la otra y su mano cubierta por el guante de cuero negro: le sostenía el perfecto rostro, la luz blanca dejaba una gran sombra detrás de él.
De rodillas, frente a él estaba un hombre con la cabeza cubierta por una bolsa de tela negra. Tenía sangre en la camisa a cuadros y le faltaban los zapatos — ¡por favor, no me maten! No tengo dinero.
Alexeil movió su dedo índice hacia arriba y su subordinado procedió a quitarle la capucha al hombre.
— ¿Quién eres? — Dijo cegado por la luz.
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Verónica
RomanceEran sus sentimientos prohibidos, tan inevitables; que los alentaron a probar los sabores agridulces de la profanación. Alexeil Arkádievich, sintió a su hija aferrarse, ella lloraba -te amo papá - y evitando que alguien la descubriera, él recubrió e...